TRAVESÍA DE LOS ALPES POR ANÍBAL
Aníbal, sentados allí los reales, hizo alto todo un día, y volvió a emprender la marcha. En los días siguientes marcho el ejercito sin riesgo particular. Pero al cuarto volvió a incurrir en un gran peligro. Los pueblos próximos al camino fraguan una conspiración, y le salen al paso con ramos de oliva y con coronas. Esta es una señal de paz casi general entre los bárbaros, así como lo es el caduceo entre los griegos. Aníbal, que ya vivía con recelo de la fe de estos hombres, examino con cuidado su intención y todos sus propósitos. Ellos le expusieron que les constaba la toma de la ciudad y ruina de los que le habían atacado; le manifestaron que el motivo de su venida era con el deseo de no hacer daño ni de que se les hiciese, para lo cual le prometían dar rehenes. Aníbal dudo durante mucho tiempo y desconfió de sus palabras; pero reflexionando que si admitía sus ofertas haría acaso a estos pueblos mas contenidos y tratables, y que si las desechaba los tendría por enemigos declarados, consintió en su demanda y fingió contraer con ellos alianza. Como los bárbaros entregaron al instante los rehenes, proveyeron abundantemente de carnes el ejercito y se entregaron del todo y sin reserva en mano de los cartagineses, Aníbal empezó a tener alguna confianza, tanto que se sirvió de sus personas para guías de los desfiladeros que faltaban. Pero a los dos días que iban de batidores, se reúnen todos, y al pasar Aníbal un valle fragoso y escarpado, le acometen por la espalda.
Esta era la ocasión en que hubieran perecido todos sin remedio, si Aníbal, a quien duraba aun alguna desconfianza, pronosticando lo que había de ocurrir, no hubiera situado delante el bagaje y la caballería y detrás los pesadamente armados. Este auxilio hizo menor la perdida, porque reprimió el ímpetu de los bárbaros. Bien que, aun con esta precaución, murieron gran numero de hombres, bestias y caballos. Porque, como los contrarios caminaban por lo alto a medida que los cartagineses por lo bajo de las montañas, ya echando a rodar peñascos, ya tirando piedras con la mano, pusieron las tropas en tal consternación y peligro, que Aníbal se vio en la precisión de pasar una noche con la mitad del ejercito sobre una áspera y rasa roca, separado de la caballería y bestias de carga para vigilar en su defensa, y aun apenas basto toda la noche para desembarazarse de aquel mal paso. Al día siguiente, retirados los enemigos, se reunió con la caballería y acemilas, y prosiguió su marcha a lo mas encumbrado de los Alpes. De allí adelante ya no le embistieron los bárbaros con el total de sus fuerzas. Solamente le atacaban por partidas, y presentándose oportunamente, ya por la retaguardia, ya por la vanguardia, le robaban algún bagaje. De mucho le sirvieron en esta ocasión los elefantes, pues por la parte que ellos iban jamas se atrevieron acercarse los contrarios, asombrados con la novedad del espectáculo. Al noveno día llego a la cima de estos montes, donde acampo y se detuvo dos días para dar descanso a los que se habían salvado y esperar a los que se habían rezagado. Durante este tiempo muchos de los caballos espantados y bestias de las que habían arrojado las cargas, descubriendo maravillosamente por las huellas el ejercito, volvieron y llegaron al campamento.
