domingo, 1 de febrero de 2015

DISCURSO DEL SENADOR CAYO JULIO CÉSAR PROPONIENDO PLENOS PODERES PARA POMPEYO PARA ERRADICAR LA PLAGA DE LA PIRATERÍA


Como ni Lucio Belieno ni Marco Sextilio han vuelto todavía a nuestro seno, creo que  hoy soy el único miembro presente en esta Cámara que ha sido capturado alguna vez por piratas . Ello me convierte, por decirlo así, en un experto en el tema, si la pericia puede derivar de la experiencia de primera mano. A mí no me resultó una prueba edificante, y mi aversión empezó en el momento en que vi aquellas dos galeras de guerra perfectamente equipadas avanzando hacia mi pobre y lento bajel mercante. Porque, padres conscriptos, fui informado por el capitán de mi barco de que intentar ofrecer resistencia armada con toda seguridad daría como resultado muertes, cosa que sería inútil. Y yo, Cayo Julio César, tuve que rendir mi persona a un vulgar individuo llamado Polígono, que había estado sometiendo a pillaje a los mercaderes en aguas lidias, carias y licias durante más de veinte años.

 

Aprendí mucho durante los cuarenta días que permanecí prisionero de Polígono. Aprendí que hay un baremo de rescate ya prefijado para todos los prisioneros que son demasiado valiosos para que se les envíe a los mercados de esclavos o para quedar encadenados al servicio de esos piratas en sus propias guaridas. Para un simple ciudadano romano significa la esclavitud. Un simple ciudadano romano no vale doscientos sestercios, que es el precio más bajo que podría reportar en los mercados de esclavos. Para un centurión romano o un romano situado en la mitad de la jerarquía de los publicani, el rescate es medio talento. Para un caballero romano en lo alto de la escala, o publicano, el precio es un talento. Para un noble romano de alta familia que no sea miembro del Senado, el precio es de dos talentos. Para un senador romano pedarius, el rescate es de diez talentos. Para un senador romano que tenga la categoría de magistratura junior, cuestor, edil o tribuno de la plebe, el rescate es de veinte talentos. Para un senador romano que ha ostentado el cargo de pretor o cónsul, el rescate es de cincuenta talentos. Cuando son capturados al completo con lictores y fasces, como en el caso de nuestros dos últimos pretores, el precio se eleva a cien talentos cada uno, como hemos sabido hace sólo unos días. Los censores y los cónsules notables reportan cien talentos. Aunque no estoy seguro de qué valor le darían los piratas a cónsules como nuestro querido Cayo Pisón, aquí presente... ¿un talento, quizás? Yo no pagaría más por él, os lo aseguro. Pero claro, ¡yo no soy un pirata, aunque a veces me hago preguntas acerca de Cayo Pisón a ese respecto!

 

Se espera que uno durante el cautiverio palidezca de miedo y se ponga a suplicar por su vida. Algo que estas julianas rodillas mías no están acostumbradas a hacer... y no hicieron. Yo pasaba el tiempo reconociendo el terreno, calculando la posible resistencia ante un ataque, investigando qué partes estaban protegidas, mirando los alrededores. También empleé el tiempo en asegurarme de que cuando se pagara mi rescate, que era de cincuenta talentos, yo regresaría, tomaría el lugar, enviaría a las mujeres y a los niños a los mercados de esclavos y crucificaría a los hombres. Consideraron que aquello era una broma maravillosa. 

PIRATA DE LIGURIA


Me aseguraron que yo no podría encontrarlos nunca. Pero sí que los encontré, padres conscriptos, y tomé el lugar, y envié a las mujeres y a los niños a los mercados de esclavos, y también crucifiqué a los hombres. Podría haber traído conmigo a mi regreso los rostra de cuatro barcos piratas para adornar las tribunas, pero como utilicé a los rodios para la expedición, se los llevaron ellos para colocarlos encima de una columna en Rodas, junto al nuevo templo de Afrodita que contribuí a construir con mi parte del botín.

