Según los cálculos de este
astrónomo, la revolución solar fue fijada en 365 días y seis horas, resultado
de alta aproximación, con un pequeñísimo margen de error, dados los
rudimentarios instrumentos de la época, ya que el error absoluto fue solo de 11
minutos y 9 segundos al año, es decir, menos de dos segundos por día.
Así nació el llamado calendario
juliano, ya de ciclo solar, con una duración de 365 días y 1/4 (6 horas), que
cada cuatro años intercalaba un día extra para ajustar el cómputo entre el 25 y
el 24 de febrero, y por ser el 24 el «sextus ante Kalendas Martias» el día
extra se llamó «bis sextus», de donde viene el nombre de año bisiesto.
Este calendario fue el oficial
durante el Imperio romano, y la Iglesia católica lo adoptó para hacer sus
cómputos, pero ya advirtió en el Concilio de Nicea (325) que los cálculos de
Sosígenes eran erróneos, aunque no tomó ninguna decisión sobre su reforma. De
hecho siguió calculando la fecha de la celebración de la principal fiesta del
cristianismo, la Pascua de Resurrección el primer domingo después del primer
plenilunio tras el equinoccio de primavera, tomando este como una fecha fija,
el 21 de marzo ateniéndose a él.
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