En la
primavera del año 357 d. C., los alamanes renovaron sus incursiones, penetrando
en la Galia más de lo acostumbrado. Aunque no cabe hablar de una incursión a
gran escala, Constancio II vio en ello la ocasión de destruir a los alamanes de
una vez por todas. Envió 25.000 hombres de Italia al mando de Barbacio, uno de
los segundos al mando del ejército. Juliano diseñó un plan para atrapar a los
alamanes en un movimiento de pinza entre su ejército y el de Barbacio, con el
objeto de confinarlos en un espacio muy pequeño y allí aniquilarlos.
Sin
embargo, cuando Juliano iba a fortificar Saverne y a enviar auxiliares contra
las islas del Rin en posesión de los alamanes, recibió noticias de que éstos habían
arremetido contra las fuerzas de Barbacio, derrotándolas y obligando a éste a
retirarse a sus cuarteles de invierno. Ello redujo las fuerzas de Juliano a
13.000 hombres, que habían de enfrentarse a un ejército bárbaro de 35.000. Pese
a ello, cuando Chonodomario marchó hacia Estrasburgo, Juliano, viendo una rara
oportunidad de entrar en batalla contra todo el ejército alamán, emprendió el
camino para enfrentarse a él.
La
población de la confederación tribal alamana es estimada, para mediados del
siglo IV, en 150.000 personas como mínimo.
Ambos
bandos se encontraron en la margen occidental del Rin, donde los alamanes
seguían reuniendo fuerzas. Los alamanes formaron en cuñas y, al verlo, el
ejército romano se detuvo, mientras Severo, al frente de la caballería romana
en el ala izquierda, tanteó la derecha alamana. Entonces, Juliano ordenó un
avance general de toda la línea, y los alamanes contraatacaron.
Las legiones de
la izquierda pronto hicieron retroceder a los germanos, pero la caballería
romana del ala derecha se desbandó cuando uno de sus máximos oficiales resultó
herido. En la huida, habrían rebasado incluso a sus propias líneas si las
legiones no se hubieran mantenido firmes, resistiéndose a dejarles pasar, hasta
que Juliano les persuadió para que volvieran a la acción.
La
batalla se resolvió en una lucha de infantería en todo el frente. Ante el peso
de la artillería (jabalinas, venablos y flechas), la formación bárbara comenzó
a descomponerse. Los auxiliares germanos de las cohortes Cornuti y Bracchiati
lanzaron el grito de guerra germano, el barritus, para que sus oponentes
supieran a quién tenían enfrente. Los romanos formaron un muro de escudos, y
siguió un combate a empellones que los alamanes intentaron superar con hombros
y rodillas, y con frenéticos golpes de espada. Chonodomario en persona encabezó
una fuerza de jefes tribales que penetraron en el frente romano, pero fueron
derrotados por la legión Primani (fuerza profesional para la reserva).
Aquel
fue el último esfuerzo de los alamanes. Incapaces de adentrarse en la muralla
de escudos romanos, y ante el gran número de sus bajas, iniciaron la huida.
Ebrios de sangre, los romanos rompieron la formación y los persiguieron hasta
el Rin, donde Juliano lanzó una carga y ordenó masacrar a los germanos con
artillería mientras intentaban atravesar el río a nado. Los alamanes perdieron
6.000 hombres, el grueso de los cuales murieron probablemente durante la
persecución o ahogados en el Rin. Chonodomario fue capturado y enviado a Roma,
donde falleció poco después. Las bajas romanas sumaron 243 hombres, entre ellos
dos tribunos.
Juliano
fue aclamado como Augusto por sus tropas en el mismo campo de batalla. Él
rechazó el título y ordenó a la unidad de caballería, que casi le había costado
la victoria, que desfilara al día siguiente con ropa de mujer.
Nueve
años después de la batalla, en 366, el emperador Valentiniano I rechazó una
nueva incursión de los alamanes, esta vez en Catalauni (Châlons-en-Champagne)
por el general Jovino. Los romanos sufrieron 1.200 bajas frente a los 6.000
muertos y 4.000 prisioneros alamanes.
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