El
avance de un ejército galo era muy diferente a una marcha romana, incluso
diferente a una a paso ligero, porque ellos corrían a un paso largo incansable
que devoraba los kilómetros. Cada guerrero iba acompañado del portador del
escudo, su esclavo personal y un poni cargado con una docena de lanzas, una
camisa de cota de malla si la tenía, comida, cerveza, el chal a cuadros de
color verde musgo y naranja terroso y un pellejo de lobo para calentarse por la
noche; los dos criados llevaban las cosas personales que les hacían falta a la
espalda. Tampoco corrían en ninguna clase de formación. Los más veloces eran los
primeros en llegar a sus objetivos, los más lentos los últimos. Pero el último
hombre de todos no llegaba, pues aquel que llegaba el último al lugar acordado
para congregarse, era sacrificado a Esus, el dios de la batalla, y su cuerpo se
colgaba de una rama de un roble en el bosque, ya que el roble se consideraba el
árbol sagrado por parte de los druidas galos.
Pasión por los romanos. Un blog de divulgación creado por Xavier Valderas que es un largo paseo por el vasto Imperio Romano y la Antigüedad, en especial el mundo greco-romano.
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