En un estado verdaderamente libre, el pensamiento y la
palabra deben ser libres.
Cayo
Suetonio Tranquilo, el historiador romano, autor de "Vida de los doce
Césares", quiso darnos a entender que en un Estado que aspire a ser
verdaderamente libre, tanto el pensamiento como la palabra deben ser libres.
Porque la libertad de expresión es un derecho fundamental que permite a las
personas expresar sus ideas, opiniones y pensamientos sin temor a represalias o
censura por parte del gobierno o de otros individuos.
Es
una piedra angular de la democracia, donde se supone que el pueblo está
representado en los órganos de gobierno y en las cámaras legislativas que
controla mediante comicios y votaciones que se celebran dentro de un tiempo
definido.
La
libertad de expresión implica que cada individuo tiene el derecho de expresar
sus opiniones, incluso si son impopulares o controversiales. Y esto ocurría en
el Senado, donde muchas veces de debatía a gritos e incluso incurriendo en el
insulto, pero cada cual expresaba lo que quería decir.
Sin embargo,
en la Antigua Roma, la libertad de expresión no siempre fue respetada. Los
emperadores y otros líderes a menudo reprimían la libertad de expresión y
castigaban a aquellos que expresaban opiniones contrarias al gobierno.
Es
importante recordar que la libertad de expresión también conlleva
responsabilidad. No significa que se pueda difamar o incitar a la violencia.
También implica escuchar y respetar las opiniones de los demás, incluso si
difieren de las nuestras. Así es la mejor manera de estar enterados de lo que
piensan todos, para dar lugar a la reflexión, y con ello poder tener otras
ideas mejores.
En
resumen, la libertad de expresión es un derecho fundamental que debería ser
protegido en un estado verdaderamente libre. Nos permite expresar nuestras
ideas y opinión, y esto hubo unos tiempos que fue posible en la Antigua Roma,
mientras que en otros sólo imperaba lo que convenía a quien ostentaba el poder.
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