En Roma, el pueblo, cansado ya de la guerra contra los numantinos,
que se alargaba y les resultaba mucho más difícil de lo que esperaban, eligió a
Cornelio Escipión, el conquistador de Cartago, para desempeñar de nuevo el
consulado, en la idea de que era el único capaz de vencer a los numantinos.
Éste también en la presente ocasión tenía menos edad de la establecida por la
ley para acceder al consulado, por consiguiente el senado, una vez más, como
cuando fue elegido este mismo Escipión contra los cartagineses, decretó que los
tribunos de la plebe dejaran en suspenso la ley referente a la edad y la
pusieran de nuevo en vigor al año siguiente. De esta manera Escipión, cónsul
por segunda vez, se apresuró contra Numancia. Él no formó ningún
ejército de las listas de ciudadanos inscritos en el servicio militar, pues
eran muchas las guerras que tenían entre manos y había gran cantidad de hombres
en Iberia. Sin embargo, con el consenso del senado, se llevó a algunos
voluntarios que le habían enviado algunas ciudades y reyes en razón de lazos
personales de amistad, y quinientos clientes y amigos de Roma, a los que enroló
en una compañía y los llamó la compañía de los amigos. A todos ellos, que en
total eran unos cuatro mil, los puso bajo el mando de su sobrino Buteón
y él, con unos pocos, se adelantó hacia Iberia para unirse al ejército, pues se
había enterado que estaba lleno de ociosidad, discordias y lujo, y era
plenamente consciente de que jamás podría vencer a sus enemigos antes de haber sometido
a sus hombres a la disciplina más férrea.
Nada más llegar, expulsó a
todos los mercaderes y prostitutas, así como a los adivinos y sacrificadores, a
quienes los soldados, atemorizados a causa de las derrotas, consultaban
continuamente. Asimismo les prohibió llevar en el futuro cualquier objeto
superfluo, incluso víctimas sacrifícales con propósitos adivinatorios. Ordenó
también que fueran vendidos todos los carros y la totalidad de los objetos
innecesarios que contuvieran y las bestias de tiro, salvo las que permitió que
se quedaran. A nadie le fue autorizado a tener utensilios para su vida
cotidiana, exceptuando un asador, una marmita de bronce y una sola taza. Les
limitó la alimentación a carne hervida o asada. Prohibió que tuvieran camas y
él fue el primero en descansar sobre un lecho de yerba. Impidió también que
cabalgaran sobre mulas cuando iban de marcha, pues: "Qué se puede esperar,
en la guerra dijo, de un hombre que es incapaz de ir a pie?". Tuvieron que
lavarse y untarse con aceite por sí solos, diciendo en son de burla Escipión
que únicamente las mulas, al carecer de manos, tenían necesidad de quienes las
frotaran. De esta forma, los reintegró a la disciplina a todos en conjunto y
también los acostumbró a que lo respetaran y temieran, mostrándose de difícil
acceso, parco a la hora de otorgar favores y, de modo especial, en aquellos que
iban contra las ordenanzas. Repetía, en numerosas ocasiones, que los generales
austeros y estrictos en la observancia de la ley eran útiles para sus propios
hombres, mientras que los dúctiles y amigos de regalos lo eran para sus
enemigos, pues, decía, los soldados de estos últimos están alegres pero
indisciplinados y, en cambio, los de los primeros, aunque con un aire sombrío,
son, no obstante, obedientes y están dispuestos a todo.
Pero con todo, ni aun así se atrevió a entablar combate hasta que
los ejército con muchos trabajos. Así que, recorriendo a diario todas las
llanuras más cercanas, construía y demolía a continuación un campamento tras otro,
cavaba las zanjas más profundas y las volvía a llenar, edificaba grandes muros
y los echaba abajo otra vez, inspeccionándolo todo en persona desde la aurora
hasta el atardecer. Las marchas, con objeto de que nadie pudiera escaparse como
sucedía antes, las llevaba a cabo siempre en formación cuadrada sin que
estuviese permitido a ninguno cambiar el lugar de la formación que le había
sido asignado. Recorría la línea de marcha y, presentándose muchas veces en la
retaguardia, hacía subir en los caballos a los soldados desfallecidos en lugar
de los jinetes y, cuando las mulas estaban sobrecargadas, repartía la carga
entre los soldados de a pie. Si acampaban al aire libre, los que habían formado
la vanguardia durante el día debían colocarse en torno al campamento después de
la marcha y un cuerpo de jinetes recorrer los alrededores. Los demás, por su
parte, realizaban las tareas encomendadas a cada uno, unos cavaban las
trincheras, otros hacían trabajos de fortificación, otros levantaban las
tiendas de campaña, y estaba fijado y medido el tiempo de realización de todos
estos menesteres.
