A lo largo de mi vida, he
dejado a medio millón de personas sin hogar. Por mi causa han muerto
cuatrocientas mil mujeres y niños. He matado a más de un millón de hombres en
los campos de batalla. He amputado manos. He vendido a otro millón de hombres, mujeres
y niños para la esclavitud. Pero todo lo que he hecho ha sido sabiendo que
antes había negociado tratados, buscado la reconciliación, mantenido mi palabra
en cualquier acuerdo. Y cuando he destruido algo, lo que he dejado detrás
beneficia a las generaciones futuras en mucha mayor medida que el daño
provocado, las vidas a las que he puesto fin o he arruinado.
¿Acaso crees, Cleopatra, que no veo en mi imaginación la suma
total de la devastación y los desastres que he causado? ¿Crees que no me duele?
¿Crees que vuelvo la vista atrás sin pesar? ¿Sin dolor? ¿Sin arrepentimiento?. Si es así, te equivocas. El recuerdo de la crueldad
es mal consuelo en la vejez, pero sé de buena fuente que no viviré para llegar
a viejo. Te lo repito, faraona: gobierna a tus súbditos con amor, y nunca
olvides que es sólo un azar del nacimiento lo que te hace distinta de una de
esas mujeres que revuelven entre los escombros de esta ciudad asolada. Tú crees
que Amón-Ra te asignó tu puesto; a mí me consta que fue un accidente del
destino.
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