Hace
dos días ocuparon sus cargos Quinto Fufio Caleno y Publio Vatinio Representa un
gran alivio ver que Roma está en manos de sus principales magistrados, los dos
cónsules y ocho pretores. Los tribunales estarán en activo, los comitia se
celebrarán de la manera prescrita. He convocado esta sesión para informaros,
padres conscriptos, de que dos legiones amotinadas, la Décima y la Duodécima,
marchan en estos momentos en dirección a Roma, según el Maestro del Caballo con
intenciones asesinas.
Intenciones
asesinas. Para asesinarme a mí, por lo visto. En vista de esto, deseo ser menos
importante para Roma. Si el dictador muriera víctima de sus propias tropas,
acaso nuestro país desapareciera. Nuestra querida Roma podría llenarse una vez
más de ex gladiadores y otros rufianes. El comercio se hundiría drásticamente.
Las obras públicas, tan necesarias para el pleno empleo y los contratistas,
podrían interrumpirse, en especial aquellas que pago yo personalmente. Los
juegos y festivales de Roma podrían desaparecer. Júpiter óptimo Máximo podría
mostrar su desagrado lanzando un rayo para demoler su templo. Vulcano podría
castigar a Roma con un terremoto. Juno Sospita podría descargar su ira en los
niños aún no nacidos de Roma. El erario podría
vaciarse de la noche a la mañana. El padre Tíber podría desbordarse y verter
las aguas residuales en las calles. Pues el asesinato del dictador es un acontecimiento
cataclísmico.
En
cambio ,el asesinato de un privatus tiene poca trascendencia pública.
Por tanto, padres conscriptos del viejo y sagrado Senado de Roma, renuncio en
este momento a mi imperium maius y al cargo de dictador. Roma tiene dos
cónsules legítimamente elegidos que han jurado sus cargos según los rituales
prescritos, y ningún sacerdote ni augur ha puesto objeción alguna. Gustosamente
dejo Roma en sus manos.
A mis
lictores Fabio, Cornelio y todos los demás, os agradezco muy sinceramente
vuestras atenciones a la persona del dictador y os aseguro que si vuelvo a ser
elegido para un cargo público, solicitaré vuestros servicios. Toma de mi parte
ese pequeño donativo, esa bolsa mía que te entrego con dinero, Fabio, que
debéis repartiros en la proporción habitual. Ahora volved al colegio de
lictores.
Senadores,
mientras venía hacia aquí he redactado
una lex curiata para confirmar el hecho de que he renunciado a mis
poderes dictatoriales. Roma ya tiene cónsules y pretores en el ejercicio de sus
funciones. Ahora son ellos los responsables del bienestar de Roma.
Naturalmente,
no espero que los cónsules me hagan el trabajo. Me reuniré con las dos legiones
amotinadas en el Campo de Marte y descubriré por qué están tan resueltas a
causar no sólo mi destrucción, sino también la suya.
Pero me reuniré con ellos
como privatus, como una persona no más importante que ellos. Y que el
resto dependa de lo que allí ocurra. Ya he renunciado, con lex curiata incluida.
Gracias.
Por consiguiente, el dictador ha dimitido. A
partir de ese momento, el cargo de Maestro del Caballo ejercido hasta el
momento por Marco Antonio deja de existir también. Ahora Marco Antonio también
es un privatus. Ahora ya podrás marcharte, Antonio. ¿Creiste que me podías
engañar en mi ausencia ejerciendo de Maestro del Caballo de cualquier manera,
primo?. No eres lo bastante inteligente para eso. Ahora sé ya lo suficiente
para comprender que no eres digno de confianza, que no puede uno fiarse de ti,
que eres de hecho lo que tu tío Lucio César dice de ti: un descontrolado.
Nuestra relación política y profesional ha terminado, y nuestra relación de
consanguinidad es una humillación, un motivo de vergüenza. Apártate de mi
vista, Antonio. Y no vuelvas a presentarte ante mí. Eres un simple privatus,
y privatus te quedarás. ¡Ah!, y si algún día te necesito, Antonio, te utilizaré.
Pero siempre seré muy consciente de que no eres de fiar. Así que no vuelvas a
darte demasiadas ínfulas. No estás a la altura de un hombre pensante. ¡Márchate
ya, Antonio!.
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