Cuando Marco Aurelio era ya un anciano, consumido no sólo por la edad sino también por los trabajos y preocupaciones, mientras estaba ocupado en la campaña de Panonia una grave enfermedad se apoderó de él.
Sospechando
que las esperanzas de restablecerse eran escasas y viendo que su hijo estaba en
el umbral de la adolescencia, tuvo miedo de que, al encontrarse el ardor de su
juventud en la orfandad, con el poder absoluto y sin trabas, rechazara las
buenas costumbres y enseñanzas y se entregara a borracheras y desórdenes; pues
fácilmente las almas de los jóvenes se deslizan hacia los placeres y se
apartan de los honestos hábitos de su educación.
Como hombre muy culto que era, le inquietaba sobremanera el recuerdo de quienes habían accedido al poder en su juventud: éste era el caso de Dionisio, el tirano de Sicilia la, que por su total incontinencia iba a la caza de nuevos placeres al más alto precio, y otro ejemplo lo ofrecían los excesos y violencias con sus súbditos de los sucesores de Alejandro, que deshonraron el imperio del macedonio; Ptolomeo, al llegar hasta el extremo de enamorarse de su propia hermana, transgredió las leyes de macedonios y de griegos; Antígono, tomando en todo como modelo a Dionisio, en lugar de la diadema acoplada a la causía macedonia y llevaba tirso en vez de cetro.
Y todavía le entristecía más el recuerdo de hechos ocurridos no mucho antes sino hacía poco; la conducta de Nerón, por ejemplo, que llegó hasta el asesinato de su propia madre y que se ofreció él mismo al pueblo como espectáculo ridículo, y las audacias de Domiciano que nada tenían que envidiar a la más extrema crueldad. Con estos modelos de tiranía en su mente, Marco Aurelio miraba hacia el futuro con temor.
De forma extraordinaria le turbaban los germanos de la frontera a quienes todavía no había sometido del todo. A unos, a fuerza de persuasión, había sabido ganárselos como aliados, y había vencido a otros por las armas. Pero había algunos que se habían replegado de momento y se habían retirado por temor a la presencia de un emperador como Marco Aurelio. Sospechaba por ello que, despreciando la edad del muchacho, le atacarían. Los bárbaros están siempre dispuestos a ponerse en movimiento fácilmente por cualquier causa.
Con su espíritu agitado
por tales preocupaciones, Marco Aurelio convocó
sus consejeros y a todos los parientes que estaban con él, y dispuso que su
hijo estuviera a su lado. Cuando todos estuvieron reunidos se levantó tranquilamente
de su lecho y comenzó a dirigirles estas palabras:
No es extraño que
vosotros estéis apesadumbrados por el hecho de verme postrado en la cama. Es
natural que los hombres compadezcan las desgracias de sus semejantes, y cuando
los males se presentan a la vista, provocan una mayor compasión. Pero pienso que
en vuestra disposición hacia mí hay algo más que esto, pues mis propios sentimientos
respecto a vosotros me permiten esperar justamente un afecto en correspondencia.
Ahora se me presenta
la ocasión oportuna para darme cuenta de que no os he dedicado en vano esfuerzo
y estima durante tanto tiempo, y para vosotros es el momento de demostrar
vuestra gratitud probando que no olvidáis los beneficios recibidos. Cuidad
ahora de mi hijo, a quien vosotros mismos educasteis. Recién llegado a la edad
de la adolescencia y necesitado de buenos pilotos como en medio de un mar
tempestuoso; que no se estrelle en los escollos de una vida indigna arrastrado
por la falta de experiencia de lo que es su deber.
Vosotros que sois muchos sed padres para él en lugar mío que soy uno solo; atendedle y dadle los mejores consejos. Ni la abundancia de dinero es bastante para la insaciabilidad de la tiranía, ni la protección de su guardia es suficiente para proteger al gobernante si no cuenta con el amor de sus súbditos. Y llegan sin peligro al término de su reinado quienes no inspiran en los corazones de los gobernados temor por su crueldad sino deseo por su bondad.
No son los siervos por necesidad
sino los que obedecen por convencimiento quienes viven sin sospechas y libres
de toda fingida adulación –tanto por activa como por pasiva-, y nunca se
rebelan si no son forzados a ello por violencia o desmesura. Y es difícil
guardar mesura y poner límites a las pasiones cuando se tiene el poder en las
manos. Aconsejadle pues en este sentido y recordadle lo que ahora está escuchando
aquí. De esta forma haréis en vuestro beneficio y en el de todo el mundo un excelente
emperador, honraréis mi memoria con la mejor de las gratitudes y sólo así podréis
mantenerla viva para siempre.
Después de decir
esto, le sobrevino a Marco Aurelio una lipotimia y se calló. Cuando se acostó
de nuevo absolutamente agotado, la compasión se apoderó de todos los presentes de
tal modo que algunos de ellos no pudieron contener los gritos de dolor. Vivió
todavía una noche y un día antes de morir, y dejó entre sus contemporáneos la
añoranza y a la posteridad el recuerdo perenne de su virtud.
Una vez que se extendió la noticia de su muerte, todo el ejército que estaba con él y el pueblo entero fueron presa del mismo dolor y ningún súbdito del imperio romano hubo que recibiera aquel anuncio sin lágrimas.
Todos a una voz le ensalzaban,
unos le llamaban padre bondadoso, otros noble emperador, otros general
valeroso y otros finalmente elogiaban la prudencia y rectitud de su gobierno. Y
ninguno se engañaba.
( Herodiano en “Historia
del Imperio Romano después de Marco Aurelio”)
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