Lucio Licinio Murena (en latín, Lucius Licinius Murena; 105-22 a.
C.) fue cónsul romano, hijo de Lucio Licinio Murena.
Sirvió bajo las órdenes de su
padre en Ponto en el año 83 a. C. durante la segunda guerra mitridática. Más
tarde fue cuestor en Roma con el jurista Servio Sulpicio, quien más tarde sería
su rival en la lucha por el consulado. Fue edil curul y adornó las murallas del
Comitium con piedra de Lacedemonia.
En la tercera guerra
mitridática que empezó en el año 74 a. C. sirvió bajo Lucio Licinio Lúculo,
que le encargó la dirección del asedio de Amisos, que Murena conquistó en 71 a.
C.
Murena posteriormente siguió al
rey Tigranes II de Armenia en su retirada desde Tigranocerta hacia el Tauro (69
a. C.). Lúculo le encargó mantener el asedio de la capital armenia. Regresó a
Roma antes de finalizar la guerra, probablemente en 68 a. C. y fue uno de los
diez comisionados enviados para el establecimiento de la provincia del Ponto y
el reparto de territorios en Asia.
En 65 a. C. fue pretor con
Servio Sulpicio, y se hizo cargo de la juridictio, mientras que Sulpicio tuvo
la impopular función de presidir los quastio peculatus. Se hizo popular por la
magnificencia de los ludi Apollinares que ofreció al pueblo.
Como gobernador de la Galia
Cisalpina tras su pretura, en 64 a. C., se benefició de la buena voluntad de
los provincianos y los romanos gracias a su imparcialidad. Tuvo a su hermano Cayo
Licinio Murena como legado.
En 62 a. C. fue elegido cónsul,
junto a Décimo Junio Silano, pero antes de acceder al cargo fue acusado de
soborno (ambitus) por Servio Sulpicio Rufo, un competidor fracasado, el cual
contó con la colaboración de Marco Porcio Catón, Cneo Postumio y Servio
Sulpicio el Joven. Murena fue defendido por Marco Licinio Craso (el
triunviro), Quinto Hortensio Hórtalo y Marco Tulio Cicerón, y fue absuelto
aunque es probable que fuera culpable, gracias a los argumentos de Cicerón,
quien señaló que, con Catilina a la cabeza de un ejército en las afueras de la
ciudad, y sus cómplices dentro de la misma Roma, era necesario tener un cónsul
enérgico para proteger al Estado el próximo año.
Los dos cónsules electos tuvieron que, en el mes de diciembre de
63 a. C., decidir sobre el castigo a aplicar a los conspiradores que habían
sido arrestados. Silano declaró que era partidario de la ejecución de los
capturados y Murena, primeramente indeciso, finalmente le apoyó.
El consulado de Silano y Murena
fue un período tormentoso, debido a la agitación del tribuno de la plebe Quinto
Cecilio Metelo Nepote que favorecía el regreso de Gneo Pompeyo en oposición a
los optimates. Los disturbios en Roma llegaron a ser de tal gravedad que el
Senado amplió la facultad de los cónsules con objeto de preservar la seguridad
de la comunidad. Catón, que era un colega de Metelo, se opuso a los cónsules,
pero Murena lo protegió durante una refriega.
En su consulado, se aprobó la Lex Licinia
Junia, que hacía cumplir con más rigor la lex Cecilia Didia, que fijaba el plazo
que tenía que pasar entre la aprobación en comicios y la promulgación de una
ley. No hay ninguna mención de que a Murena se le asignará una provincia
después de su consulado. Ya no vuelve a aparecer en los registros y
probablemente murió antes de poder ejercer el proconsulado.
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