Apenas llego a Roma la noticia de que los dos ejércitos se hallaban al frente y que cada día se hacían escaramuzas, la ciudad
se lleno de inquietud y sobresalto. Las frecuentes derrotas anteriores ponían en cuidado a todos del futuro, y la imaginación les presentaba y anticipaba las
funestas consecuencias de la República, caso que fuesen vencidos. No se oía hablar sino de vaticinios. Todos los templos, todas las casas estaban llenas de
presagios y prodigios, de que provenían votos, sacrificios, suplicas y ruegos a
los dioses. Pues en las calamidades publicas los romanos se exceden en aplicar
a los dioses y a los hombres, y en tales circunstancias nada reputan por
indecente e indecoroso de cuanto conduzca a este objeto.
Lo mismo fue recibir Varrón el mando al dia siguiente
(217 años antes de J. C.), que mover sus tropas al rayar el día de los dos
campos; y haciendo pasar el Aufido a los de su mayor campamento, al punto los
formo en batalla. A estos unió los del menor y los coloco sobre una linea
recta, dándoles todo el frente hacia el Mediodía. La caballería romana cubría el ala derecha sobre el mismo río, y a continuación se prolongaba la infantería sobre la misma línea. Los batallones de la retaguardia estaban mas densos que
los de la vanguardia; pero las cohortes del frente tenían mucha mas
profundidad. La caballería auxiliar se hallaba colocada sobre el ala izquierda.
Delante de todo el ejercito estaban apostados los armados a la ligera. El total
con los aliados ascendía a ochenta mil infantes, y poco mas de seis mil
caballos. Entretanto Aníbal hizo pasar el Aufido a sus baleares y lanceros, y
los puso al frente del ejercito. Saco del campamento el resto de sus tropas,
las hizo pasar el río por dos partes y las opuso al enemigo. En la izquierda situó la caballería española y gala, apoyada sobre el mismo río en contraposición de la romana; y a continuación la mitad de la infantería africana pesadamente armada. Seguían después los españoles y galos, con los que
estaba unida la otra mitad de africanos. La caballería númida cubría el ala
derecha. Luego que hubo prolongado todo el ejercito sobre una línea recta, tomo
la mitad de las legiones españolas y galas y salio al frente, de suerte que las
otras tropas de sus flancos se hallaban naturalmente sobre una linea recta, y
el con las del centro formaba el convexo de una media luna, debilitado por sus
extremos. Su propósito en esto era que los africanos sostuviesen a los
españoles y galos, que habían de entrar primero en la acción.
Los africanos estaban armados a la romana. Aníbal los había adornado con los mejores despojos que había ganado en la batalla
anterior. Los escudos de los españoles y galos eran de una misma forma; pero
las espadas tenían una hechura diferente. Las de los españoles no eran menos
aptas para herir de punta que de tajo; pero las de los galos servían únicamente para el tajo, y esto a cierta distancia. Estas tropas se hallaban
alternativamente situadas por cohortes; los galos desnudos, y los españoles
cubiertos con túnicas de lino de color de púrpura a la costumbre de su país, espectáculo que causo novedad y espanto a los romanos. El total de la caballería cartaginesa ascendía a diez mil, y el de la infantería a poco mas de
cuarenta mil hombres con los galos.