Cuando calculó que el ejército estaba presto, obediente a él y
capaz de soportar el trabajo, trasladó su campamento a las cercanías de los
numantinos. Pero no estableció, como algunos, avanzadillas en puestos de
guardia fortificados ni dividió por ningún concepto su ejército a fin de que,
en caso de ocurrir algún contratiempo en un principio, no se ganara el
desprecio de los enemigos, que, incluso entonces, ya los menospreciaban. No
llevó a cabo tampoco ningún intento contra aquéllos, pues todavía estudiaba la
naturaleza de la guerra, su momento favorable y cuáles serían los planes de los
numantinos. Recorrió, en busca de forraje, toda la zona situada detrás del
campamento y segó el trigo todavía verde. Cuando hubo segado todos estos
campos, se hizo preciso marchar hacia delante. Había un atajo que pasaba junto
a Numancia en dirección a la llanura y muchos le aconsejaban que lo tomara.
Manifestó, sin embargo, que temía el retorno, pues los enemigos estarían,
entonces, descargados y tendrían a su ciudad como base desde donde atacar y a
la que poder retirarse. Y añadió: "En cambio, los nuestros retornarán
cargados, como es natural en una expedición que viene de recoger trigo, y exhaustos,
y llevarán animales de carga, carros y vituallas. El combate será muy difícil y
desigual; arrostraremos un gran peligro, si somos vencidos, y sin embargo, en
caso de vencer, no obtendremos una gloria grande ni provechosa. Es ilógico
exponerse al peligro por un resultado pequeño y es incauto el general que
acepta el combate antes del momento propicio; bueno, en cambio, lo es el que
sólo se arriesga en el momento necesario". Y prosiguió, a modo de
comparación, que tampoco los médicos echan mano de amputaciones o
cauterizaciones antes que de fármacos. Después de haber dicho esto, ordenó a
sus oficiales que hicieran la ruta por el camino más largo. Acompañó, entonces,
a la expedición hasta el limite del campamento y se dirigió a continuación al
territorio de los vacceos, de donde los numantinos compraban sus provisiones,
segando todo lo que encontraba y reuniendo lo que era útil para su
alimentación, mientras que lo sobrante lo amontonaba en pilas y le prendía
fuego.
En una cierta llanura de Palantia, llamada Coplanio, los
palantinos habían ocultado un grueso contingente de tropas en las estribaciones
boscosas de las montañas y, con otros, atacaron abiertamente a los romanos
mientras recogían trigo. Escipión ordenó a Rutilio Rufo, historiador de
estos sucesos y, a la sazón, tribuno militar, que tomase cuatro cuerpos de
caballería y pusiera en retirada a los asaltantes. Rufo los siguió, en efecto,
cuando se retiraban con excesiva torpeza y alcanzó con los fugitivos la
espesura. Entonces, al descubrir la emboscada, ordenó a los jinetes que no
entablaran una persecución ni atacaran todavía, sino que se quedaran quietos
presentando las lanzas y se limitaran a rechazar el ataque. Escipión, al correr
Rufo hacia la colina contra lo ordenado, lleno de temor lo siguió con rapidez
y, cuando descubrió la emboscada, dividió su caballería en dos cuerpos y les
ordenó a cada uno que cargaran contra el enemigo alternativamente, y que se
retiraran al punto después de disparar sus jabalinas todos a la vez, pero no hacia
el mismo lugar, sino colocándose en cada ocasión un poco más atrás y
retrocediendo. De esta forma, consiguió llevar a salvo a los jinetes a la
llanura. Cuando estaba levantando el campamento y emprendía la retirada, se
interponía un río difícil de atravesar y cenagoso, y junto a él, le esperaban
emboscados los enemigos. Escipión, al enterarse, se desvió de la ruta y tomó
otra más larga y menos propicia para las emboscadas, haciendo el viaje de noche
a causa del calor y la sed, y cavando pozos, la mayoría de los cuales
resultaron ser de agua amarga. Logró salvar a sus hombres con extrema
dificultad, pero algunos de los caballos y bestias de carga murieron de sed.
Mientras atravesaba el territorio de los cauceos, cuyo tratado
había violado Lúculo, les hizo saber por medio de un heraldo que podían
regresar sin peligro a sus hogares. Y prosiguió hasta el territorio de Numancia
para pasar el invierno. Allí se le unió también, procedente de África, Yugurta,
el nieto de Masinissa, con doce elefantes y los arqueros y honderos que
habitualmente le acompañaban en la guerra. A Escipión, entregado al saqueo y la
devastación constante de las zonas de alrededor, le pasó inadvertida una
emboscada en una aldea que estaba circundada, en su mayor parte, por una laguna
cenagosa y, por el otro lado, por un barranco en el que estaba escondida la
tropa emboscada. Escipión dividió a su ejército, unos penetraron en la aldea
para saquearla, dejando fuera las insignias, y otros, en número pequeño,
recorrían los alrededores a caballo. Contra estos se lanzaron los emboscados.
Ellos trataron de rechazarlos, pero Escipión, que se encontraba por casualidad
junto a las insignias delante de la aldea, llamó a toque de trompeta a los de
dentro y, antes de llegar a contar con mil hombres, corrió en auxilio de los
jinetes que estaban en situación difícil. El grueso del ejército se lanzó fuera
de la aldea y puso en fuga a los enemigos, pero no persiguió a los que huían,
sino que se retiró al campamento tras haber sufrido pocas bajas ambas partes.
( Apiano en "Iberia" )
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