viernes, 22 de agosto de 2014

LOS GLADIADORES Y EL CIRCO ROMANO




Llamaban gladiador (palabra que proviene de "gladius", la corta espada de los legionarios romanos), al que en los juegos públicos de los romanos, combatía con otro gladiador, o con otra bestia feroz para diversión de los espectadores.

 

Esos hombres (también habían mujeres, las gladiatrices), de forma forzada, o voluntariamente, combatían en los espectáculos públicos. El origen de los combates de gladiadores parece rememorarse entre los etruscos, que con ellas honraban la memoria de sus muertos ilustres. En Roma, los historiadores señalan que aparecieron aproximadamente en el año 264 antes de Jesucristo, con el mismo carácter fúnebre. En dicho año, habiendo muerto L. Brutus Pera, sus hijos hicieron combatir a seis gladiadores con motivo de la celebración de los funerales. 


En años siguientes se celebraron nuevos combates cada vez más frecuentes e importantes, aunque siempre de carácter privado y funebre. Pero el pueblo no tardó en aficionarse a estas luchas sangrientas, y en 105 antes de Jesucristo se celebró por primera vez una lucha de gladiadores organizada por magistrados y con carácter público. A pesar de ello subsistieron las luchas privadas, celebradas siempre como honras fúnebres. El nombre munus dado a las luchas de gladiadores hasta el fin del Imperio las distinguía de los demás juegos.

 

Tertuliano los designa officium mortuorum honore debitum, o sea ceremonias debidas al honor de los muertos. Todos los grandes personajes las hicieron celebrar, entre ellos Cayo Julio César por primera vez en honor de una mujer: su hija Julia.

 

En un principio debían tener lugar poco después del entierro, pero más tarde se celebraron incluso años después de la muerte del personaje al que se honraba. Desde el año 105 los magistrados, para lograr popularidad, los multiplican, llegando a constituir una pasión para los romanos. De Roma pasaron a toda Italia y a las provincias, adquiriendo en todas partes carta de naturaleza menos en Grecia, cuyo espíritu parece que tuvo siempre repugnancia para esta clase de espectáculos, siendo Corinto la única ciudad griega que llegó a tener anfiteatro.

 

La organización de todo lo referente a estos juegos fue regulada por las llamadas leges gladiatoriae, que comprenden disposiciones que van cronológicamente desde el año 105 hasta el final del Imperio; la vigilancia del cumplimiento de estas leyes estaba encomendada en Roma, al principio, a los cónsules, después al praefectus urbi. En Roma, desde los Flavios no podía haber particulares que mantuvieran tropas de gladiadores, y todos dependían directamente de los magistrados públicos. No sucedía lo mismo en las provincias, en que todos los particulares podían reclutar una tropa y explotarla, llamándose lanista al director de la misma, pero siempre los magistrados tuvieron la inspección de estos juegos.

 

Los gastos que comportaba una lucha de gladiadores debían ser discutidos entre el lanista y el editor muneris, que cubría los gastos del espectáculo. Por de pronto, el espectáculo podía ser pagando una entrada cada espectador, con lo que constituía un negocio, habiendo empresarios dedicados a ello, a los que se exigía la posesión de un cierto capital. Otras veces eran espectáculos debidos a la liberalidad de un editor que, a lo menos en Roma, necesitaba autorización, a veces del emperador.

 

En caso más frecuente en tiempo de la República fue el de las luchas organizadas por los magistrados públicos para sostener su popularidad y tener más asegurada su reelección. Al llegar la época imperial, los emperadores se reservaron cada vez más la facultad de celebrar estas luchas, salvo la excepción que veremos después, pero las que celebran son de un lujo extraordinario. 


Augusto, durante su reinado, organizó ocho combates en los que tomaron parte un total de 10.000 gladiadores; pero Trajano le sobrepujó pues en un solo juego que duró ciento veintitrés días empleó tantos gladiadores como Augusto en todo su reinado. En provincias los magistrados municipales celebraban periódicamente combates con ciertas condiciones que llegaron a ser obligatorios, constituyendo una carga ordinaria de los municipios. En Roma llegó a suceder algo semejante.

 

Estos espectáculos llevaron gastos enormes, por lo que hubo que restringir el número de combatientes, salvo en combates organizados por los césares. Lo que más hacía subir el precio de los combates eran las exigencias de ciertos gladiadores de nombre o de sus lanistas o empresarios, debiendo en un caso Tiberio pagar 100.000 sestercios para contratar algunos gladiadores famosos. Para cortar estos abusos se fijó  una escala máxima de precios, dividiéndose los gladiadores en categorías.

 

Veámos ahora cuál era la condición de los gladiadores. Podían ser destinados a la gladiatura:

1.- Los condenados a trabajos forzados que podían cunplir su pena ejerciendo ese peligroso oficio; en este caso, antes de mandarlos a combate se les enseñaba el uso de las armas en las escuelas de gladiadores.

2.- Los esclavos: hasta Adriano, todo señor tenía derecho a condenar a ser gladiador a todo esclavo de su propiedad. El emperador citado dispuso que fuese necesario que el esclavo hubiese cometido un delito grave para hacerle sufrir tal condena.

3.- Hombres libres que querían dedicarse a tal profesión, exigiéndoseles una declaración ante un magistrado y fijando la ley en 2000 sestercios el precio de la primera contrata; el hombre libre que entraba en la condición de gladiador perdía gran parte de sus derechos, pues era una condición considerada vil y para hacer patente esa inferioridad se le sometía a la férula o látigo. Muchos libertos entraban en la gladiatura, de la que a veces habían recibido la libertad.

 

En el caso de los condenados a muerte que la recibían luchando contra gladiadores es un caso a parte, pues si no morían en el combate eran ejecutados inmediatamente.

 

Para salir de la gladiatura los forzados debían a lo menos permanecer cinco años en esta condición, los esclavos todo el tiempo que quisiese su dueño y los hombres libres dependían de los términos de los contratos que hiciesen con los lanistas.

 

Entre los gladiadores de Roma figuraban muchos esclavos extranjeros traídos como prisioneros, pero la especie de aureola de gloria y popularidad que rodeaba a ciertos gladiadores vencedores en muchos combates atrajo a esta profesión a buen número de aventureros y aún con gran escándalo, a miembros de distinguidas familias patricias.




 El tráfico de gladiadores era muy común entre las clases ricas y no se le atribuye carácter denigrante si iba acompañado de bienes de fortuna o de otra ocupación; sólo el lanista, que no tenía otro medio de vida, era asimilado en degradación a los propios gladiadores, pero muchas veces ganaba grandes cantidades en su tráfico. Algunos patricios tenían tropas de gladiadores, utilizándolas a veces como peligrosa fuerza militar.
 

La disciplina que se guardaba entre las tropas de gladiadores era durísima, aparte de no confiarles más que en la arena armas de combate; abundaban los castigos corporales más duros por las más pequeñas faltas; esa severidad trajo revueltas terribles, como las de Espartaco y Crixus, poco después de ella la vigilancia se hizo tan extrema que toda sublevación importante fue imposible.


En cambio, los suicidios entre los esclavos y presos gladiadores eran frecuentes. Afortunadamente para ellos, sus dueños tenían gran interés en conservarlos en buen estado de salud, y la alimentación, aunque grosera, era abundante y no dejaban de proporcionarles cuidados en caso de enfermedad o al regresar heridos del combate.

 

Existían escuelas para enseñar el manejo de las armas a los gladiadores, y éstos en ellas se entrenaban continuamente antes de pasar a la arena pública. Las más antiguas y acreditadas fueron las de Capua en Campania, cosa que se explica por ser aquel territorio una antigua dependencia etrusca en la que se introdujeron esos juegos antes que en ningún otro territorio italiano, exceptuando, naturalmente, la Etruria propiamente dicha.

 

Los restos conservados en  una de estas escuelas en Pompeya constan de un gran patio central rodeado de un doble piso de pequeñas celdas, conteniendo, además, una cárcel y otras dependencias auxiliares. En estas ruinas se encontraron restos de armas y numerosas pinturas representando luchas de circo y otros asuntos propios del lugar.
 

