Nada, sin embargo, como el incendio del Capitolio los había
(a los galos) impulsado a creer que el fín de nuestro imperio se acercaba. Roma
había sido tomada en otro tiempo por los galos, pero, quedando intacta la sede
de Júpiter, el imperio había subsistido; ahora aquel fatal incendio era una
señal de la ira celeste; la soberanía del mundo iba a parar a los pueblos
transalpinos: tales eran las profecías que en su vana superstición pronunciaban
los druidas.
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