A
Cayo Julio César, procónsul en Hispania Ulterior, de Cneo Pompeyo Magnus, triumphator;
escrito en Roma, en los idus de mayo, durante el consulado de Quinto Cecilio
Metelo Celer y Lucio Afranio:
Pues
bien, César, entrego la presente a los dioses y a los vientos con la esperanza
de que los
primeros doten a los segundos de velocidad suficiente para que tengas una oportunidad.
Otros te están escribiendo, pero yo soy el único dispuesto a poner el dinero
para alquilar el barco más veloz que pueda encontrar sólo parar transportar una
carta.
Los
boni se encuentran en el poder y nuestra ciudad se está desintegrando. Yo
podría vivir con un gobierno dominado por los boni si ese gobierno en realidad
hiciera algo, pero un gobierno de los boni se dedica sólo a una finalidad: a no
hacer absolutamente nada y a bloquear a cualquier otra facción que quiera
cambiar esa situación. Se las arreglaron para retrasar mi triunfo hasta los dos
últimos días de setiembre, y lo hicieron con mucha suavidad, además.
¡Anunciaron que yo había hecho tanto por Roma que me merecía desfilar
triunfalmente el día de mi cumpleaños! Así que estuve perdiendo el tiempo en el
Campo de Marte durante nueve meses. Aunque el motivo de su actitud me
desconcierta, supongo que la principal objeción que tienen en mi contra es que
he tenido tantos mandos especiales en mi vida que está definitivamente
demostrado que soy un peligro para el Estado. Según ellos me propongo ser rey de
Roma. ¡Eso es una absoluta tontería! No obstante, el hecho de que ellos sepan
que es una absoluta tontería no les impide decirlo.
Sinceramente,
César, no los entiendo. Si alguna vez ha habido un pilar de la clase dirigente,
ése es con toda certeza Marco Craso. Es decir, comprendo que a mí, el presunto
rey de Roma, me llamen advenedizo picentino y todo lo demás, pero, ¿a Marco
Craso? ¿Por qué convertirlo a él en blanco de sus puyas? Él no representa un
peligro para los boni, está muy cerca de ser uno de ellos. De excelente cuna,
terriblemente rico y además no es ningún demagogo, ciertamente. ¡Craso es
inofensivo! Y lo digo yo, un hombre que no le tiene simpatía, que nunca se la
tuve y nunca se la tendré. Compartir con él el consulado fue como acostarme en
la misma cama que Aníbal, Yugurta y Mitrídates. Lo único que hizo fue trabajar
para destruir mi imagen a los ojos del pueblo. A pesar de lo cual, Marco Craso
no es ninguna amenaza para el Estado.
De
modo que, ¿qué le habrán hecho los boni a Marco Craso para provocarme a mí, precisamente
a mí entre todos los hombres, para que yo dé la cara por él? Han creado una auténtica
crisis, eso es lo que han hecho. Todo empezó cuando los censores hicieron
públicos los contratos para recoger los impuestos de mis cuatro provincias
orientales. ¡Oh, gran parte de la culpa la tienen los propios publicani! Vieron
el enorme botín que yo había traído conmigo del Este, hicieron cuentas y decidieron que el Este era mucho mejor que una mina de oro. De manera que presentaron
unas ofertas para dichos contratos que no eran en absoluto realistas. Le
prometieron al Tesoro incontables millones, y pensaron que podían hacer eso al
mismo tiempo que obtenían sustanciosas ganancias para ellos mismos.
Naturalmente, los censores aceptaron las ofertas más elevadas. Es deber, suyo
hacerlo. Pero no pasó mucho tiempo antes de que Ático y los otros publicani
plutócratas se dieran cuenta de que las cantidades que se habían comprometido a
pagar al Tesoro no eran factibles. Mis cuatro provincias orientales de ninguna
manera podían pagar lo que se les estaba pidiendo que pagasen, por mucho que quisieran
exprimirlas los publicani.
