73. A
lo que parece, no fue tan inesperado como poco precavido el hado de Cesar,
porque se dice haber precedido maravillosas señales y prodigios. Por lo que
hace a los resplandores y fuegos del cielo, a las imágenes nocturnas que por
muchas partes discurrían y a las aves solitarias que volaban por la plaza,
quizá no merecen mentarse como indicios de tan gran suceso. Estrabón el
filosofo refiere haberse visto correr por el aire muchos hombres de fuego, y
que el esclavo de un soldado arrojo de la mano mucha llama, de modo que los que
le veían juzgaban se estaba abrasando, y cuando ceso la llama se hallo que no
tenia ni la menor lesión. Habiendo Cesar hecho un sacrificio, se desapareció el
corazón de la victima, cosa que se tuvo a terrible agüero, porque por naturaleza
ningún animal puede existir sin corazón. Todavía hay muchos de quienes se puede
oír que un agorero le anuncio aguardarle un gran peligro en el día del mes de
marzo que los romanos llamaban los idus. Llego el día, y yendo Cesar al Senado
saludo al agorero, y como por burla le dijo: "Ya han llegado los idus
de marzo",
a lo que contesto con gran reposo: "Han llegado, si; pero no
han pasado." El día antes lo tuvo a cenar Marco Lépido, y
estando escribiendo unas cartas, como lo tenia de costumbre, recayó la
conversación sobre cual era la mejor muerte, y Cesar, anticipándose a todos,
dijo: "La
no esperada." Acostado después, con su mujer, según solía,
repentinamente se abrieron todas las puertas y ventanas de su cuarto, y turbado
con el ruido y la luz, porque hacia luna clara, observo que Calpurnia dormía
profundamente, pero que entre sueños prorrumpía en voces mal pronunciadas y en
sollozos no articulados, y era que le lloraba teniéndolo muerto en su regazo.
Otros dicen que no era esta la visión que tuvo la mujer de Cesar, sino que
estando incorporado con su casa un pináculo, que, según refiere Livio, se le
había decretado por el Senado para su mayor decoro y majestad, lo vio entre
sueños destruido, sobre lo que se acongojo y lloro. Cuando fue de día rogó a
Cesar que si había arbitrio no fuera al Senado, sino que lo dilatara para otro
día; y si tenia en poco sus sueños, por sacrificios y otros medios de
adivinación examinara qué podría ser lo que conviniese. Entro también Cesar, a
lo que parece, en alguna sospecha y recelo, por cuanto, no habiendo visto antes
en Calpurnia señal ninguna de superstición mujeril, la advertía entonces tan
afligida; y cuando los agoreros, después de haber hecho varios sacrificios le
anunciaron que las señales no eran faustas, resolvió enviar a Antonio con la
orden de que se disolviera el Senado.
74.
En esto, Decio Bruto, por sobrenombre Albino, en quien Cesar tenia gran
confianza, como que fue por el nombrado heredero en segundo lugar, pero que con
el otro Bruto y con Casio tenia parte en la conjuración, recelando no fuera que
si Cesar pasaba de aquel día la conjuración se descubriese, comenzó a
desacreditar los pronósticos de los adivinos y a hacer temer a Cesar que podría
dar motivo de quejas al Senado contra si, pareciendo que le miraba con
escarnio; pues que si venia era por su orden y todos estaban dispuestos a
decretar que se intitulara rey de todas las provincias fuera de Italia, y fuera
de ella llevara la diadema por tierra y por mar: "Y si estando ya sentados
-añadió ahora se les diera orden de retirarse, para volver cuando Calpurnia
tuviese sueños más placenteros, que serian lo que dijesen los que no le miraban
bien? .De quien de sus amigos oirían con paciencia, si quería persuadirles, que
aquello no era esclavitud y tiranía? Y si absolutamente era su animo mirar como
abominable aquel día, siempre seria lo mejor que fuera, saludara al Senado y
mandara sobreseer por entonces en el negocio." Al terminar este
discurso tomo Bruto a Cesar de la mano y se lo llevo consigo. Estaban aun a
corta distancia de la puerta, cuando un esclavo ajeno porfiaba por llevarse a
Cesar; más dándose por vencido de poder penetrar por entre la turba de gentes
que rodeaba a Cesar, por fuerza se entro en la casa y se puso en manos de
Calpurnia, diciéndole que le guardase hasta que aquel volviera, porque tenia
que revelarle secretos de grande importancia.
