En todas las épocas y en todas las tierras del mundo antiguo
constituyó la agricultura la fuente principal de la economía y la ocupación
fundamental de la población. Calculados a escala moderna el comercio y la
industria estaban poco desarrollados. Esto obedecía a múltiples razones.
Escaseaba el combustible y la tecnología estaba en mantillas. Ni las
instituciones legales ni las sociales favorecían la acumulación del capital
liquido. Y, sobre todo, el transporte resultaba lento y costoso. Bajo las
tarifas de Diocleciano que fijaban el precio máximo, el coste de
transportar una fanega de trigo a una distancia de 50 millas por tierra habría consumido
los dos quintos del precio permitido en la venta al por menor. Por vía acuática
o marítima era menos gravoso el transporte. Pero las embarcaciones eran pequeñas,
la velocidad mínima, las facilidades de navegación muy escasas, aparte de que normalmente
se suspendían las travesías durante el invierno. Italia, en particular, tenia
pocos puertos en buenas condiciones y pocos ríos navegables.
Como la mayoría de la gente vivía a nivel de pura subsistencia, no
había demanda efectiva de muchísimos géneros que habían de hacer un largo recorrido.
Había ciertas materias primas indispensables que no había mas remedio que
importar a cualquier precio, como el hierro; pero los bienes de consumo no
hubieran podido encontrar un mercado a escala mundial, como el que alcanzo el algodón
de Lancashire en el siglo XIX. Basta este detalle para explicar la falta de grandes
factorías. La industria atendía a cubrir las necesidades locales o se dedicaba
a la producción de artículos de alta calidad que pudieran compensar el coste
del transporte.
El comercio se concentraba especialmente en artículos de lujo o
semilujo. He de notar una excepción extraordinaria: la gran población de Roma,
y, posteriormente, la de Constantinopla, se nutria con el trigo importado de ultramar,
sobre todo de África y Egipto. Pero, en su mayor parte, lo pagaba el erario
imperial, que a su vez se alimentaba de las rentas de provincias. Otras ciudades
que carecían de análogos recursos no podían contar con alimentos importados. En
general, cada comunidad, y de hecho cada propiedad suficientemente extensa,
aspiraba a un régimen de autosuficiencia, cuyo resultado era que la mala
cosecha o la carestía local provocaba el espectro del hambre.
Ni aun comparada con baremos antiguos tuvo importancia la
industria en Italia y ni siquiera el comercio, a excepción de un breve periodo.
La misma Roma no llego a ser nunca un centro manufacturero; solo se
distinguieron por sus fabricas de armas y de ciertos productos de calidad
algunas ciudades de Campania, Etruria y Norte de Italia. Así, sabemos que en
tiempo de Augusto la porcelana de Arretium, en Etruria, fue la mas apreciada en
el mundo mediterráneo. Los romanos pero
pronto la imitaron en los demás países y así perdió su mercado imperial. En el
siglo i a. de C. predominaron en el Este los hombres de negocios italianos. Como
resultado de las grandes conquistas realizadas por Roma, afluyo a Italia un
capital enorme, con lo que los italianos se convirtieron en los financieros de
las ciudades griegas. También traficaban en grano, que los arrendadores de
impuestos italianos recaudaban en especie. Pero estas ventajas fueron
temporales y fueron mermando a medida que Roma dejo de explotar a sus súbditos
de una manera tan implacable. La misma Italia tenia poco que exportar, fuera de
vino y aceite. Su sobrante en madera había desaparecido con la despoblación
forestal; prácticamente tampoco poseía riqueza mineral. Lo único que alababan
sin reserva los escritores antiguos era la fertilidad de su suelo.
Se ve, pues, que los romanos y demás italianos fueron primordialmente
agrícolas. Ellos mismos estaban convencidos de que debían su Imperio a las reservas
predominantemente campesinas de su pueblo. Gustaban de contar como, en los
tiempos primitivos de la República, Cincinato dejó el arado para ponerse
al frente del ejército. Como escribió Catón en el siglo II a. de C.: "los hombres mas valientes y los soldados
mas aguerridos salieron de nuestras granjas agrícolas; su profesión se ha hecho
merecedora de la mas alta estima; su subsistencia esta aseguradísima:.., los
que siguen este oficio se sienten menos inclinados a quejarse". Es un
detalle característicamente romano el que Virgilio consagrase su gran
poema las Georgicas a describir las duras labores del campo, sus tareas casi
incesantes y las fiestas rusticas de la vida campesina:
Abre el surco el labrador con la reja del arado:
faena primordial, germen del año,
semilla de cosechas, sostén dé la familia,
del nieto pequeñín y de los fuertes bueyes,
los buenos compañeros de penas y fatigas.:.
Así vivían antaño los prístinos sabinos,
así Remo y su hermano;
así creció robusta nuestra Etruria,
así Roma la ilustre, la rana de las bellas,
se alzó en dueña del mundo,
ceñido el cinturón de sus murallas
al talle de sus siete colinas...
(Georgicas, II, 513-535.)
