Llamaban gladiador (palabra que proviene de
"gladius", la corta espada de los legionarios romanos), al que en los
juegos públicos de los romanos, combatía con otro gladiador, o con otra bestia
feroz para diversión de los espectadores.
Esos hombres (también habían mujeres, las gladiatrices), de
forma forzada, o voluntariamente, combatían en los espectáculos públicos. El
origen de los combates de gladiadores parece rememorarse entre los etruscos,
que con ellas honraban la memoria de sus muertos ilustres. En Roma, los
historiadores señalan que aparecieron aproximadamente en el año 264 antes de
Jesucristo, con el mismo carácter fúnebre. En dicho año, habiendo muerto L.
Brutus Pera, sus hijos hicieron combatir a seis gladiadores con motivo de la
celebración de los funerales.
En años siguientes se celebraron nuevos combates
cada vez más frecuentes e importantes, aunque siempre de carácter privado y
funebre. Pero el pueblo no tardó en aficionarse a estas luchas sangrientas, y
en 105 antes de Jesucristo se celebró por primera vez una lucha de gladiadores
organizada por magistrados y con carácter público. A pesar de ello subsistieron
las luchas privadas, celebradas siempre como honras fúnebres. El nombre munus
dado a las luchas de gladiadores hasta el fin del Imperio las distinguía de los
demás juegos.
Tertuliano los designa officium mortuorum honore debitum, o
sea ceremonias debidas al honor de los muertos. Todos los grandes personajes
las hicieron celebrar, entre ellos Cayo Julio César por primera vez en honor de
una mujer: su hija Julia.
En un principio debían tener lugar poco después del
entierro, pero más tarde se celebraron incluso años después de la muerte del
personaje al que se honraba. Desde el año 105 los magistrados, para lograr
popularidad, los multiplican, llegando a constituir una pasión para los
romanos. De Roma pasaron a toda Italia y a las provincias, adquiriendo en todas
partes carta de naturaleza menos en Grecia, cuyo espíritu parece que tuvo
siempre repugnancia para esta clase de espectáculos, siendo Corinto la única
ciudad griega que llegó a tener anfiteatro.
La organización de todo lo referente a estos juegos fue
regulada por las llamadas leges gladiatoriae, que comprenden disposiciones que
van cronológicamente desde el año 105 hasta el final del Imperio; la vigilancia
del cumplimiento de estas leyes estaba encomendada en Roma, al principio, a los
cónsules, después al praefectus urbi. En Roma, desde los Flavios no podía haber
particulares que mantuvieran tropas de gladiadores, y todos dependían
directamente de los magistrados públicos. No sucedía lo mismo en las provincias,
en que todos los particulares podían reclutar una tropa y explotarla,
llamándose lanista al director de la misma, pero siempre los magistrados
tuvieron la inspección de estos juegos.
Los gastos que comportaba una lucha de gladiadores debían
ser discutidos entre el lanista y el editor muneris, que cubría los gastos del
espectáculo. Por de pronto, el espectáculo podía ser pagando una entrada cada
espectador, con lo que constituía un negocio, habiendo empresarios dedicados a
ello, a los que se exigía la posesión de un cierto capital. Otras veces eran
espectáculos debidos a la liberalidad de un editor que, a lo menos en Roma,
necesitaba autorización, a veces del emperador.
En caso más frecuente en tiempo de la República fue el de
las luchas organizadas por los magistrados públicos para sostener su
popularidad y tener más asegurada su reelección. Al llegar la época imperial,
los emperadores se reservaron cada vez más la facultad de celebrar estas
luchas, salvo la excepción que veremos después, pero las que celebran son de un
lujo extraordinario.
Augusto, durante su reinado, organizó ocho combates en los
que tomaron parte un total de 10.000 gladiadores; pero Trajano le sobrepujó
pues en un solo juego que duró ciento veintitrés días empleó tantos gladiadores
como Augusto en todo su reinado. En provincias los magistrados municipales
celebraban periódicamente combates con ciertas condiciones que llegaron a ser
obligatorios, constituyendo una carga ordinaria de los municipios. En Roma
llegó a suceder algo semejante.
