Un
colegio de encrucijada era un semillero de actividad espiritual, y había que
protegerla contra las fuerzas del mal. Era un lugar donde se congregaban los
lares, y los lares eran las miríadas de fantasmas que poblaban el Otro Mundo y
que hallaban un foco natural para concentrar sus fuerzas en los colegios de
encrucijada.
Así, cada uno de ellos tenía su propio altar dedicado a los lares,
y una vez al año, más o menos a principios de enero, se celebraban unas fiestas
llamadas compitales que estaban dedicadas á aplacar a los lares de los colegios
de encrucijada.
La noche antes de las compitales todo ciudadano libre que residiera
en el barrio que iba a dar a un colegio de encrucijada estaba obligado a colgar
un muñeco de lana, y cada esclavo una pelota de lana; en Roma los altares
estaban tan sobrecargados de muñecos y pelotas que uno de los deberes de los colegios
de encrucijada era instalar cuerdas para contenerlos.
Los muñecos tenían
cabeza, y todas las personas libres tenían cabezas que los censores contaban;
las pelotas no tenían cabeza, porque á los esclavos no se les contaba. No
obstante, los esclavos eran una parte importante de las festividades.
Como en
las saturnales, celebraban las fiestas como iguales con los hombres y mujeres libres
de Roma, y era deber de los esclavos -despojados de las insignias serviles-
realizar la ofrenda de un cerdo bien cebado a los lares. Todo lo cual quedaba
bajo la autoridad de los colegios de encrucijadas y del pretor urbano, que era
su supervisor.
Así
pues, un colegio de encrucijada era una hermandad religiosa. Cada uno tenía un custodio,
el vilicus, que se encargaba de que los hombres del barrio se reunieran
regularmente en locales gratuitos cercanos a los colegios de encrucijada y al
altar de los lares; mantenían limpios el altar y el colegio de encrucijada para
que no resultasen atractivos a las fuerzas del mal. Muchas de las
intersecciones de las calles de Roma no tenían altar, pues éstos se limitaban
únicamente a los cruces más importantes.
( C. McC. )
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