Al
segundo día de enero se puso en movimiento la gigantesca expedición, entre las ovaciones
de toda la población de Arsinoe. No era una ordenada columna militar en marcha,
sino más bien una errante masa de animales y hombres vestidos con túnicas y
tocados con grandes sombreros de paja. Los hombres trataban de que las bestias
no se dispersaran mientras Catón los conducía
en dirección sur hacia Filaenorum y los psylli. Aunque el sol brillaba con
fuerza, Catón pronto observó que las etapas que había establecido no debilitarían
a sus hombres. Quince kilómetros al día, que era la distancia que podían
recorrer los animales.
Pero
si bien Marco Porcio Catón nunca había capitaneado un ejército, y en Roma,
siempre exasperada por su obstinación y firmeza, se le había considerado una
persona con el menor sentido común, resultó ser el comandante ideal para una
migración. Como si tuviera cien ojos, lo iba observando
todo y evitaba cometer errores que nadie, ni siquiera César hubiera previsto.
Al amanecer del segundo día sus centuriones recibieron órdenes de asegurarse de
que todos los hombres llevaran las caligae fuertemente atadas en torno a
los tobillos; atravesaban un terreno lleno de pequeños hoyos a menudo ocultos,
y si un hombre se torcía un tobillo o se rompía un ligamento, se
convertía en una carga. Al final del primer nundinum, ni siquiera a
maedio camino de Filaenorum, Catón ya había desarrollado un sistema mediante el
cual cada centuria se ocupaba de cierta cantidad de asnos, vacas y cabras, como
si los animales fueran de su propiedad; si permitía que las bestias comieran o
bebieran en exceso, la centuria no podía robar forraje o agua a otra centuria
más prudente.
Al
anochecer, la muchedumbre se detenía, hacía acopio de agua sacándola de pozos o
manantiales, y cada hombre se echaba a dormir sobre su sagun de fieltro
impermeable, una capa circular con un agujero en medio para la cabeza,
utilizada para protegerse durante la marcha de la lluvia o la nieve. Todo el
pan y los garbanzos se consumieron durante ese primer trayecto de la marcha, ya
que el laserpicium no formaría parte del menú hasta Filaenorum. Quince kilómetros
diarios. Bien estaba, pues, que aquellos primeros trescientos kilómetros fue Tan
a través de un terreno más propicio; estaban adquiriendo experiencia; después
de Filaenorum, las cosas se complicarían mucho.
Cuando
como por milagro llegaron a Filaenorum no en veinte días sino en dieciocho,
Catón concedió a los hombres tres días de descanso en un improvisado campamento
poco á allá de una larga playa arenosa.
Así pues, sus hombres nadaron, pescaron y gastaron de algún que otro precioso sestercio
a cambio de los favores sexuales de las mujeres psylli.
Todos
los legionarios sabían nadar; formaba parte de su adiestramiento, ya que ¿quién
sabía cuándo un general como, por ejemplo, César, podía ordenarles que cruzaran
a nado un lago o un caudaloso río? Desnudos y despreocupados, los hombres se
divirtieron y se atracaron de pescado.
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