Pero
a lo que vamos: Ático, Opio y algunos otros acudieron a Marco Craso y le solicitaron
que hiciera una petición al Senado parta que cancelase los contratos de
recaudación de impuestos del Este y luego diese instrucciones a los censores
para que sacasen nuevos contratos que exigieran dos tercios de las sumas
inicialmente acordadas. Pues bien, Craso hizo la petición. Ni soñar con que los
boni quisieran -¡o pudieran!- convencer a la Cámara en pleno para decir NO. Pero
eso fue lo que pasó. El Senado dio un sonoro NO.
A
estas alturas confieso que me produjo risa; fue un gran placer, ver a Marco
Craso aplastado... ¡oh, qué aplastado estaba! Con todo aquel heno pegado
alrededor de los cuernos, y, sin embargo, Craso el buey estaba allí de pie,
atónito y derrotado. Pero luego comprendí qué jugada tan estúpida había sido
por parte de los boni, y dejé de reírme. Parece que han decidido que ya va
siendo hora de que los caballeros, se enteren de una vez para siempre de que el
Senado es supremo, de que el Senado gobierna Roma y de que los caballeros no
pueden decirle lo que debe hacer. Bien, el Senado puede darse coba a sí mismo
diciendo que gobierna Roma, pero tú y yo sabemos que no es así. Si no se les
permite a los negociantes de Roma que hagan negocios provechosos, entonces Roma
está acabada.
Cuando
la Cámara le dijo NO a Marco Craso, los publicani se tomaron la revancha y se negaron
a pagarle al Tesoro un solo sestercio ¡Oh, qué tormenta provocó aquello! Me atrevo
a decir que los caballeros esperaban que aquello obligase al Senado a dar instrucciones
a los censores para que cancelasen los contratos porque éstos no se estaban
respetando... y, naturalmente, cuando se convocaran nuevas ofertas las sumas
ofrecidas habrían sido mucho más bajas. Sólo que los boni controlan la Cámara
y, en consecuencia, la Cámara no quiere cancelar los contratos. Es un una
situación sin salida.
El
golpe asestado a la posición de Craso fue colosal, tanto ante la Cámara como
entre los caballeros. Él ha sido el portavoz de estos últimos durante tanto
tiempo y con tanto éxito que nunca se les pasó por la cabeza ni a los
caballeros ni a él que no conseguiría lo que pidiera. En particular siendo como
era tan razonable su solicitud de que se redujeran los contratos asiáticos.
¿Ya
quién crees que habían logrado reclutar los boni como su principal portavoz en
la Cámara? ¡Pues nada menos que a mi ex cuñado, Metelo Celer! Durante años
Celer y su hermanito Nepote fueron mis más leales adictos. Pero desde que
repudié a Mucia se han convertido en mis peores enemigos. Sinceramente, César,
¡cualquiera diría que Mucia ha sido la única esposa repudiada en la historia de
Roma! Yo tenía todo el derecho a repudiarla, ¿no? Fue una adúltera, se pasó
todo el tiempo que yo estuve ausente enredada en un asunto amoroso con Tito
Labieno, ¡mi propio cliente! ¿Qué se suponía que tenía que hacer yo? ¿Cerrar
los ojos y fingir que no me había enterado sólo porque la madre de Mucia sea
también la madre de Celer y de Nepote? Bueno, pues yo no estaba dispuesto a
cerrar los ojos. ¡Pero tal como Celer y Nepote han actuado a partir de entonces,
cualquiera pensaría que fui yo quien cometió adulterio! ¿Su preciosa hermana repudiada? ¡Oh, dioses, qué insulto tan intolerable!
Desde
entonces me han estado causando problemas todo el tiempo. ¡No sé cómo lo han hecho,
pero incluso han logrado encontrar otro marido para Mucia de cuna y rango lo suficientemente
elevados como para que parezca que fue ella la parte ultrajada! Mi cuestor Escauro,
¿qué te parece? Ella es lo bastante mayor como para ser su madre. Bueno, casi.
