Bien,
César, qué campaña. Los dos reyes han caído y todo parece marchar bien. No comprendo
por qué Lúculo tardó tanto tiempo. Fíjate, él no podía controlar a sus tropas,
y sin embargo yo tengo a todos los hombres que sirvieron bajo su mando y nunca
se quejan de nada. Marco Silio te manda recuerdos; un buen hombre, por cierto.
Qué
lugar tan extraño es el Ponto. Ahora comprendo por qué el rey Mitrídates
siempre tenía
que utilizar mercenarios y gente del norte en su ejército. Hay gente en el
Ponto tan primitiva que vive en los árboles. También fabrican cierta clase de
licor nauseabundo hecho con ramas de todas clases, aunque no sé cómo logran
bebérselo y continuar con vida. Algunos de mis hombres iban de marcha por el
bosque en el este del Ponto y se encontraron en el suelo grandes recipientes de
dicha sustancia. ¡Ya conoces a los soldados! Se lo engulleron todo y se lo
pasaron en grande. Hasta que de repente todos cayeron de bruces, muertos.
¡Aquello los mató!
El
botín es increíble. He conquistado todas esas fortalezas, de las que se dice
que son inexpugnables,
que él construyó por toda Armenia Parva y por el este del Ponto, desde luego.
No ha resultado muy difícil. Oh, quizás no sepas de quién te estoy hablando. Me
refiero a Mitridates. Sí, bueno, los tesoros que había logrado amasar llenaban
cada una de esas fortalezas -setenta y tantas en total- a rebosar. Me llevará
años transportarlo todo a Roma; tengo un ejército de empleados haciendo
inventario. Calculo que con ello doblaré lo que hay actualmente en el Tesoro y luego
doblaré los ingresos que Roma obtenga de los tributos de ahora en adelante.
Llevé
a Mitridates a la batalla en un lugar del Ponto al que he puesto el nombre de Nicópolis
-antes ya le había puesto Pompeyópolis a otra ciudad- y lo derrotamos de forma contundente.
Huyó a Sinoria, donde echó mano a seis mil talentos de oro y salió corriendo
Éufrates abajo para ir a reunirse con Tigranes, que tampoco lo estaba pasando
muy bien que digamos. Fraates, de los partos, invadió Armenia mientras yo
estaba poniendo en orden a Mitrídates, y asedió Artaxata. Tigranes le venció, y
los partos se volvieron a su casa. Pero eso acabó con Tigranes. ¡No estaba en
condiciones de mantenerme a mí a raya, te lo aseguro! Así que solicitó la paz
por su cuenta, y no dejó entrar en Armenia a Mitridates. Entonces éste se fue
hacia el norte, en dirección a Cimmeria. Lo que él no sabía era que yo había
estado manteniendo correspondencia con el hijo que él había instalado en
Cimmeria como sátrapa, que se llamaba Machares.
Así
que dejé que Tigranes se quedara con Armenia, pero como región tributaria de
Roma, y me apoderé de todo lo que queda al oeste del Éufrates junto con Sophene
y Corduene. Le obligué a pagarme los seis mil talentos de oro que Mitridates se
había llevado, y le pedí doscientos cuarenta sestercios para cada uno de mis
hombres.
¿Qué
crees, que no me preocupaba Mitridates? La respuesta es no. Mitrídates tiene
bien cumplidos los sesenta años. Bien cumplidos, César. Táctica de Fabio. Dejé
que el viejo corriera, ya no me parecía que fuera un peligro para mí. Y además
yo tenía a Machares. Así que mientras Mitrídates corría, yo marchaba. De lo que
le echo la culpa a Varrón, que no tiene en el cuerpo ni un hueso que no sienta
curiosidad. Se moría por mojarse los dedos de los pies en el mar Caspio, y yo
pensé. «Bueno, ¿por qué no?» Así que allá fuimos, en dirección nordeste.
No
hubo mucho botín, pero sí demasiadas serpientes, enormes arañas malignas y escorpiones
gigantescos. Resulta curioso ver cómo nuestros hombres son capaces de luchar
contra toda clase de enemigos humanos sin inmutarse y luego chillan como
mujeres cuando ven bichos que se arrastran por el suelo. Me mandaron una
delegación para suplicarme que nos diéramos media vuelta cuando estábamos tan
sólo a unas millas del mar Caspio. Y me di la vuelta. No me quedó más remedio
que hacerlo. A mí también me hacen chillar los bichos que se arrastran. Y lo mismo
le sucede a Varrón, quien por esta vez se quedó muy contento de mantener secos
los dedos de los pies.
Probablemente
sabrás que Mitridates está muerto, pero te contaré cómo ocurrió en realidad.
