Honorable
cónsul, censores, magistrados, consulares y senadores ¡Es hora de que acabemos
de una vez para siempre con las llamadas misiones militares especiales! Todos
sabemos por qué el dictador Sila incorporó esa cláusula en su enmienda a la constitución:
para poder utilizar los servicios de un hombre que no pertenecía a este augusto
y venerable cuerpo; un caballero de Picenum que tuvo la presunción de reclutar
y acaudillar tropas al servicio de Sila cuando contaba poco más de veinte años,
y que, una vez que hubo probado la dulzura de la descarada
inconstitucionalidad, continuó adhiriéndose a ella... ¡aunque se negó a
adherirse al senado! Cuando Lépido se sublevó, él ocupó la Galia Cisalpina, y
tuvo incluso la temeridad de ordenar la ejecución de un miembro de una de las
mejores y más antiguas familias de Roma: Marco Junio Bruto, cuya traición, si
es que realmente puede considerarse como tal, la determinó este cuerpo al
incluir a Bruto en el decreto que ponía a Lépido fuera de la ley. ¡Un decreto
que no le daba
a Pompeyo el derecho de hacer que un secuaz le cercenase la cabeza a Bruto en
el mercado de Regium Lepidum! ¡Ni de incinerar la cabeza y el cuerpo, y luego
enviar las cenizas desenfadadamente a Roma con una nota breve y semianalfabeta
de explicación!
Después
de lo cual, Pompeyo mantuvo sus preciadas legiones picentinas en Módena hasta que
obligó al Senado a que le encomendara a él, ¡que no era senador ni magistrado!,
la misión de ir a Hispania con imperium proconsular, gobernar la parte
de la provincia más cercana en nombre del Senado y hacer la guerra contra
Quinto Sertorio. Cuando durante todo el tiempo, padres conscriptos, teníamos en
la provincia ulterior un hombre eminente de adecuada familia y circunstancias,
el buen Quinto Cecilio Metelo, pontífice máximo, que ya combatía contra
Sertorio. ¡Un hombre que, añado, hizo más por derrotar a Sertorio de lo que
nunca hiciera este extraordinario y no senatorial Pompeyo! ¡Aunque fuese
Pompeyo quien se llevó la gloria, quien recogió los laureles!
Y
luego, ¿qué hace este don nadie picentino, Pompeyo, cuando regresa a nuestro
amado país? ¡Contra lo estipulado en la
constitución, trae a su ejército a través del Rubicón y entra en Italia, donde
lo asienta y procede a chantajearnos para que permitamos que se presente a
cónsul! No tuvimos otra elección. Pompeyo se convirtió en cónsul. ¡Y aun hoy,
padres conscriptos, me niego con todas las fibras de mi ser a otorgarle ese abominable
nombre de Magnus que él mismo se concedió! ¡Porque él no es grande! ¡Es un
forúnculo, un carbúnculo, una pútrida llaga infectada en el maltratado pellejo
de Roma!
¿Cómo
se atreve Pompeyo a dar por supuesto que puede volver a chantajear a este
cuerpo de nuevo? ¿Cómo osa poner en esto a su secuaz Gabinio, ese lameculos?
Imperio ilimitado, fuerzas ilimitadas y dinero ilimitado. ¡Por favor! ¡Cuando
durante todo este tiempo el Senado tiene un comandante muy capaz en Creta que
está haciendo un excelente trabajo! Repito, ¡un excelente trabajo! ¡Excelente,
excelente! . Yo os digo,
colegas miembros de esta Cámara, que nunca consentiré en que se otorgue ese
mando. ¡No importa el nombre que quiera dársele! ¡Sólo en nuestra época ha
tenido Roma que recurrir al imperium ilimitado, al mando sin límites!
¡Son anticonstitucionales, desmedidos e inaceptables! ¡Nosotros limpiaremos el
Mar Nuestro de piratas, pero lo haremos al estilo romano, no al estilo picentino!
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