Él tiene treinta y cuatro años y ella cuarenta y siete. Qué pareja. Aunque yo
creo que encajan en cuanto a inteligencia, pues ninguno de los dos posee
ninguna. Tengo entendido que Labieno queria casarse con ella, pero los hermanos
Metelo se ofendieron mucho ante esa idea. Así que se trata de Marco Emilio
Escauro, el que me embrolló en todo aquel asunto de los judíos. Corre el rumor
de que Mucia está preñada, otra mancha contra mí. Espero que se muera al dar a
luz al mocoso.
Tengo
una teoría en cuanto al motivo de que los boni se hayan vuelto de repente tan increíblemente
obtusos y destructivos. La muerte de Catulo. Cuando éste desapareció, el irreductible
núcleo conservador del Senado cayó por completo en las garras de Bíbulo y
Catón. ¡Es caprichoso: volver hacia arriba los dedos de los pies y morirte
porque no se te pidió que hablases el primero o el segundo entre los consulares
en un debate de la Cámara! Pero eso fue lo que hizo Catulo. Dejarle su facción
a Bíbulo y a Catón, los cuales no poseen el mismo mérito que Catulo, a saber:
la habilidad para distinguir entre la mera negatividad y el suicidio político.
También
tengo una teoría sobre por qué Bíbulo y Catón se han vuelto contra Craso. Catulo
dejó vacante un puesto de sacerdote, y Lucio Ahenobarbo, el cuñado de Catón, lo
quería para sí. Pero Craso llegó primero y lo consiguió para su hijo Marco. Un
insulto mortal para Ahenobarbo, pues no hay ningún Domicio Ahenobarbo en el
colegio. Qué insignificancia. Por cierto, ya soy augur. Me hace mucha gracia,
te lo aseguro. ¡Pero no me granjeé las simpatías de Catón, ni de Bíbulo ni de
Ahenobarbo cuando fui elegido! Era la segunda elección en un breve espacio de tiempo
en que Ahenobarbo perdía.
Mis
propios asuntos -las tierras para mis veteranos, la ratificación de mis
convenios en el Este, etcétera- han fracasado. Me gasté millones en sobornos
para poner a Afranio en la silla de cónsul junior... ¡ha sido un dinero
desperdiciado, te lo aseguro! Afranio ha resultado ser mejor soldado que
político, pero Cicerón va por ahí diciéndole a todo el mundo que es mejor
bailarín que político. Y eso porque Afranio se emborrachó de un modo asqueroso
en su banquete inaugural del día de año nuevo y estuvo haciendo piruetas por
todo el templo de Júpiter óptimo Máximo. Para mí fue una vergüenza, pues todo
el mundo sabe que yo le compré el cargo en un intento de controlar a Metelo
Celer, el cual, como cónsul senior, le ha pasado por encima a Afranio como si
éste no existiera.
Cuando
Afranio por fin logró que se debatieran mis asuntos en la. Cámara durante el mes
de febrero, Celer, Catón y Bíbulo lo echaron todo a perder. Sacaron de su
retiro a Lúculo, que está medio imbécil con sus hongos y cosas por el estilo, y
lo utilizaron para deshacerse de mí. ¡Oh, yo sería capaz de matarlos a todos!
Cada día lamento haber hecho lo que debía hacer al licenciar a mi ejército, por
no hablar de que les pagué a mis tropas la parte que les correspondía del botín
mientras todavía nos encontrábamos en Asia. Por supuesto, eso también está
siendo objeto de críticas. Catón afirmó que no entraba dentro de mis
atribuciones repartir el botín sin el consentimiento del Tesoro -es decir, del
Senado-, y cuando le recordé que yo poseía un imperium maius que me daba el
poder suficiente para hacer lo que quisiera en nombre de Roma, dijo que yo había
obtenido ese imperium maius do modo ilegal en la Asamblea Plebeya, que no me
había sido otorgado, por el pueblo. ¡Un puro disparate, pero la Cámara le
aplaudió!
