Los
idus de octubre marcaban el final de la época de campañas, y ese día se
celebraba una carrera sobre el césped del Campo de Marte, ante las Murallas
Servias de la Roma republicana.
Los
mejores caballos de guerra del año se enganchaban a pares a los carros y se
conducían al galope; el animal del lado derecho del par ganador se convertía en
el Caballo de Octubre, y el flamen Martialis, el sacerdote de Marte,
dios de la guerra, lo sacrificaba ritualmente con una lanza. A continuación se
cortaban la cabeza y los genitales del caballo. Los genitales se trasladaban de
inmediato al hogar sagrado de la Regia, el templo más antiguo de Roma, para verter
allí su sangre, y se les entregaban a las Vírgenes Vestales, quienes los
incineraban en la llama sagrada de Vesta; después, esas cenizas se mezclaban
con la masa de los pasteles que se ofrecían en el aniversario de la fundación
de Roma por su primer rey, Rómulo. La cabeza decorada se arrojaba entre dos
equipos de ciudadanos humildes, uno del barrio de Subura y el otro del barrio
de Sacra Via, que pugnaban denodadamente por su posesión. Si vencían los de
Subura, la cabeza se clavaba en la Torre Mamilia; si ganaban los de Sacra Via,
la cabeza se clavaba en el muro exterior de la Regia.
En
este ritual, tan antiguo que nadie recordaba su origen, lo mejor de Roma se
sacrificaba a los poderes gemelos que la regían: la guerra y la tierra. A éstos
la ciudad debía su fuerza, su prosperidad, su eterna gloria. La muerte del
Caballo de Octubre era a la vez un duelo por el pasado y una visión del futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario