Ciertamente
en los grandes infortunios todo lo que excede la regla común si se advierte que
procede de sincero afecto, excita la compasión en los que lo ven y oyen, y
apenas hay alguno a quien la novedad no le conmueva; pero si se nota que nace
de la impostura y del fingimiento, en vez de la misericordia granjea la cólera
y aborrecimiento. Esto es lo que aconteció entonces a los embajadores de
Cartago. Escipión les dijo en pocas palabras: "No merecéis que los
romanos usen con vosotros de alguna indulgencia, si se atiende a que vos mismos
confesáis que desde el principio les habéis declarado la guerra tomándoles a
Sagunto contra el tenor de los tratados; y que acabáis de faltarles a la fe
pactada, quebrantando los artículos de la paz firmados con juramento; sin
embargo, ellos, atendiendo a su honor, a la fortuna y a la condición de las
cosas humanas, han decidido usar con vosotros de la conmiseración y generosidad
acostumbrada. Esto mismo confesareis vosotros, si consideráis atentamente el
estado actual. Porque si ahora se os impusiese cualquiera pena que sufrir,
cualquiera cosa que hacer, o cualquiera impuesto que pagar, no deberíais
reputarlo como tratamiento riguroso, por el contrario, deberíais tener por una
especie de milagro el que después de haberos cerrado la puerta la fortuna a
toda conmiseración y condescendencia, y haberos puesto vuestra perfidia a
discreción del enemigo, se os tratase con alguna benignidad". Manifestado
esto, Escipión les entrego primero los artículos que contenían sus liberalidades,
y después las condiciones que habían de sufrir. Se reducían en sustancia: A que
retendrían en el África todas las ciudades, campos, ganados, esclavos y demás
bienes que poseían antes de declarar la ultima guerra a los romanos; que desde
aquel día no se les haría hostilidad alguna, vivirían según sus leyes y
costumbres, y quedarían exentos de toda guarnición. Tales eran las condiciones
benignas; las duras contenían: Que los cartagineses resarcirían a los romanos
todos los menoscabos que habían sufrido durante las treguas; que les
devolverían todos los prisioneros y siervos fugitivos sin prescripción de
tiempo; que les entregarían todos los navíos largos, a excepción de diez
trirremes; que lo mismo se observaría con los elefantes; que de ningún modo
harían guerra fuera ni dentro del África sin licencia del pueblo romano; que
todas las casas, tierras, ciudades y cualquiera otra cosa del rey Massinisa o
de sus descendientes, serian restituidas a este príncipe, dentro de los
términos que se les señalasen; que proveerían de víveres el ejercito por tres
meses, y le pagarían el sueldo hasta que volviese de Roma la noticia de la
ratificación del tratado; que darían diez mil talentos de plata en cincuenta
años, pagando doscientos talentos eubeos en cada uno; que para resguardo de su
fidelidad entregarían cien personas en rehenes, que escogería Escipión entre su
juventud, ni menores de catorce anos, ni mayores de treinta.
Estos
fueron los artículos que Escipión propuso a los embajadores cartagineses, los
cuales, así que los oyeron, partieron sin dilación y los participaron al
Senado. Refieren que en esta ocasión, queriendo oponerse cierto senador a las
condiciones propuestas, y habiendo empezado a hablar, Aníbal se fue a él y le
arrojo de la tribuna; y que irritados los demás de una acción tan contraria a
la costumbre de una ciudad libre, Aníbal se había levantado y manifestado, que
merecía perdón si por ignorancia había cometido alguna falta contra los usos,
cuando les constaba que desde la edad de nueve años que había salido de su
patria no había regresado a ella hasta pasados los cuarenta y cinco; que no
debían atender a si había pecado contra la costumbre, sino a si había sabido
sentir los males de la patria, puesto que por su causa había incurrido ahora en
este desacato; que se admiraba y extrañaba en extremo que existiese un
cartaginés que, sabiendo lo que la patria en general y cada miembro en
particular había maquinado contra los romanos, no bendijese la fortuna de que,
puesto a discreción de Roma, se le tratase con tal humanidad; que si pocos días
antes de la batalla se hubiera preguntado a los cartagineses que males pensáis
sufrirá la patria caso que los romanos salgan vencedores, no los hubieran
podido explicar con palabras: tan grandes y excesivos eran los que la imaginación
les representaba. Por lo cual les rogaba no volviesen a deliberar ya mas sobre
el asunto, sino que recibiesen con conformidad los artículos propuestos,
hiciesen sacrificios a los dioses, y todos les pidiesen que el pueblo romano
tuviese a bien ratificarlos. El consejo de Aníbal pareció acertado y
conveniente a las actuales circunstancias, en cuya atención decidió el Senado
concertar la paz con las dichas condiciones, y despacho al instante sus
embajadores para pasar por ellas.
( Polibio)
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