Luego,
en marzo, acabó el debate sobre mis asuntos. Catón impulsó una votación en el Senado
sobre la propuesta de que no se debatiera asunto alguno hasta que quedase
resuelto el problema de la recaudación de impuestos... ¡y los muy idiotas lo
votaron! ¡Sabiendo que Catón estaba a la vez bloqueando cualquier solución al
problema de la recaudación de impuestos! El resultado es que ya no se ha
debatido nada más. En el momento en que Craso saca a colación el problema de la
recaudación de impuestos, Catón pone en marcha una maniobra obstruccionista. ¡Y
los padres conscriptos están convencidos de que Catón es un fuera de serie!
No
logro comprenderlo, César, sencillamente no puedo. ¿Qué ha hecho Catón en su vida?
Sólo tiene treinta y cuatro años, no ha ocupado ninguna magistratura senior, es
un orador chocante y un pedante de primer orden. Pero en algún momento de la
trayectoria los padres conscriptos se han convencido de que es completamente
incorruptible, y eso 1o convierte en una maravilla. ¿Por qué no pueden
comprender que la incorruptibilidad es desastrosa cuando está aliada con una
mente como la de Catón? En cuanto a Bíbulo, bueno, él también es incorruptible,
según ellos. Y los dos no dejan de parlotear diciendo que han prometido ser
enemigos implacables de todos aquellos hombres que sobresalgan aunque sea una
fracción de pulgada por encima de sus iguales. Un objetivo muy laudable. Sólo
que algunos hombres simplemente no pueden evitar sobresalir por encima de sus
iguales porque son mejores. Si todos tuviéramos que ser iguales, todos seríamos
creados exactamente de la misma manera. Pero no es así, y ése es un hecho que
no se puede evitar.
Adonde
quiera que yo me dirija, César, me aúlla una manada de enemigos. ¿No comprenden
los muy tontos que mi ejército puede que esté licenciado, pero que sus miembros
están aquí mismo, en Italia? Lo único que tengo que hacer es dar una patada en
el suelo para que broten soldados deseosos de obedecer mis órdenes. Te lo
aseguro, siento grandes tentaciones de hacerlo. Yo conquisté el Este, casi
doblé los ingresos de Roma, y lo hice todo como es debido. Así que, ¿por qué
están en contra mía?
Pero
bueno, basta ya de hablar de mí y de mis problemas. Esta carta en realidad es
para advertirte de que tú también vas a verte envuelto en problemas.
Todo
empezó con esos estupendos informes que le mandas con regularidad al Senado: una
perfecta campaña contra los lusitanos y los galaicos; montones de oro y
tesoros; apropiada disposición de los recursos y funciones de la provincia; las
minas están produciendo más plata, más plomo y más hierro que durante medio
siglo; perdón para las ciudades que Metelo Pío castigó; los boni deben de
haberse gastado una fortuna en enviar espías a la Hispania Ulterior para
cogerte en alguna falta. Pero no han podido hacerlo y, según los rumores, nunca
lo harán. No les ha llegado ni el más pequeño tullo de extorsión o especulación
de ningún tipo en los círculos próximos a ti, sino cubos de cartas de
agradecidos residentes de Hispania Ulterior en las que dicen que a los culpables
se les castiga y a los inocentes se les exonera. El viejo Mamerco, príncipe del Senado
-se está deteriorando gravemente, por cierto-, se levantó en la Cámara y dijo
que tu conducta como gobernador había proporcionado un manual de conducta
gubernativa, y los boni no pudieron refutar ni una palabra de lo que dijo.
¡Cómo duele eso!
Toda
Roma sabe que tú serás cónsul senior. Aunque dejemos aparte el hecho de que tú siempre
eres quien saca más votos en las elecciones, tu popularidad está creciendo a
pasos agigantados. Marco Craso va por ahí diciéndoles a todos los caballeros de
las Dieciocho que cuando tú seas cónsul senior, el asunto de la recaudación de
impuestos se arreglará en seguida. De lo cual deduzco que sabe que va a
necesitar tus servicios... y también sabe que los tendrá.
