Animado por estos cálculos y sin haberle comunicado a
nadie por donde pensaba atacar, al ponerse el sol condujo al ejercito durante
toda la noche hasta Cartago Nova. Al amanecer, en medio del estupor de los
africanos, empezó a cercar la ciudad con una empalizada y se preparo para el día siguiente, apostando escaleras y maquinas de guerra por todo alrededor de
la misma, excepto por una sola parte en la que el muro era mas bajo y estaba
bañada por una laguna y el mar, por lo que la vigilancia era menos intensa.
Habiendo cargado durante la noche todas las maquinas con dardos y piedras y
tras apostar frente al puerto de la ciudad a sus naves a fin de que las de los
enemigos no pudieran escapar a través de el pues confiaba absolutamente en
apoderarse de la ciudad a causa de su elevada moral, antes del amanecer hizo
subir al ejercito sobre las maquinas, exhortando a una parte de sus tropas a
entablar combate con los enemigos desde arriba y a otra parte a empujarlas
contra el muro por su parte inferior. Magón, a su vez aposto a sus diez mil
hombres en las puertas, con la intención de salir, cuando se les presentara la ocasión, con solo las espadas pues no era posible usar las lanzas en un espacio
estrecho y envió a los restantes a las almenas. También se tomo él el asunto
con mucho celo colocando numerosas maquinas, piedras, dardos y catapultas. Hubo
gritos y exhortaciones por ambas partes, ninguno quedo atrás en el ataque y el
coraje, lanzando piedras, dardos y jabalinas, unos con las manos, otros con las
maquinas y otros con hondas. Y se sirvieron con ardor de cualquier otro
instrumento o recurso que tuvieran en sus manos. Las tropas de Escipión
sufrieron mucho daño. Los diez mil soldados cartagineses que estaban junto a
las puertas, saliendo a la carrera con las espadas desenvainadas, se
precipitaron contra los que empujaban las maquinas y causaron muchas bajas pero
no sufrieron menos. Finalmente, los romanos empezaron a imponerse por su
laboriosidad y constancia. Entonces cambio la suerte, porque los que estaban
sobre las murallas se encontraban ya cansados y los romanos consiguieron adosar
las escalas a los muros. Sin embargo, los cartagineses que llevaban espadas
penetraron a la carrera por las puertas y cerrándolas tras ellos se encaramaron
a los muros. De nuevo la lucha se hizo penosa y difícil para los romanos hasta
que Escipión, su general, que recorría todos los lugares dando gritos y
exhortaciones de ánimos, se dio cuenta, hacia el mediodía, de que el mar se
retiraba por aquella parte en la que el muro era bajo y lo banaba la laguna. Se
trataba del fenómeno diario de la bajada de la marea. El agua avanzaba hasta
mitad del pecho y se retiraba hasta media rodilla. Escipión se percato entonces
de esto y comprendió la naturaleza del fenómeno, a saber, que estaría baja
durante el resto del día y, antes de que el mar volviera a subir, se lanzo a la
carrera por todas partes gritando: Ahora es el momento, soldados, ahora viene
la divinidad como aliada mía. Avanzad contra esta parte de la muralla. El mar
nos ha cedido el paso. Llevad las escaleras y yo os guiare. Después de coger
el, el primero, una de las escaleras, la apoyo contra el muro y empezó a subir
cuando aun no lo había hecho ningún otro, hasta que, rodeándole sus escuderos y
otros soldados del ejercito, se lo impidieron y ellos mismos acercaron, a la
vez, gran cantidad de escaleras y treparon. Ambos bandos atacaron con gritos y
celo e intercambiaron golpes variados, pero, no obstante, vencieron los romanos.
Consiguieron subir a unas torres en las que Escipión coloco trompeteros y
hombres provistos con cuernos de caza, y les dio orden de animar y causar
alboroto para dar la impresión de que ya había sido tomada la ciudad. Otros,
corriendo de aquí para allá, provocaban el desconcierto de igual manera y
algunos, descendiendo de un salto desde las almenas, le abrieron las puertas a
Escipión. Este penetro a la carrera con el ejercito. De los que estaban dentro
algunos se refugiaron en sus casas; Magon, por su parte, reunió a sus diez mil
soldados en la plaza publica y cuando estos sucumbieron se retiro de inmediato
con unos pocos a la ciudadela. Pero al atacar, acto seguido, Escipión la
ciudadela, como ya no podía hacer nada con unos hombres que estaban en inferioridad numérica y acobardados por el miedo, se entrego el mismo a Escipión (...) En la
ciudad tomada se apodero de almacenes con enseres útiles para tiempos de paz y
de guerra, gran cantidad de armas, dardos, maquinas de guerra, arsenales para
los navíos, treinta tres barcos de guerra, trigo y provisiones variadas,
marfil, oro, plata, una parte consistente en objetos, otra acuñada y una
tercera sin acuñar, rehenes íberos y prisioneros de guerra y todas aquellas
cosas que antes habían quitado a los romanos. Al día siguiente, realizo un
sacrificio y celebro el triunfo. Después hizo un elogio del ejercito, pronuncio
una arenga a la ciudad y, tras recordarles a los Escipiones, dejo partir libres
a los prisioneros de guerra hacia sus respectivos lugares de origen con objeto
de congraciarse a las ciudades. Otorgo las mayores recompensas al que subió en
primer lugar la muralla, al siguiente le dio la mitad de esta, al tercero la
tercera parte y a los demás proporcionalmente. El resto del botín lo que
quedaba de oro, plata o marfil lo envió a Roma a bordo de las naves apresadas.
La ciudad celebro un sacrificio durante tres días, pensando que de nuevo volvía a renacer el éxito ancestral y, de otro lado, Iberia y los cartagineses que
habitaban en ella quedaron estupefactos por el temor ante la magnitud y rapidez
de su golpe de mano.. Escipión estableció una guardia en Cartago Nova y ordeno
que se elevara la muralla que daba al lugar de la marea. El se puso en camino
hacia el resto de Iberia y, enviando a sus amigos a cada región, las atraía bajo su mando de buen grado y, a las demás que se le opusieron, las sometió por
la fuerza. Eran dos los generales cartagineses que quedaban y ambos se llamaban
Asdrúbal; uno de ellos, el hijo de Amílcar, andaba reclutando mercenarios muy
lejos entre los celtíberos , y el otro, Asdrúbal, el hijo de Giscón, enviaba
emisarios a las ciudades que todavía eran fieles demandando que permanecieran
en esta fidelidad a Cartago, pues estaba a punto de llegar un ejercito inmenso,
y envió a otro Magón a las zonas próximas a reclutar mercenarios de donde le
fuese posible, mientras que él en persona se dirigió contra el territorio de
Lersa, que se les había sublevado, y se dispuso a sitiar alguna ciudad de allí.
Sin embargo, cuando se dejo ver Escipión, Magón se retiro a Bética y acampo
delante de la ciudad. En este lugar fue derrotado de inmediato, al día siguiente, y Escipión se apodero de su campamento y de Bética.
(
Apiano en "Iberia")
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