Tras
perder la ciudad de Atenas una guerra contra el rey Minos, se le impuso
como tributo el envío, cada nueve años, de siete doncellas y siete donceles en
la flor de la vida, destinados a ser devorados por el Minotauro. Cuando
debía cumplirse por tercera vez tan humillante obligación, el príncipe
ateniense Teseo, con el consentimiento, aunque de mal grado, de su padre
el rey Egeo, se hizo designar como uno de los siete jóvenes, con el
propósito de dar muerte al Minotauro, acabar así con el periódico sacrificio y
liberar a los atenienses de la tiranía de Minos.
Ariadna, hija de Minos y de Pasífae,
se enamoró de él y le enseñó el sencillo ardid de ir desenrollando un hilo a
medida que avanzara por el laberinto para poder salir más tarde. Teseo mató al
Minotauro, volvió siguiendo el hilo hasta Ariadna y huyó con ella de Creta.
Esta
leyenda contiene, al lado de sus elementos fabulosos, una base verídica. El
nombre personal del legendario rey se derivó del título que usaban los
soberanos cretenses, apareciendo Minos como la personificación de todos lo
"minos" de Creta. El Minotauro es una reminiscencia del culto que se
rendía al toro como encarnación de la divinidad. La idea del laberinto hace
recordar la complicada construcción de los palacios cretenses. Los atenienses
consideraban este relato como historia verdadera. Durante siglos conservaron,
sometiéndolo a continuas reparaciones, el barco en que Teseo había partido para
Creta y que usaban como navío sagrado para llevar cada año la embajada que
asistía a las fiestas de Apolo en Delfos.
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