Era entonces el final del otoño, y se hallaban ya cubiertas de nieve las cimas de estos montes, cuando advirtiendo Aníbal que los infortunios pasados y los que esperaban aun habían abatido el valor de sus tropas, las convoca a junta y procura animarlas, valiéndose para esto del único medio de enseñarles la Italia. Esta, pues, esta región de, tal modo situada al pie de los Alpes, que de cualquier parte que se mire, parece que la sirven de baluarte estas montañas. De esta forma, poniéndoles a la vista las campiñas que riega el Po, recordándoles la buena voluntad de sus moradores, y señalándoles al mismo tiempo la situación de la misma Roma, recobro de algún modo el espíritu de sus soldados. Al dia siguiente levanto el campo y emprendió el descenso. En el no se le presentaron enemigos, fuera de algunos que rateramente le molestaron. Pero la desigualdad del terreno y la nieve le hicieron perder poca menos gente que había perecido en la subida. Efectivamente, como la bajada era angosta y pendiente, y la nieve ocultaba el paso al soldado, cualquier traspié o desvió del camino era un precipicio en un despeñadero. Bien que la tropa, acostumbrada ya a este genero de males, sufría con paciencia este trabajo. Pero luego que llego a cierto paso cuya estrechez imposibilitaba el paso a los elefantes y bestias (era un despeñadero que, a mas de que ya anteriormente tenia casi estadio y medio de camino, a la sazón estaba aun mas escarpado con el desmoronamiento de la tierra), allí comenzó de nuevo a desalentarse y acobardarse la tropa. El primer pensamiento de Aníbal fue evitar el precipicio por un rodeo; pero como la nieve le imposibilitaba el camino, desistió del empeño.
Era cosa particular y extraña lo que allí acaecía. Sobre la nieve que antes había y permanecía del invierno anterior, había caído otra nueva en este año. En esta fácilmente se hacia impresión, como que estaba blanda por haber caído recientemente y ser poca su altura; pero, cuando pisoteada la nueva se llegaba a la que estaba debajo congelada lejos de poderse asegurar el soldado parecía que nadaba, y faltándole los pies, caía en tierra, a la manera que acontece a los que andan por un terreno resbaladizo. A esto se añadía otro mayor trabajo. Como el soldado no podía imprimir la huella en la nieve que había debajo, si caído quería tal vez valerse de las rodillas o manos para levantarse, tanto con mayor lastima el y todo lo que le había servido de asidero iba rodando por aquellos lugares generalmente pendientes. Las acémilas, cuando caían, rompían el hielo forcejeando por levantarse: una vez este quebrado, quedaban atascadas con la pesadez de la carga y como congeladas con la opresión de la nieve anterior. A la vista de esto, fue preciso desistir de este arbitrio y acampar en el principio del desfiladero, quitándole antes la nieve que contenía. Después, con el auxilio de la tropa, se abrió un camino en la misma pena, aunque con mucho trabajo. En un solo dia se hizo el bastante para que transitasen las bestias y caballería. Luego que estas hubieron pasado, se mudo el real a un sitio que no tenia nieve y se las soltó a pastar. Aníbal mientras, distribuidos en partidas los númidas, prosiguió la conclusión del camino, y apenas después de tres días de trabajo pudo hacer pasar los elefantes, que se hallaban ya muy extenuados del hambre. Pues las cumbres de los Alpes y sus inmediaciones, como en invierno y verano las cubre la nieve de continuo, están del todo rasas y desnudas de arboles; pero las faldas de uno y otro lado producen bosques y arboledas, y generalmente son susceptibles de cultivo.
Finalmente, incorporado todo el ejercito, prosiguió Aníbal el descenso, y tres días después de haber atravesado los mencionados despeñaderos, alcanzo el llano con mucha perdida de gente, que los enemigos, los ríos y la longitud del camino habían causado; y mucha mas, no tanto de hombres cuanto de caballos y acémilas, que los precipicios y malos pasos de los Alpes se habían tragado. Había tardado cinco meses en todo el camino desde Cartagena, contando los quince días que le había costado el superar los Alpes hasta que penetro con el mismo espíritu en las llanuras del Po y pueblos de los insubrios. El cuerpo de tropas que le había quedado a salvo se reducía a doce mil infantes africanos, ocho mil españoles y seis mil caballos, como el mismo lo testifica en una columna hallada en Lacinio, describiendo el numero de su gente.
Durante este tiempo Publio Escipión, que, como arriba hemos indicado, había dejado las legiones a su hermano Cnelio, le había recomendado los negocios de España y que hiciese la guerra con vigor a Asdrúbal, desembarco en Pisa con poca gente. Pero atravesando la Etruria, y tomando allí de los pretores las legiones que estaban a su cargo para hacer la guerra a los boios, marcho a acamparse a las llanuras del Po, donde aguardo al enemigo, deseoso de venir con el a las manos.
( Polibio )
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