Mientras estaba contemplando Caracalla una carrera de cuadrigas,
el público abucheó a un auriga por el cual él se interesaba. Interpretando que
era él el afrentado, ordenó a los pretorianos que arremetieran contra la
muchedumbre y que detuvieran y ejecutaran a quienes hubieran insultado al
auriga. Viéndose con licencia para matar y robar, no pudiendo, por otra parte,
descubrir a los responsables de los abucheos, los soldados detenían de forma
indiscriminada a quienes caían en sus manos y les daban muerte, o tras
quitarles todo lo que tenían en concepto de rescate, a lo último les perdonaban
la vida.
( Herodiano en "Historia del Imperio romano después de Marco
Aurelio" )
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