jueves, 25 de junio de 2015

UN MUY ENOJADO DICTADOR CAYO JULIO CÉSAR REPROCHA A MARCO ANTONIO SU MALA GESTIÓN COMO MAESTRO DEL CABALLO



(...) Hiciste entrar a soldados profesionales en el Foro romano y les ordenaste utilizar las espadas para atacar a hombres armados con porras de madera. Organizaste una matanza. Asesinaste a ciudadanos romanos en su lugar de reunión. Ni siquiera Sila tuvo la temeridad de hacer una cosa así. ¿Tal vez el hecho de que fueras requerido para empuñar la espada contra otros romanos en el campo de batalla justifica el que hayas convertido el Foro romano en un campo de batalla? ¡El Foro romano, Antonio! Has ensuciado con sangre de los ciudadanos las piedras que pisó Rómulo. El Foro de Rómulo, de Curtio, de Oratio Cocles, de Fabio Máximo Verrucoso Cuncpator, de Apio Claudio Ceco, de Escipión el Africano, de Escipión Emiliano, de un millar de romanos más nobles que tú, más capacitados, más reverenciados. Has cometido un sacrilegio, Antonio ...

 

(...)  -¡Siéntate, pedazo de ignorante! Cierra esa boca rebelde, o te caparé aquí mismo, y no creas que no soy capaz de hacerlo. ¿Te las das de guerrero, Antonio? Comparado conmigo eres un principiante. ¡Montando un precioso caballo con la armadura de desfile de un soldado vanidoso! No te colocas en la primera fila, nunca lo has hecho. Podría arrebatarte ahora mismo la espada y cortarte en pedazos.

 

(...)¿Cómo te atreves a olvidarte de quién eres exactamente? Tú, Antonio, eres una creación mía: yo te hice y yo puedo acabar contigo. Si no fuera por nuestros lazos de sangre, te habría desechado en favor de una docena de hombres más eficaces e inteligentes. ¿Era mucho pedir que te comportaras con un poco de discreción, con un poco de sentido común? Es obvio que pedía demasiado. Además de un necio, eres un carnicero, y tu comportamiento ha complicado infinitamente mi labor en Roma. He recibido en herencia tu carnicería. Desde el instante en que crucé el Rubicón, mi política con los romanos ha sido la clemencia, pero ¿cómo describes esta masacre? No, César no puede confiar en que su Maestro del Caballo se comporte como un romano auténtico, educado, civilizado. ¿Cómo aprovechará Catón esta masacre cuando se entere? ¿O Cicerón? Has echado a perder mi clemencia, y no te doy las gracias por ello.

 

(...)  Había al menos cincuenta maneras de atajar la violencia en el Foro sin romper más de una o dos cabezas. ¿Por qué no armaste a la Décima con escudos y estacas, como hizo Cayo Mario cuando redujo a la muchedumbre mucho más numerosa de Saturnino? ¿No se te ocurrió pensar que al ordenar semejante matanza a la Décima, traspasaste una parte de tu culpabilidad a tus hombres? ¿Cómo voy a explicarles estas cosas a ellos, por no hablar ya de la población civil?. Nunca olvidaré ni perdonaré tu acción. Más aún, ésta me indica que te complace utilizar el poder de un modo que podría resultar peligroso no sólo para el Estado sino también para mí.

 

(...)-Entiendo por qué elegiste residir en la casa de Pompeyo: tienes un gusto tan vulgar como el de Magno. Pero ten la bondad de trasladarte otra vez a tu propia casa, Antonio. En cuanto disponga de tiempo, sacaré a subasta la morada de Magno, así como el resto de sus propiedades. Las propiedades de aquellos que no hayan sido indultados después de que yo haya puesto fin a la resistencia en la provincia de África pasarán al Estado, aunque algunas pueden ser adjudicadas antes. Pero no se venderán para beneficio de mis propios hombres o mis mercenarios. No tendré a mi servicio a ningún Crisógono, ese ruín secretario que robaba a su amo Sila. Si encuentro a uno, no serán  necesarios Cicerón y un tribunal para hacerlo caer en desgracia. Procura no robar a Roma. Devuelve la plata al erario, que es donde debe estar. Puedes irte. Espera, un momento, a propósito: ¿cuántas pagas atrasadas se les deben a mis legiones?

 


(...) No lo sabes sobre las pagas retrasadas a las legiones, y sin embargo te llevaste la plata. Toda la plata. Como Maestro del Caballo que eres, te sugiero que digas a los pagadores de las legiones que me presenten sus libros directamente a mí aquí en Roma. Cuando trajiste a las legiones de regreso a Italia recibiste órdenes de que les pagaras en cuanto estuvieran en el campamento. ¿No han cobrado nada desde que regresaron?, ¡maldito Antonio!, no sé cómo pude confiar en ti, y me has decepcionado en todos los sentidos.  

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