Llegó a Panticapaeum, en el Bósforo cimerio, y empezó a reclutar otro ejército.
Había tenido la precaución de llevar consigo a muchísimas hijas, y las utilizó
como cebo para conseguir la leva de escitas; se las ofreció como esposas a los
reyes y a los príncipes escitas.
Tienes
que admirar la persistencia del viejo, César. ¿Sabes lo qué pensaba hacer? ¡Reunir
un cuarto de millón de hombres y ponerse en marcha para caer sobre Italia y
Roma! Iba a rodear la parte de arriba de Euxino y a bajar por las tierras de
los roxolanos hasta la desembocadura del Danubio. Luego pensaba marchar Danubio
arriba reuniendo a todas las tribus que hay a lo largo del camino e
incorporándolas a sus ejércitos: dacios, besos, dardanios, los que quieras.
Tengo entendido que Burebistas, de los dacios, se mostró muy entusiasta. ¡Luego
iba a cruzar hasta Drave y el río Sava y entrar en Italia por los Alpes
Cárnicos!
Ah,
se me olvidaba decirte que cuando llegó a Panticapaeum obligó a Machares a suicidarse.
Son sanguinarios con su propia familia, nunca podré entender eso en los reyes orientales.
Mientras él se encontraba muy atareado reuniendo un ejército, Phanagoria -la
ciudad que hay al otro lado del Bósforo- se rebeló contra él. El líder de la
rebelión era Farnaces, otro de sus hijos. Yo también había estado escribiendo a
Farnaces. Mitrídates sofocó la rebelión, desde luego, pero cometió un grave
error. Perdonó a Farnaces. Debía de estar quedándose sin hijos. Farnaces le
pagó reuniendo un nuevo grupo de revolucionarios y arremetiendo contra la
fortaleza de Panticapaeum. Aquello era el fin, y Mitrídates lo sabía. Así que
asesinó a cuantas hijas le quedaban, a algunas esposas y concubinas e incluso a
unos cuantos hijos que aún eran niños. Y luego se tomó una enorme dosis de
veneno. Pero no dio resultado, ya que llevaba tantos años envenenándose a sí
mismo de forma deliberada que se había inmunizado. La hazaña la llevó a cabo uno
de los galos de su guarda personal. Atravesó al viejo con una espada. Lo
enterré yo mismo en Sinope.
Mientras
tanto me iba adentrando en Siria con intención de poner orden allí para que
Roma pudiera heredar. No más reyes de Siria. Yo, por mi parte, ya estoy cansado
de los potentados orientales. Siria se convertirá en una provincia romana, lo
cual resulta mucho más seguro. Me gusta la idea de poner buenas tropas romanas
contra el Éufrates: eso daría algo que pensar a los partos. También acabé con
las luchas entre los griegos y árabes a los que Tigranes había desplazado. Los
árabes son bastante mañosos, creo, así que envié a algunos de ellos de vuelta
al desierto. Pero los compensé por ello. Abgaro -tengo entendido que le hizo la
vida tan difícil en Antioquía al joven Publio Clodio que éste salió huyendo,
aunque no he conseguido averiguar qué fue
exactamente lo que Abgaro le hizo- es el rey de los esquenitas; luego yo puse a
alguien con el tremendo nombre de Sampsiceramus a cargo de otro grupo, y así sucesivamente.
Esta clase de cosas es realmente un trabajo con el que uno disfruta, César;
proporciona muchas satisfacciones. Por aquí todo el mundo es muy poco práctico,
y riñen y se pelean unos con otros incesantemente. Qué tontería. Es un lugar
tan rico que uno diría que bien podían aprender a llevarse bien, pero no. Sin
embargo, no puedo quejarme. ¡Eso significa que Cneo Pompeyo, de Picenum, tiene
reyes entre su clientela! Me he ganado lo de Magnus, te lo aseguro.
La peor
parte de todo resultan ser los judíos. Son un grupo verdaderamente raro. Se mostraron
muy razonables hasta que Alexandra, la anciana reina, murió hace un par de
años. Pero dejó dos hijos que se pusieron a pelear por la sucesión, cosa
complicada además por el hecho de que para ellos la religión es tan importante
como el estado. Así que uno de los hijos tiene que ser sumo sacerdote, por lo
que tengo entendido. El otro hijo quería ser rey de los judíos, pero el que había
de ser sumo sacerdote, Hircano, pensó que sería bonito combinar ambos cargos.
Tuvieron una pequeña guerra, e Hircano fue derrotado por su hermano Aristóbulo.
