Sin embargo, esta vez César tuvo suerte. Acompañaba a Ptolomeo su esposa Nisa, hija de Mitrídates. Si César hubiese conocido la fisonomía de los mitridáticos, hubiera reconocido en la joven a un auténtico miembro del linaje: grande, rubia y de ojos dorados verdosos. Ese colorido y su voluptuosidad eran su principal atractivo, más que una auténtica belleza, pero a César le resultó atractiva de inmediato; y ella demostró ser sensible al encanto de César. Y cuando la absurda entrevista con Ptolomeo dio fin, fue ella quien acompañó del brazo al huésped de su marido a mostrarle el lugar en que la diosa Afrodita había surgido del mar para sembrar en tierra su divino desorden.
-Era mi bisabuela, treinta y nueve generaciones atrás -comentó César, acodado en la balaustrada de mármol que marcaba en la orilla el lugar del nacimiento de la diosa.
-¿Quién? ¿Afrodita? ¡No es posible!
-Claro que sí. Yo desciendo de su hijo Eneas.
-¿Ah, sí?
-Ciertamente, princesa.
-Entonces perteneces al Amor
-Nunca me lo habían dicho de esa manera, princesa, pero tiene lógica
-¡Claro que eres del Amor teniendo tal antepasada!
-Es notable que el mar produzca tanta espuma en este lugar y no en el resto de la orilla; aunque no entiendo la razón. ¿No ves? .Más allá de la balaustrada no hay espuma.
-Se dice que ella la dejó aquí para siempre.
-Entonces es que las burbujas son su esencia . Tengo que bañarme en su esencia, princesa.
-Si no fueses descendiente te prevendría
-¿Prohíbe la religión bañarse aquí?
-No está prohibido, pero no es prudente. Tu augusta antepasada ha castigado a algunos bañistas con la muerte.
Regresó indemne del chapuzón y vio que ella había extendido el vestido sobre las ásperas hierbas de la orilla y le esperaba tendida. En el reverso de la mano le quedaba una burbuja, y él se agachó para hacerla estallar sobre su liso y virginal ombligo; ella rió y se sobresaltó presa de un temblor incontrolable.
-Quemado por Venus -dijo él tumbándose a su lado, húmedo y estimulado por la misteriosa espuma. Acababa de ser ungido por Venus, que además había dispuesto entregarle a aquella magnífica mujer, hija de un gran rey y sólo suya, como descubrió al penetrarla. Amor y poder: la combinación suprema.
-Quemada por Venus -dijo ella, estirándose como una enorme gata dorada.
-Conoces el nombre romano de Afrodita
-Roma llega muy lejos.
La burbuja se desinfló, pero no por lo que ella acababa de decir, sino porque había concluido el mágico momento. César se puso en pie; no le gustaba permanecer echado una vez consumado el amor.
-Bien, Nisa, hija de Mitrídates, ¿usarás de tu influencia para ayudarme a conseguir esa escuadra?
-Qué hermoso eres - Sin nada de vello; como un dios.
-Igual que tú.
-Todas las mujeres de la corte vamos depiladas, César.
-¿Los hombres no?
-¡No, duele bastante!
Él se echó a reír. Se puso la túnica, se ató los zapatos y comenzó el laborioso engorro de hacerse los pliegues de la toga sin ayuda.
-¡Vamos, mujer, arriba! . Hay que conseguir una escuadra y convencer a tu esposo de que lo único que hemos hecho es contemplar la espuma del mar.
-¡Ah, él! . Le da igual lo que hayamos hecho. Habrás notado que era virgen.
-Indudablemente.
-Creo que de no ser por mis influencias para ayudarte a conseguir la escuadra ni me habrías
mirado.
-Tengo que rebatir lo que dices. En cierta ocasión se me acusó de hacer lo mismo para conseguir otra escuadra, y lo que dije entonces sigue siendo cierto: preferiría atravesarme con mi espada que recurrir a trucos de mujer para conseguir mis fines. Pero tú, encantadora princesa, has sido un regalo de la diosa, que es algo muy distinto.
-¿No te has ofendido?
-En absoluto, aunque por tu sensibilidad te lo haya parecido. ¿Has heredado el buen sentido de tu padre?
-Quizás él es listo, pero también tonto.
-¿En qué?
-Por su torpeza en no saber escuchar los consejos que le dan César, me alegro mucho de que hayas venido a Pafos. Estaba harta de ser virgen.
-Pues lo eras. ¿Por qué te has unido precisamente a mí?
-Tú eres descendiente de Afrodita, y por lo tanto más que un simple mortal. ¡Yo soy hija de rey y no puedo entregarme a un hombre cualquiera!
-Es un honor para mi.
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