En servicio activo, a despecho
de la severidad de su disciplina, era capaz de una cierta indulgencia y
comprensión. Sus hombres llegaban a tacharlo de demasiado prudente, lo cual
demuestra que sabía reservar sus fuerzas para los momentos decisivos. Era
moderado en toda su conducta, despiadado empero con el cobarde y el
incompetente, justo y recto con todos y por todos amado. Pero cuando llegó el
momento de desempeñar un papel en la vida de la ciudad, su carácter se alteró por
completo. Se volvió jactancioso, arrogante, grosero y desagradable aun con sus
amigos, tanto como insolente y cruel con sus enemigos. Peor aún, estaba casi siempre
bebido y en este estado se ponía de muy triste humor, ensombreciendo las más
alegres tertulias; o por el contrario, estando la gente, por alguna buena razón,
triste o seria, la molestaba con una alegría chabacana y estruendosa, al igual
que el Hércules de Eurípides, inoportunamente alegre durante un funeral.
Aunque declaraba despreciar y en verdad despreciaba toda muestra
de civilización, ello no le impedía vivir durante largos períodos con lujo y ostentación,
en una espléndida villa en el balneario de moda de Baiae. Como era totalmente
incapaz de apreciar ninguno de los verdaderos refinamientos (las estatuas, pinturas,
pórticos) que compró a precios altísimos, pasaba indolentemente su tiempo entregado
a sus insaciables y groseros apetitos; la comida, la bebida y las relaciones sexuales
(si puede usarse esta expresión para describir un simple y bestial
acoplamiento) con las mujeres más bajas y vulgares. Era extraño, siendo un libertino,
que no sintiera interés amatorio por personas de su propio sexo, y, en verdad,
consideraba la homosexualidad como decadente y afeminada, así como el estudio
de la poesía y la filosofía.
( Warner Rex en "El joven
César")
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