El curso de mi canción me ha conducido
al altar de la Paz. Ven, Paz, con tus delicados tirabuzones coronados por
laureles accios, y deja que tu gentil presencia permanezca en todo el mundo. De
tal modo que nunca haya enemigos, ni hambre de triunfos, tú debes ser para nuestros
jefes una gloria mayor que la guerra. ¡Ojalá que el soldado solo tenga que
portar armas para controlar al agresor armado!. ¡Ojalá que el mundo cercano y
lejano tema a los hijos de Eneas y si hubiera tierra que no temiera a Roma, que
la ame!.
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