Las madres de familia arrojaban vestidos y plata desde lo
alto de la muralla, y con los pechos al desnudo, abalanzadas hacia delante,
extendían los brazos hacia los romanos, suplicándoles que se apiadasen y que,
al contrario de lo que habían hecho en Avaricum, las perdonasen a ellas y a sus
hijos; algunas, sostenidas por las manos de otras, bajaban de la muralla y se
entregaban a los soldados. Lucio Fabio, centurión de la Legión VIII que, según
aseguraban, aquel mismo día, había declarado a sus hombres que le enardecían
las recompensas de la jornada de Avaricum, y que no permitiría que nadie
escalara la muralla antes que él, tomó a tres de sus soldados y, con su ayuda,
subió a la muralla; él, a su vez, fue tirando a ellos, uno a uno, y los izó
hasta arriba.
( César en "La Guerra de las Galias" )
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