Estos espectáculos llevaron gastos enormes, por lo que hubo
que restringir el número de combatientes, salvo en combates organizados por los
césares. Lo que más hacía subir el precio de los combates eran las exigencias
de ciertos gladiadores de nombre o de sus lanistas o empresarios, debiendo en
un caso Tiberio pagar 100.000 sestercios para contratar algunos gladiadores
famosos. Para cortar estos abusos se fijó
una escala máxima de precios, dividiéndose los gladiadores en categorías.
Veámos ahora cuál era la condición de los gladiadores.
Podían ser destinados a la gladiatura:
1.- Los condenados a trabajos forzados que podían cunplir su
pena ejerciendo ese peligroso oficio; en este caso, antes de mandarlos a
combate se les enseñaba el uso de las armas en las escuelas de gladiadores.
2.- Los esclavos: hasta Adriano, todo señor tenía derecho a
condenar a ser gladiador a todo esclavo de su propiedad. El emperador citado
dispuso que fuese necesario que el esclavo hubiese cometido un delito grave
para hacerle sufrir tal condena.
3.- Hombres libres que querían dedicarse a tal profesión,
exigiéndoseles una declaración ante un magistrado y fijando la ley en 2000
sestercios el precio de la primera contrata; el hombre libre que entraba en la
condición de gladiador perdía gran parte de sus derechos, pues era una
condición considerada vil y para hacer patente esa inferioridad se le sometía a
la férula o látigo. Muchos libertos entraban en la gladiatura, de la que a
veces habían recibido la libertad.
En el caso de los condenados a muerte que la recibían
luchando contra gladiadores es un caso a parte, pues si no morían en el combate
eran ejecutados inmediatamente.
Para salir de la gladiatura los forzados debían a lo menos
permanecer cinco años en esta condición, los esclavos todo el tiempo que
quisiese su dueño y los hombres libres dependían de los términos de los
contratos que hiciesen con los lanistas.
Entre los gladiadores de Roma figuraban muchos esclavos
extranjeros traídos como prisioneros, pero la especie de aureola de gloria y
popularidad que rodeaba a ciertos gladiadores vencedores en muchos combates
atrajo a esta profesión a buen número de aventureros y aún con gran escándalo,
a miembros de distinguidas familias patricias.
El tráfico de gladiadores era
muy común entre las clases ricas y no se le atribuye carácter denigrante si iba
acompañado de bienes de fortuna o de otra ocupación; sólo el lanista, que no
tenía otro medio de vida, era asimilado en degradación a los propios
gladiadores, pero muchas veces ganaba grandes cantidades en su tráfico. Algunos
patricios tenían tropas de gladiadores, utilizándolas a veces como peligrosa
fuerza militar.
La disciplina que se guardaba entre las tropas de
gladiadores era durísima, aparte de no confiarles más que en la arena armas de
combate; abundaban los castigos corporales más duros por las más pequeñas
faltas; esa severidad trajo revueltas terribles, como las de Espartaco y
Crixus, poco después de ella la vigilancia se hizo tan extrema que toda
sublevación importante fue imposible.
En cambio, los suicidios entre los
esclavos y presos gladiadores eran frecuentes. Afortunadamente para ellos, sus
dueños tenían gran interés en conservarlos en buen estado de salud, y la
alimentación, aunque grosera, era abundante y no dejaban de proporcionarles
cuidados en caso de enfermedad o al regresar heridos del combate.
Existían escuelas para enseñar el manejo de las armas a los
gladiadores, y éstos en ellas se entrenaban continuamente antes de pasar a la
arena pública. Las más antiguas y acreditadas fueron las de Capua en Campania,
cosa que se explica por ser aquel territorio una antigua dependencia etrusca en
la que se introdujeron esos juegos antes que en ningún otro territorio
italiano, exceptuando, naturalmente, la Etruria propiamente dicha.
Los restos conservados en
una de estas escuelas en Pompeya constan de un gran patio central
rodeado de un doble piso de pequeñas celdas, conteniendo, además, una cárcel y
otras dependencias auxiliares. En estas ruinas se encontraron restos de armas y
numerosas pinturas representando luchas de circo y otros asuntos propios del
lugar.