La enseñanza principal era la de la espada (gladio), y todos los gladiadores no tardaron en tener una alta idea de su profesión, considerándose los puros depositarios de las tradiciones bélicas. Esa idea trascendía al público, y eran muchos los jóvenes de familias nobles que acudían a las escuelas de gladiadores para aprender a manejar la espada. Entre los gladiadores se empleaban diferentes armas, recibiendo nombres diversos, que tenían a veces su origen en el armamento de pueblos dependientes de Roma. Las armas defensivas eran pocas, pues todo combate, salvo en caso de gracia concedida por el emperador, magistrado o editor que presidía la fiesta ó por la mayoría de espectadores, debía terminar con la muerte de uno de los combatientes.

 

Los gladiadores llamados samnitas llevaban un gran escudo, casco brillante de metal con penacho, una braga de cuero en la pierna izquierda y una espada o lanza como arma ofensiva, teniendo todo el torso desnudo. 



El reliarius recibió su nombre de la red de que iba provisto, que lanzaba sobre su adversario para inmovilizarle, llevando como arma un tridente, una espada, o un puñal; se le oponía generalmente un samnita, que recibia en este caso el nombre de secutor o perseguidor.


 El tracio tenía como arma una espada corva y llevando sólo un escudo pequeño, iba en parte cubierto de una armadura; el galo o mirmillo parece llevaba armadura; el reles disponía de una jabalina o lanza arrojadiza; el eques combatía a caballo, oponiéndose generalmente otro de la misma clase; el essedarius lo hacía desde un carro de combate; el sagitarius iba armado de flechas; los paegniarii constituyen una clase especial, pues llevaban armas que sólo raramente podía dar la muerte (bastón, látigo, etc..), y sus combates se daban como un intermedio entre luchas más serias.

 

El combate de gladiadores se desarrollaba en la siguiente forma: días antes se trazaba el programa en las paredes de los monumentos; el día anterior se daba una cena extraordinaria a los combatientes del día siguiente, y éstos daban sus últimas disposiciones, recomendaban sus hijos y mujeres a los amigos. El día del combate los gladiadores desfilaban con gran pompa en el anfiteatro, utilizando armas inofensivas, llevándoseles sólo las armas verdaderas, a veces muy ricas, en el momento de empezar el combate, siendo escrupulosamente revisadas; después los instrumentos daban la señal y los luchadores saludaban al editor y empezaba el combate dos a dos; la multitud los animaba o insultaba con sus gritos. El combate podía terminar por la muerte en el acto de uno de los combatientes o por declararse uno de ellos vencido, dejando las armas; entonces el editor podía perdonarle la vida u ordenar que el vencedor le diese la muerte.

 

Los espectadores indicaban el deseo de que se perdonara la vida del gladiador vencido levantando el dedo pulgar hacia arriba  y gritando ¡misum!, y en lo segundo, que se le diera muerte al gladiador vencido dirigiendo el dedo pulgar hacia tierra y gritando ¡yugula!. El editor las más de las veces se dejaba influir por la voluntad de los espectadores. En caso de herirse mutuamente los gladiadores sin matarse, solían ser perdonados. Y a veces a un gladiador vencedor se le oponía inmediatamente otro combatiente.

 

La insignia de la victoria era la palma y podían recibir varias recompensas. Los gladiadores vencedores en muchos combates adquirían extraordinaria popularidad e incluso riquezas, retirándose bastantes de la gladiatura con verdaderas fortunas.

 

La desaparición de estos juegos fue preparada por los filósofos, que abominaron de sus horrores. El cristianismo los combatió desde un principio.


 Constantino, en 326, dificultó su celebración sin prohibirla, y aún sólo en ciertas partes del Imperio; estas medidas fueron ampliadas por Valentiniano.


En 399 se cerraron las escuelas imperiales y en 404 Honorio suprimió completamente los combates de gladiadores. Éstos, pues, duraron tanto como duró el Imperio Romano.






ESCULTURAS REPRESENTANDO GLADIADORES:












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