domingo, 12 de abril de 2020

CONSTANTINO EL GRANDE ESCRIBE SOBRE EL CRISTIANISMO


 

Divisiones de esta clase en la Iglesia no deberán ocultárseme, pues pueden encolerizar al Supremo Dios, no sólo contra el género humano, sino también contra mí mismo, a cuyo cuidado, por Su decisión celestial, Él ha confiado la dirección de todos los problemas de la Tierra, y así, en su enojo, puede decidir las cosas de otro modo que hasta ahora. Pues así, desde luego, mi ansiedad no será tan grande y abrigaré esperanzas de recibir siempre lo más favorable y mejor de la fácil generosidad del Dios Todopoderoso, cuando yo vea que la humanidad se mantiene agrupada en fraternal unión adorando al Dios Santísimo en el culto de la religión católica, en la forma que a Él es debida.

 

El resultado del cisma es que los propios hombres que deberían preservar la fraternidad, en comunión de mente y espíritu, se mantienen separados en una vergonzosa y perversa contienda, proporcionando así a los que se mantienen alejados de esta religión, la más santa de las religiones, una excusa para burlarse de ella.

 

Los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las profecías de los antiguos profetas nos enseñan claramente lo que debemos pensar acerca de lo Divino. Por tanto, ahuyentemos la rivalidad causante de la guerra y busquemos la solución de nuestros problemas en aquellas Escrituras de inspiración divina.

 

La bondad eterna y divina de nuestro Dios, que es superior a toda comprensión, de ningún modo permite que la humanidad ande extraviada en la oscuridad demasiado tiempo, ni que los odiosos deseos de algunos hombres prevalezcan tanto sin que se abra de nuevo, por obra de Su iluminación, un camino de salvación, y sin que se les conceda a los hombres la conversión a la ley de justicia. Sé esto harto bien por muchos ejemplos, e incluso puedo apreciarlo por mi propio caso… En verdad, no puedo describiros ni enumerar las bendiciones que Dios, por Su divina generosidad, me ha concedido a mí, Su siervo. Por tanto me regocija, me regocija especialmente que… vosotros los hermanos más queridos del emperador, los obispos católicos hayáis hecho volver a una esperanza mejor y a una condición mejor a aquéllos a quienes la malignidad del Diablo parecía haber apartado, con su persuasión, de la gloriosa luz de la ley católica. ¡Oh, en verdad victoriosa providencia de Cristo Salvador.


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