(...) Conviene, pues, tener siempre en la mente estas dos máximas: la una
es que , puesto que todas las cosas, desde una eternidad, se presentaron con el
mismo semblante, y siguieron el mismo curso y giro, al contemplarlas ciento,
doscientos años, o un tiempo limitado, en realidad, no se diferencia en nada.
La otra es que, el que hubiere de vivir una vida muy larga, y el que hubiere de
morir muy pronto, igual momento de vida pierden; porque únicamente podían ser
privados del tiempo presente que sólo gozaban, visto que nadie pierde lo que no
posee.
(...) Es necesario tener bien entendido qué cosa sea morir; porque, si uno
lo considera como ello es en sí, procurando con una precisión exacta en sus
ideas separar de la muerte los horrores y espantos que abulta la imaginación,
verá claramente que el morir no viene a ser otra cosa que un efecto propio de
la naturaleza, y claro está que es cosa pueril, si alguno teme los efectos de
la naturaleza.
(...) La muerte es el fin y el descanso de las impresiones de los
sentidos, de la agitación, del apetito, del discurso de la mente, de la
servidumbre y cuidado cerca del cuerpo.
(...) Piensa en qué estado de cuerpo y alma conviene que te coja la
muerte; reflexiona sobre la brevedad de la vida, la inmensidad del tiempo
pasado y lo indeterminable del venidero, como también en la poca consistencia
de todo lo que es material.
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