No es
extraño que esta gente vea a sus dioses en parte como humanos y en parte como
animales, ya que el Nilo es un mundo propio, y los animales están perfectamente
integrados en el ciclo humano.
El cocodrilo, el hipopótamo y el chacal son
bestias temibles: el cocodrilo acecha para atacar a un pescador imprudente, un
perro o un niño; el hipopótamo sale a la orilla y destruye los cultivos con su
bocaza y sus enormes patas; el chacal entra furtivamente en las casas y se
lleva niños recién nacidos y gatos. Por tanto Sobek, Taueret y Anubis son
dioses malvados.
En
tanto que Basted el gato come ratas y ratones; Orus el halcón hace lo mismo,
Thoh el Ibis come plagas de insectos; Hathor la vaca proporciona carne, leche y
trabajo; Cnum el carnero fecunda a las ovejas que dan carne, leche y lana.
Para los egipcios, arrinconados en su estrecho
valle y mantenidos sólo por su río, los dioses deben ser tanto animales como
humanos. Aquí comprenden que el hombre es también un animal.
Y
Amón-Ra, el sol, brilla todos los días del año; para nosotros, la luna
significa lluvia o el ciclo de las mujeres o cambios de humor, mientras que
para ellos, la luna forma parte de Nut, el cielo nocturno del que nació la
tierra.
Para
nosotros los romanos, los dioses son fuerzas que crean caminos que comunican
dos universos distintos; ellos los egipcios en cambio no viven en esa clase de
mundo. Aquí reinan el sol, el cielo, el río, lo humano y lo animal. Una
cosmología sin conceptos abstractos.
Muchos
de los animales que se ven en Egipto son sagrados, a veces los veneran en una
sola población, a veces en todas partes. En mi viaje en el Filopator del Nilo,
el barco de recreo de Cleopatra, en una de las poblaciones costeras observé la
visión de Suchis, un gigantesco cocodrilo sagrado viviente, al que los
sacerdotes del templo nutrían a la fuerza con pasteles de miel, carne asada y
vino dulce, que provocó mis carcajadas.
La criatura de diez metros de largo estaba tan
harta de comida, que en vano intentaba escapar de los sacerdotes que la
alimentaban; éstos le abrían las fauces y le embutían más comida por la
garganta mientras la bestia gemía.
También
vi al buey Buchis, al buey Apis, a sus madres, vi los templos en que llevaban
sus regaladas vidas. Los bueyes sagrados, sus madres, los ibis y los gatos eran
momificados al morir, y puestos a descansar en vastos túneles y cámaras
subterráneos.
A mí los gatos y los ibis me parecían
extrañamente tristes, centenares de miles de pequeñas figuras envueltas en
ámbar, secas como el papel, rígidas, inmóviles, cuyos espíritus vagaban en el
reino de los muertos.
Que interesantes los comentarios de Cesar ja ja como veía el al mundo de los egipcios y a sus dioses
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