Entonces lo comprendió, con el
terror de una súbita catástrofe natural como una avalancha, un terremoto, un
diluvio: «¡Lo amo!» Lo acunó protectoramente, besó su rostro, sus manos, sus
muñecas y, estupefacta, comprendió la identidad de esa nueva emoción que había
entrado en ella con tanto sigilo, la había invadido, la había conquistado. «¡Lo
amo, lo amo!. ¡Oh, pobre Marco Antonio, al final has obtenido tu revancha!. Te
amo tanto como tú me amas a mí: absoluta e ilimitadamente. Mi amurallado
corazón se ha rajado, se ha abierto, para admitir a Marco Antonio, y la cuña
que lo hizo fue su propio amor por mí. Él me ha ofrecido su espíritu romano, ha
salido a una noche tan negra y densa que no ve más allá de mí. Yo, al aceptar
su sacrificio, he llegado a amarlo. Lo que el futuro nos depare es el mismo
futuro para ambos. No ¿no abandonarlo.»
- ¡Oh, Antonio, te quiero!
-gritó ella y lo abrazó.
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