 

Ahora bien, Polígono era sólo uno entre cientos de piratas de ese extremo del Mare Nostrum, y ni siquiera se trataba de un pirata importante, si es que hay que clasificarlos en categorías. Fijaos, Polígono había tenido una época tan lucrativa trabajando él solo con cuatro galeras, que no vio la utilidad de aunar fuerzas con otros piratas para formar una pequeña armada bajo el finando de un almirante competente como Lastenes o Panares... o Farnaces o Megadates, para acercarse un poco más a casa. Polígono se contentaba con pagar quinientos denarios a un espía en Mileto o en Priene a cambio de información sobre los barcos que merecía la pena abordar. ¡Y qué diligentes eran sus espías! Ningún botín importante les pasaba inadvertido. En el tesoro que tenía había muchas joyas hechas en Egipto, lo cual indica que atacaba naves entre Pelusio y Pafos también. Así que su red de espías debía de haber sido enorme. Y pagaba sólo la información que le reportaba una buena presa, naturalmente, no les pagaba de modo rutinario. Si uno mantiene a los hombres en la escasez y con la nariz afilada, al final, aparte de más barato, es también más efectivo.

 

No obstante, aunque son nocivos y suponen una gran molestia, los piratas como Polígono son un asunto de escasa importancia comparados con las flotas piratas comandadas por almirantes piratas. Éstas no necesitan esperar a que pase un barco solitario, o barcos en convoyes desarmados. Éstas pueden atacar flotas de barcos de transporte llenos de grano escoltados por galeras soberbiamente armadas. Y luego proceden a vender a intermediarios romanos aquello que desde un principio era de Roma, aquello que ya se había comprado y pagado. No es de extrañar que las barrigas romanas se encuentren vacías, y que la mitad de ese vacío sea producido por la falta de grano y la otra mitad porque el poco grano que hay se venda a tres o cuatro veces su precio, a pesar de la lista de precios que han llevado a cabo los ediles.

 

No necesito insistir en un punto porque no le veo ninguna. Ha habido gobernadores provinciales nombrados por este cuerpo que se han confabulado con los piratas para proporcionarles instalaciones portuarias, comida e incluso vinos de solera en determinadas franjas de la costa que de otro modo habrían estado cerradas a la ocupación de los piratas. Todo ello salió a la luz pública durante el juicio de Cayo Verres, y aquellos de vosotros que os encontráis hoy aquí sentados y que, o bien os dedicasteis a esta práctica, o bien permitisteis que otros se dedicasen a ella, sabéis bien quiénes sois. Y si el destino de mi pobre tío Marco Aurelio Cotta ha de tener algún sentido, que os sirva de ejemplo de que el paso del tiempo no es garantía de que no se os vaya a pedir cuentas de los crímenes cometidos, reales o imaginarios.

 

Ni tampoco pienso insistir en otro punto tan obvio que es muy viejo y está ya muy gastado. A saber, que hasta ahora Roma, ¡y al decir Roma me refiero tanto al Senado como al pueblo!, ni siquiera ha tocado el problema de la piratería, y mucho menos ha empezado a combatirlo. No hay manera alguna de que un hombre en un insignificante lugar, ya sea ese punto Creta, las Baleares o Licia, pueda tener esperanza de poner fin a las actividades de los piratas. Atacan en un lugar, y luego lo único que ocurre es que los piratas cogen sus bártulos y se van navegando a otra parte. ¿Acaso ha logrado Metelo en Creta cortarle realmente la cabeza a algún pirata? Lastenes y Panares no son más que dos de las cabezas que posee esa monstruosa hidra, y las otras todavía permanecen sobre sus hombros y siguen navegando por los mares que rodean Creta.

 

¡Lo que hace falta no es sólo la voluntad de triunfar, no es sólo el deseo de triunfar, no es sólo la ambición de triunfar! .  Lo que hace falta es un esfuerzo supremo en todos los lugares de una vez, una operación dirigida por una sola mano, una sola mente, una sola voluntad. Y mano, mente y voluntad han de pertenecer a un hombre cuya destreza en la organización sea también conocida y esté tan sometida a prueba que nosotros, el Senado y el pueblo de Roma, podamos confiarle a él la tarea con la seguridad de que por una vez nuestro dinero, nuestros hombres y nuestro material no sean desperdiciados. Aulo Gabinio ha sugerido un hombre. Un hombre que es consular y cuya carrera indica que puede hacer el trabajo como hay que hacerlo. ¡Pero yo lo haré mejor todavía que Aulo Gabinio, y sí nombraré a ese hombre! ¡Propongo que este cuerpo otorgue mando contra los piratas con imperium ilimitado en todos los aspectos a Cneo Pompeyo Magnus!


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