La enseñanza principal era la de la espada (gladio), y todos
los gladiadores no tardaron en tener una alta idea de su profesión,
considerándose los puros depositarios de las tradiciones bélicas. Esa idea
trascendía al público, y eran muchos los jóvenes de familias nobles que acudían
a las escuelas de gladiadores para aprender a manejar la espada. Entre los
gladiadores se empleaban diferentes armas, recibiendo nombres diversos, que
tenían a veces su origen en el armamento de pueblos dependientes de Roma. Las
armas defensivas eran pocas, pues todo combate, salvo en caso de gracia
concedida por el emperador, magistrado o editor que presidía la fiesta ó por la
mayoría de espectadores, debía terminar con la muerte de uno de los
combatientes.
Los gladiadores llamados samnitas llevaban un gran escudo,
casco brillante de metal con penacho, una braga de cuero en la pierna izquierda
y una espada o lanza como arma ofensiva, teniendo todo el torso desnudo.
El reliarius recibió su nombre de la red de que iba provisto, que lanzaba sobre su adversario para inmovilizarle, llevando como arma un tridente, una espada, o un puñal; se le oponía generalmente un samnita, que recibia en este caso el nombre de secutor o perseguidor.
El reliarius recibió su nombre de la red de que iba provisto, que lanzaba sobre su adversario para inmovilizarle, llevando como arma un tridente, una espada, o un puñal; se le oponía generalmente un samnita, que recibia en este caso el nombre de secutor o perseguidor.
El tracio tenía como arma una espada corva y llevando
sólo un escudo pequeño, iba en parte cubierto de una armadura; el galo o
mirmillo parece llevaba armadura; el reles disponía de una jabalina o lanza
arrojadiza; el eques combatía a caballo, oponiéndose generalmente otro de la
misma clase; el essedarius lo hacía desde un carro de combate; el sagitarius
iba armado de flechas; los paegniarii constituyen una clase especial, pues
llevaban armas que sólo raramente podía dar la muerte (bastón, látigo, etc..),
y sus combates se daban como un intermedio entre luchas más serias.
El combate de gladiadores se desarrollaba en la siguiente
forma: días antes se trazaba el programa en las paredes de los monumentos; el
día anterior se daba una cena extraordinaria a los combatientes del día
siguiente, y éstos daban sus últimas disposiciones, recomendaban sus hijos y
mujeres a los amigos. El día del combate los gladiadores desfilaban con gran
pompa en el anfiteatro, utilizando armas inofensivas, llevándoseles sólo las
armas verdaderas, a veces muy ricas, en el momento de empezar el combate,
siendo escrupulosamente revisadas; después los instrumentos daban la señal y
los luchadores saludaban al editor y empezaba el combate dos a dos; la multitud
los animaba o insultaba con sus gritos. El combate podía terminar por la muerte
en el acto de uno de los combatientes o por declararse uno de ellos vencido,
dejando las armas; entonces el editor podía perdonarle la vida u ordenar que el
vencedor le diese la muerte.
Los espectadores indicaban el deseo de que se perdonara la
vida del gladiador vencido levantando el dedo pulgar hacia arriba y gritando ¡misum!, y en lo segundo, que se
le diera muerte al gladiador vencido dirigiendo el dedo pulgar hacia tierra y
gritando ¡yugula!. El editor las más de las veces se dejaba influir por la
voluntad de los espectadores. En caso de herirse mutuamente los gladiadores sin
matarse, solían ser perdonados. Y a veces a un gladiador vencedor se le oponía
inmediatamente otro combatiente.
La insignia de la victoria era la palma y podían recibir
varias recompensas. Los gladiadores vencedores en muchos combates adquirían
extraordinaria popularidad e incluso riquezas, retirándose bastantes de la
gladiatura con verdaderas fortunas.
La desaparición de estos juegos fue preparada por los
filósofos, que abominaron de sus horrores. El cristianismo los combatió desde
un principio.
Constantino, en 326, dificultó su celebración sin prohibirla, y
aún sólo en ciertas partes del Imperio; estas medidas fueron ampliadas por
Valentiniano.
En 399 se cerraron las escuelas imperiales y en 404 Honorio
suprimió completamente los combates de gladiadores. Éstos, pues, duraron tanto
como duró el Imperio Romano.
ESCULTURAS REPRESENTANDO GLADIADORES:
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