75. Artemidoro, natural de Cnido, maestro de lengua
griega, y que por lo mismo había contraído amistad con algunos de los
compañeros de Bruto, hasta estar impuesto de lo que se tenia tramado, se le
presento trayendo escrito en un memorial lo que quería descubrir; y viendo que
Cesar al recibir los memoriales los entregaba al punto a los ministros que
tenia a su lado, llegándose muy cerca le dijo a Cesar: "Léelo
tu solo y pronto, porque en el están escritas grandes cosas que te interesan."
Tómalo, pues, Cesar, y no le fue posible leerlo, estorbandoselo el tropel de
los que continuamente llegaban, por más que lo intento muchas veces; pero
llevando y guardando siempre en la mano aquel solo memorial, entro en el
Senado. Algunos dicen que fue otro el que se lo entrego, y que a Artemidoro no
le fue posible acercarse, sino que por todo el transito fue estorbado de la
muchedumbre. Todos estos incidentes pueden mirarse como naturales, sin causa
extraordinaria que los produjese ; pero el sitio destinado a tal muerte y a tal
contienda, en que se reunió el Senado, si se observa que en él había una
estatua de Pompeyo y que por este había sido dedicado entre los ornamentos
accesorios de su teatro, parece que precisamente fue obra de algún numen
superior el haber traído allí para su ejecución semejante designio. Así, se
dice que Casio, mirando a la estatua de Pompeyo al tiempo del acometimiento, le
invoco secretamente, sin embargo de que no dejaba de estar imbuido en los
dogmas de Epicuro, y es que la ocasión, según parece, del presente peligro
engendro un entusiasmo y un afecto contrarios a la doctrina que había abrazado.
A Antonio, amigo fiel de Cesar y hombre de pujanza, lo entretuvo afuera Bruto
Albino, moviendole de intento una conversación que no podía menos de ser larga.
Al entrar Cesar, el Senado se levanto, haciéndole acatamiento; pero de los
socios de Bruto, unos se habían colocado detrás de su silla y otros le habían
salido al encuentro como para tomar parte con Tulio Cimbro en las suplicas que
le hacia por un hermano que estaba desterrado, y, efectivamente, le rogaban
también, acompañándole hasta la silla. Sentado que se hubo, se negó ya a
escuchar ruegos, y como instasen con mas vehemencia se les mostró indignado, y
entonces Tulio, cogiéndole la toga con ambas manos, la retiro del cuello, que
era la señal de acometerle. Casca fue el primero que le hirió con un puñal
junto al cuello; pero la herida que le hizo no fue mortal ni profunda, turbado,
como era natural, en el principio de un empeño como, era aquel; de manera que,
volviéndose Cesar, le cogió y le detuvo el puñal, y a un mismo tiempo
exclamaron ambos, el ofendido, en latín: "Malvado Casca, ¿que
haces?",
y el ofensor, en griego, a su hermano "Hermano, auxilio."
Como este fuese el principio, a los que ningún antecedente tenían les causo
gran sorpresa y pasmo lo que estaba pasando, sin atreverse ni a huir ni a
defenderlo, ni siquiera a articular palabra. Los que se hallaban aparejados
para aquella muerte, todos tenían las espadas desnudas, y hallándose Cesar
rodeado de todos ellos, ofendido por todos y llamada su atención a todas
partes, porque por todas solo se le ofrecía hierro ante el rostro y los ojos,
no sabia adonde dirigirlos, como fiera en manos de muchos cazadores, porque
entraba en el convenio que todos habían de participar y como gustar de aquella
muerte, por lo que Bruto le causo también una herida en la ingle. Algunos dicen
que antes había luchado, agitándose acá y allá, y gritando; pero al ver a Bruto
con la espada desenvainada, se echo la ropa a la cabeza y se presto a los
golpes, viniendo a caer, fuese por casualidad o porque le impeliesen los
matadores, junto a la base sobre que descansaba la estatua de Pompeyo, que toda
quedo manchada de sangre; de manera que parecía haber presidido el mismo
Pompeyo al suplicio de su enemigo, que tendido expiraba a sus pies, traspasado
de heridas, pues se dice que recibió veintitrés; muchos de los autores se
hirieron también unos a otros, mientras todos dirigían a un solo cuerpo tantos
golpes.
( Plutarco )
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