Escribo
esto desde Aquilea, después de ocuparme de Iliria. De ahora en adelante me
moveré hacia el oeste a través de la Galia Cisalpina. Los asuntos se han ido
amontonando en las sesiones jurídicas regionales. No es de sorprender, ya que
me vi obligado a permanecer al otro lado de los Alpes el invierno pasado.
Magno,
mis informadores en Roma insisten en que nuestro viejo amigo Publio Clodio piensa
distribuir esclavos manumitidos entre las treinta y cinco tribus de hombres
romanos una vez que sea elegido pretor. Esto no se puede permitir, y estoy
seguro de que estarás de acuerdo conmigo en este punto. De lo contrario Roma
caería en manos de Clodio para el resto de sus días. Ni tú, ni yo, ni ningún
hombre, desde Catón hasta Cicerón, sería capaz de oponerse a Clodio a menos que
hubiera una revolución.
Y si
ocurriera, desde luego habría una revolución. Y Clodio sería vencido y
ejecutado, y los esclavos manumitidos volverían a ser puestos en el lugar que
les corresponde. No obstante, no creo que tú desees esa clase de solución, como
tampoco la quiero yo. Mucho mejor, y mucho más fácil, es que Clodio no llegue
nunca a pretor.
No
tengo la presunción de decirte qué hacer. Sólo quiero que estés seguro de que
yo estoy tan en contra del hecho de que Clodio sea elegido pretor como tú y
todos los demás hombres romanos.
Te
envío saludos y felicitaciones.
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