Luego viene un príncipe idumeo llamado Antípatro, que va y le cuchichea unas
cuantas cosas a Hircano al oído y a continuación
lo convence para que se alíe con el rey Aretas de los nabateos. El trato era
que Hircano le entregaría doce ciudades a Aretas que estaban gobernadas por los
judíos. Entonces le pusieron sitio a Aristóbulo en Jerusalén.
Envié
a mi cuestor, el joven Escauro, a resolver el embrollo. Pero debí haber sido
más sabio. Él decidió que era Aristóbulo quien tenía razón, y le ordenó a
Aretas que volviera a Nabatea. Entonces Aristóbulo le tendió una emboscada a su
hermano en Papyron o en un lugar parecido, y Aretas perdió. Yo llegué a
Antioquía y me encontré con que Aristóbulo era el rey de los judíos, y Escauro
no sabía qué hacer. Acto seguido me llegan regalos de ambas partes. Deberías ver
el regalo que me mandó Aristóbulo; bueno, ya lo verás cuando haga mi entrada
triunfal en Roma. Una cosa mágica, César, una cepa de oro puro, con racimos de
uvas doradas por todas partes.
De
todos modos he ordenado a ambos afectados que se reúnan conmigo en Damasco la próxima
primavera. Creo que Damasco tiene un clima estupendo, así que me parece que
pasaréallí el invierno y acabaré de resolver el embrollo entre Tigranes y el
rey de los partos. Al que me interesa conocer es al idumeo, Antípatro. Parece,
por lo que me dicen, que es un tipo listo. Probablemente esté circuncidado.
Casi todos los semitas lo están. Una práctica peculiar. Yo le tengo apego a mi
prepucio, tanto literalmente como metafóricamente. ¡Mira! Eso me salió bastante
bien. Será porque aún tengo conmigo a Varrón, así como a Lenaeus y a Teófanes,
de Mitilene. Creo que Lúculo anda pavoneándose por ahí porque se llevó consigo
a Italia esa fabulosa fruta llamada cereza, pero cuando yo regrese llevaré toda
clase de plantas, incluido esa especie de limón dulce y suculento que encontré
en Media: una naranja limón, ¿no te parece raro? Creo que en Italia se dará
bien, le conviene el verano seco y florece en invierno.
Bueno,
basta de charla. Es hora de que vaya al grano y te diga por qué te escribo. Tú eres
un tipo muy sutil y listo, César, y no me ha pasado inadvertido que siempre
hablas a mi favor en el Senado, y con buen efecto. Nadie más lo hizo en lo
referente a los piratas. Creo que pasaré otros dos) años en el Este, y supongo
que iré a parar a casa por la misma época aproximadamente en que tú estés
dejando el cargo de pretor, si es que vas a aprovechar la ley de Sila que
permite que los patricios se presenten al cargo dos años antes.
Pero
yo sigo con mi política de tener por lo menos un tribuno de la plebe en mi
grupo romano hasta que yo regrese a Roma. El próximo es Tito Labieno, y sé que
tú lo conoces porque los dos estuvisteis entre el personal privado de Vatia
Isáurico en Cilicia hace diez o doce años. Es un hombre muy bueno, procede de
Cingulum, justo en el centro de mis tierras. Y listo, además.
Me dice que
vosotros dos os llevabais bien. Sé que no ostentarás una magistratura, pero
quizás puedas echarle una mano de vez en cuando a Tito Labieno. O a lo mejor
puede echártela él a ti... considérate con libertad para pedírselo. Ya le he
dicho todo esto a él. A1 año siguiente, el año que serás pretor, supongo, mi
hombre será el hermano más joven de Mucia, Metelo Nepote. Yo debería llegar
a casa en cuanto él termine en su cargo, aunque no puedo estar seguro de ello.
Así
que lo que me gustaría que hicieras, César, es que estuvieras alerta por mí y
por los míos.
¡Tú llegarás lejos, aunque yo no te haya dejado mucho mundo para conquistar! Nunca
he olvidado que tú fuiste quien me enseñó a ser cónsul, mientras no se podía molestar
al corrupto y viejo Filipo.
Tu
amigo de Mitilene, Aulo Gabinio, te manda afectuosos saludos. Bien, será mejor
que te lo diga. Haz lo que puedas para ayudarme a conseguir tierras para mis
tropas. Es demasiado pronto para que lo intente Labieno, esa tarea pasará a
Nepote. Voy a mandarlo a Roma antes de las elecciones del año que viene. Es una
lástima que no puedas ser cónsul cuando se libre la lucha por conseguir mis
tierras, es un poco pronto para ti. Sin embargo, puede que el problema se arrastre
hasta que seas elegido cónsul, y entonces sí que podrás serme de gran ayuda. No
va a resultar nada fácil.
( C.
McC. )
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