Por lo que respecta a los tiranos, todos los que estaban establecidos en las ciudades griegas, mirando sólo por sus intereses, tanto por su seguridad personal como por el engrandecimiento de su propia casa, gobernaban las ciudades con la máxima prudencia posible, y no llevaron a cabo ninguna empresa digna de mención, salvo alguna guerra particular contra sus vecinos respectivos. Los tiranos de Sicilia, en cambio, llegaron a los niveles más altos de poder. Así, por motivos de todo tipo, Grecia se vio obligada durante mucho tiempo a no realizar nada notable en común y a que las empresas de cada una de sus ciudades carecieran de audacia. Pero después que los tiranos de Atenas y los del resto de Grecia, regida también antes en muchos sitios por tiranías, es decir, la mayoría de los tiranos y los últimos si exceptuamos los de Sicilia, fueron derrocados por los lacedemonios (pues Lacedemonia, después de su fundación por los dorios, que la siguen habitando actualmente aunque fue, de los que conocemos, el país que sufrió disensiones internas durante más tiempo, sin embargo desde muy antiguo tuvo buenas leyes y siempre se vio libre de tiranos, con lo que son unos cuatrocientos años o unos pocos más los que han pasado hasta el final de nuestra guerra desde que los lacedemonios tienen la misma Constitución, y por esto se han hecho poderosos y han impuesto su criterio en las otras ciudades), después de la expulsión de los tiranos de Grecia, como decía, no muchos años después, tuvo lugar la batalla de Maratón entre los medos y los atenienses.
En realidad, el conjunto de sus acciones de
gobierno (caso de Hiparco, hijo del tirano de Atenas Pisístrato) tampoco
resultó molesto para la mayoría, sino que ejerció su autoridad sin despertar
odios; ciertamente estos tiranos dieron pruebas de virtud e inteligencia
durante mucho tiempo, y, exigiendo a los atenienses tan sólo la vigésima parte
de sus productos, embellecieron magníficamente su ciudad, llevaron a término
las guerras y sufragaron los sacrificios de los templos. En general la ciudad
siguió gobernándose según las leyes preexistentes, con la excepción de que
siempre se cuidaban de que uno de ellos estuviera presente en las
magistraturas.
( Tucídides en
"Historia de la Guerra del Peloponeso")
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