Emilio mandaba el ala derecha de los romanos, Varrón
la izquierda, y los cónsules del año anterior Servilio y Atilio, ocupaban el
centro. A la izquierda de los cartagineses estaba Asdrúbal, a la derecha Hannon,
y en el cuerpo de batalla Aníbal, acompañado de Magón, su hermano. Como la formación de los romanos miraba hacia el Mediodía, según hemos dicho
anteriormente, y la de los cartagineses al Septentrión, cuando salio el sol ni
a unos ni a otros ofendían sus rayos. La acción empezó por la infantería ligera, que estaba al frente, y de una y otra parte fueron iguales las
ventajas. Pero desde que la caballería española y gala de la izquierda se hubo
aproximado, los romanos se batieron con furor y como bárbaros. No peleaban según las leyes de su milicia, retrocediendo y volviendo a la carga, sino que
una vez venidos a las manos, saltaban del caballo, y hombre a hombre median sus
fuerzas. Pero al fin vencieron los cartagineses. La mayor parte de romanos pereció en la refriega, no obstante haberse defendido con valor y esfuerzo; el
resto, perseguido a lo largo del río, fue muerto y pasado a cuchillo sin piedad
alguna. Entonces la infantería pesada ocupo el lugar de la ligera, y vino a las
manos. Durante algún tiempo guardaron la formación los españoles y galos, y
resistieron con valor a los romanos, pero arrollados con el peso de las
legiones, cedieron y volvieron pies atrás, abandonando la media luna. Las
cohortes romanas, con el anhelo de seguir el alcance, se abrieron paso por las
lineas de los contrarios, tanto a menos costa, cuanto la formación de los galos
tenia muy poco fondo, y ellos recibían de las alas frecuentes refuerzos en el
centro, donde era lo vivo del combate. Pues solo en el cuerpo de batalla, a
causa de que los galos, formados a manera de media luna, sobresalían mucho mas
que las alas, y representaban el convexo al enemigo. Efectivamente, los romanos
siguen y persiguen a estos hasta el centro y cuerpo de batalla, donde se
introducen tan adentro, que por ambos flancos se vieron cercados de la infantería africana pesadamente armada. En ese instante los cartagineses, unos
por un cuarto de conversión de derecha a izquierda, otros por el movimiento
contrario, arremeten con sus escudos y picas, y atacan por los costados a los
contrarios, advirtiéndoles lo que habían de hacer el mismo lance. Esto era
cabalmente lo que Aníbal se había imaginado; que los romanos, persiguiendo a
los galos, serian cogidos en medio por los africanos. De allí adelante los
romanos ya no pelearon en forma de falange, sino de hombre a hombre y por
bandas, teniendo que hacer frente a los que les atacaban por los flancos.
Emilio, aunque desde el principio había estado en el
ala derecha, y había intervenido en el choque de la caballería, se hallaba aun
sin lesión alguna. Pero queriendo que las obras correspondiesen a lo que había dicho en la arenga, y advirtiendo que en la infantería legionaria estribaba la decisión de la batalla, atraviesa a caballo las lineas, se incorpora a la acción, mata a cuantos se le ponen por delante, animando y estimulando a sus
gentes. Aníbal, que desde el principio mandaba esta parte del ejercito, hacia
lo mismo con los suyos. Los númidas del ala derecha que peleaban con la caballería romana de la izquierda, aunque por su particular modo de combatir,
ni hicieron ni sufrieron daño de consecuencia; sin embargo, atacando al enemigo
por todos lados, le tuvieron siempre ocupado y entretenido. Pero cuando
Asdrúbal, derrotada la caballería romana de la derecha a excepción de muy
pocos, llego desde la izquierda al socorro de sus númidas; la caballería auxiliar
de los romanos, presintiendo el ataque, volvió la espalda y echo a huir.
Cuentan que Asdrúbal en esta ocasión hizo una acción sagaz y prudente. Viendo
el gran numero de los númidas, y la habilidad y vigor con que persiguen a los
que una vez vuelven la espalda, los encargo el alcance de los que huían; y él,
mientras marcho con el resto adonde era la acción, para dar socorro a los
africanos. Efectivamente, carga por la espalda sobre las legiones romanas y las
ataca sucesivamente por compañías en diferentes partes, con lo que a un tiempo
anima a los africanos, y abate y aterra el espíritu de los romanos. Entonces
fue cuando Lucio Emilio Paulo, cubierto de mortales heridas, perdió la vida en la misma
batalla; personaje que, lanzó en el resto de su vida como en este ultimo
trance, cumplió tan bien como otro con lo que debía a la patria. Entretanto los
romanos peleaban y resistían, haciendo frente por todos lados a los que los
rodeaban; pero muertos los que se hallaban en la circunferencia, y por
consiguiente encerrados en mas corto espacio, fueron al fin pasados todos a
cuchillo. Del numero de estos fueron los cónsules del año anterior, Atilio y
Servilio, varones de probidad y que durante la acción dieron pruebas del valor
romano. En el transcurso de la batalla, los númidas siguieron el alcance de la caballería que huía. De esta los más fueron muertos, otros despeñados por los
caballos, y unos cuantos se refugiaron en Venusia, entre los que estaba Varrón, cónsul romano, hombre de un corazón depravado, cuyo mando fue a su patria tan
ruinoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario