El Emperador César ]uliano Magno Augusto al pueblo de los Alejandrinos:
Si no
respetáis a vuestro fundador Alejandro, y, todavía más que a él, al grande y sacratísimo Serapis, ¿cómo no habéis hecho ningún caso del bien público, ni de la humanidad ni de las conveniencias, y añadiría que tampoco de mí mismo, a quien los dioses, y especialmente el gran Serapis, concedieron el derecho de regir el mundo, y a quien debierais dejar el
cuidado de juzgar a vuestros opresores?. Tal vez os arrastraran
la ira y la rabia, que
suelen "cometer cosas terribles tras
expulsar a la razón". Tras reprimir vuestro primer impulso, echasteis a perder luego, con vuestro desprecio a las
leyes, la sabia decisión que habíais adoptado en un primer momento y no os avergonzasteis, como pueblo, de intentar los mismos hechos que os hacían odiosos a vuestros perseguidores. Decidme, por Sarapis: ¿por qué injusticias odiabais a Jorge? Me diréis
que porque excitó a Constancio, de feliz memoria, contra vosotros, y porque, además, introdujo las tropas en el recinto
sagrado, y porque el general de Egipto, al ocupar el sacratísimo templo del dios, lo despojó de las
imágenes, las ofrendas y los ornamentos. Además, como que os indignasteis con razón e intentasteis proteger al dios, o mejor, los tesoros del dios, se atrevió a lanzar contra vosotros a sus soldados, injusta, ilegal e impíamente, obrando, probablemente, mas
por miedo a Jorge que a
Constancio, ya que el
obispo ,le vigilaba porque os trataba desde hacía tiempo moderadamente y de
acuerdo con la constitución, y no de manera tiránica.
Furiosos
por todo ello contra Jorge,
enemigo de los dioses, profanasteis una vez mas la ciudad sagrada, cuando podíais dejar al culpable a merced del voto de los jueces. Así no hubiera habido asesinato ni crimen y el regular curso de la justícia, poniéndoos al abrigo de cualquier reproche, hubiera castigado al autor de
estos imperdonables sacrilegios y dado una lección a cuantos desprecian a los dioses
y no tienen en nada ciudades como ésta y pueblos florecientes, sino que, despreciando su poderío, los abruman con su crueldad.
Comparad
esta carta con la que os había enviado antes y notad la diferencia. ¡Cómo os elogiaba entonces!. Ahora, aunque, por los
dioses, quisiera alabaros, no puedo por culpa de vuestra falta. ¡Un pueblo se atreve a destrozar a un
hombre, como los perros a un lobo, y encima no se avergüenza de presentar a los dioses unas manos ensangrentadas!. "Pero Jorge merecía el castigo que recibió." Sí, y pienso que otro peor y mas cruel aún. "Por nuestra causa' , diréis tal vez. Estoy de acuerdo. Pero si decís: "De nuestras propias
manos", no lo apruebo. Tenéis leyes que
cada cual debe honrar y amar. Y si ocurre de vez en cuando que alguno las infringe, la comunidad debe conservar la legalidad
y observaría y no transgredir
las instituciones sabiamente
establecidas desde un principio.
Habéis
tenido suerte, Alejandrinos, de haberos hechos reos de un crimen tal durante mi reinado. Pues, por veneración al dios y por
consideración a mi tío y
homónimo, que gobierna Egipto y vuestra ciudad, tengo para con vosotros un paternal aprecio. Estad seguros de que una autoridad celosa de su prestigio, un gobierno severo y rígido, no cerraría los ojos ante las faltas de un pueblo desvergonzado, sino que curaría una penosa enfermedad con un remedio mas duro todavía. Pero yo, por las causas de que ya os he
hablado, prefiero usar un
tratamiento mas suave: una
exhortación y unos razonamientos. No creo que nada surta mejor
efecto en vosotros, si, como
he oído decir, sois griegos de viejo abolengo
y este timbre de gloria
ha dejado sus rasgos hasta
el día de hoy en vuestro espíritu y costumbres.
Entregad esto a mis ciudadanos de Alejandría.
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