Pues
bien, yo también necesito tus servicios, César. ¡Mucho más de lo que los
necesita Marco Craso! Lo único que está en juego en su caso es su influencia
dañada, mientras que yo necesito tierras para mis veteranos y tratados que
ratifiquen mis convenios en el Este.
Desde
luego, hay muchas probabilidades de que tú ya te encuentres de camino, de regreso
a casa -Cicerón, ciertamente, parece creer que así es-, pero a mí me da en la
nariz que tú eres como yo, propenso a quedarte hasta el último momento para que
todo quede bien atado y cualquier enredo quede aclarado.
Los
boni acaban de dar el golpe, César, y han sido extraordinariamente astutos.
Todos los candidatos a las elecciones para cónsul tienen que presentar la
candidatura como muy tarde antes de las nonas de junio, aunque las elecciones
no se celebrarán hasta cinco días antes de los idus de quintilis, como es habitual.
Animado por Celer, Cayo Pisón, Bíbulo -que es candidato él mismo, desde luego,
pero que se encuentra a salvo dentro de Roma porque es como Cicerón, no quiere
irse nunca a gobernar una provincia- y por el resto de los boni, Catón logró
que se aprobase un consultum para poner la fecha de cierre de las candidaturas
en las nonas de junio. Más de cinco nundinae antes de las elecciones, en vez de
las tres nundinae que establecen la costumbre y la tradición.
Alguien
debe de haber hecho correr el rumor de que tú viajas como el viento, porque luego
han ideado otra estratagema para frustrarte: ésta por si llegas a Roma antes de
las nonas de junio. Celer le pidió a la Cámara que fijase una fecha para tu
triunfo. Se mostró muy afable, lleno de elogios para el espléndido trabajo que
has hecho como gobernador. ¡Después de lo cual sugirió que la fecha de tu
desfile triunfal se fijase en los idus de junio! Y a todos les pareció una idea
espléndida, así que la moción se aprobó.
De
manera, César, que si logras llegar a Roma antes de las nonas de junio, tendrás
que solicitar al Senado que te permita presentar tu candidatura a cónsul in
absentia No puedes cruzar el pomerium y entrar en la ciudad para inscribir tu
candidatura en persona sin renunciar a tu imperium y, por consiguiente, a tu
derecho al triunfo. Añado que Celer tuvo buen cuidado en hacer notar a la
Cámara que Cicerón había hecho aprobar una ley que prohibía que los candidatos
al consulado presentasen su candidatura in absentia Un suave recordatorio que
yo interpreté como que quería dar a entender que los boni piensan oponerse a tu
petición de presentar la candidatura in absentia Te tienen agarrado por las
pelotas, exactamente como tú dijiste -¡con toda razón!- que me tienen agarrado
a mí. Me pondré a trabajar para convencer a nuestras senatoriales ovejas - ¿por
qué se dejan conducir por un simple puñado de hombres que ni siquiera tienen
nada de especiales?- para que hagan que se te permita presentar la candidatura
in absentia. Y lo mismo harán Craso, Mamerco, el príncipe del Senado, y muchos
otros, yo lo sé.
Lo
principal es que llegues a Roma antes de las nonas de junio. Oh, dioses,
¿podrás hacerlo aun cuando los vientos lleven a mi barco alquilado hasta Gades
en un tiempo mínimo? Lo que espero es que estés ya bien adelantado en tu camino
de regreso por la vía Domicia. He enviado un mensajero a tu encuentro para el
caso de que sea así, sólo por si andas por ahí perdiendo el tiempo.
¡Tienes
que conseguirlo, César! Te necesito desesperadamente, y no me avergüenza decirlo.
Tú me has sacado de grandes apuros otras veces, y siempre de un modo acorde con
la legalidad. Lo único que puedo decir es que si no estás a mano para ayudarme
esta vez, quizás tenga que dar esa patada en el suelo. No quiero hacerlo. Si lo
hiciera pasaría a los libros de historia como alguien que no fue mejor que
Sila. Mira cómo todo el mundo lo odia a él. Es verdaderamente incómodo ser
odiado, aunque a Sila nunca pareció importarle.
( C. McC. )
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