El campesino de los antiguos tiempos tenia justamente la tierra
suficiente para formar y sostener una familia. Él no producía para el mercado,
fuera de lo indispensable para comprar herramientas y algunas otras cosas que
no podía hacer por si mismo. Las mujeres hilaban y tejían. Aún en tiempos mas recientes
se consideraba un merito en las grandes matronas el que supieran confeccionar
lana, y el emperador Antonino Pío se sentía orgulloso de usar ropa
hilada en casa.
Por supuesto que había también artesanos profesionales. Se dice
que Numa, el segundo de los reyes de Roma, organizó gremios de
flautistas; plateros y aurifices, carpinteros, tintoreros, zapateros, curtidores,
broncistas y alfareros. De las 193 centurias en que se dividía el pueblo romano
en pie de guerra Comitia Centuriata— dos
estaban formadas por fabricantes de armas, y parece que gozaban de cierta posición
de privilegio. En la época primitiva, estos oficios los desempeñaban en Roma
ciudadanos en su mayor parte libres, y podemos suponer que, verosímilmente, lo
mismo ocurría en otras ciudades.
Pero la mayor parte de los romanos y demás italianos hubieron de
vivir del cultivo de la tierra. Nunca gozaron de una vida fácil. Si el año
venia malo se veían obligados a pedir prestado, y si no podían pagar sus
deudas, sus acreedores podían reducirlos a una especie de esclavitud. Las
conquistas romanas en Italia hicieron probablemente mas por mejorar la situación
del pequeño campesino que toda la legislación proteccionista. Roma confisco parte
del territorio de las ciudades italianas que sometía y lo dedico a instalar a
sus propios ciudadanos, una política con que aumento de pronto su población y
su fuerza militar a la vez que proporcionaba tierras a los pobres. Pero desde el
comienzo del siglo II en adelante, las guerras de ultramar contribuyeron a
arruinar el campo. Mientras el labrador cumplía su servicio militar en España,
acaso durante seis años seguidos, su granja quedaba prácticamente en barbecho.
Hubo otros factores que contribuyeron a concentrar la propiedad de tierras de
labor en las manos de unos pocos ricos que procuraban hacer buen acopio de
ellas porque veían que era la inversión mas segura y mas honrosa, y no teñían escrúpulo
en echarles mano, si hacia falta, con la violencia o con el fraude. Los pastos,
que requerían relativamente poco trabajo, constituían de ordinario el medio mas
lucrativo de explotar sus tierras. Por regla general preferían los esclavos a
los jornaleros libres.
Así fue reduciéndose gradualmente la clase media campesina. Muchos
labradores al verse desplazados buscaron refugio en la ciudad de Roma. No hay
que exagerar la extensión ni la rapidez de este proceso. Según el cálculo más
bajo, y probablemente correcto, la población libre de Italia en tiempo de Augusto
no debió exceder los cinco millones; de ellos, posiblemente vivían en Roma
cerca del millón. En el año 37 a. de C. hablaba Varrón de grandes números de
pobres que labraban sus tierras con la ayuda de sus hijos: pequeños propietarios
o acaso arrendatarios de grandes terratenientes, a quienes aconsejaban los
expertos arrendar sus fincas si no podían inspeccionarlas de cerca o si estaban
situadas en zonas insalubres donde los esclavos podrían morir como chinches. También
resultaba antieconómico mantener todo el año esclavos suficientes para las
labores de temporada como la recolección y la vendimia, para las que se
contrataban cuadrillas de jornaleros libres, los cuales probablemente completaban
su subsistencia en el resto del año labrando su propio pegujal o con cualquier
trabajo ocasional en la ciudad.
A fines de la República había con frecuencia en pie de guerra unos
doscientos mil italianos libres. Estos soldados procedían del campo y buscaban
parcelas de tierra como compensación por sus servicios. Pero muchas de estas asignaciones
de tierra a los hombres pobres del campo no parece lograron gran cosa fuera de
retardar la concentración de la propiedad rural. El proceso continuó, y a fines
del Imperio oímos hablar de enormes latifundios dentro de Italia, llamados massae.
Circula mucho la opinión general de que bajo la paz augustal
descendió la oferta de esclavos y que los grandes latifundistas tenían que
contar más con el trabajo libre y se veían obligados a arrendar sus tierras.
Esto es dudoso. Cierto que se hacían menos esclavos a base de guerras, piratería
y bandidaje, pero no podemos estar seguros de que los terratenientes italianos
no los criaban en grandes cantidades, como hacían los propietarios de las
plantaciones en los Estados del Sur. Aún los mismos arrendatarios empleaban esclavos
para labrar su granjas, esclavos que podían suministrarles sus mismos amos
junto con el demás equipo costoso. Tampoco los arrendatarios vivían prósperamente;
con frecuencia se encontraban entrampados; ya en tiempo de Constantino
habían quedado esclavizados a sus tierras, convertidos poco menos que en
esclavos de la gleba. Es probable que durante la mayor parte de la historia de
Roma tuvo que haber existido entre los pobres campesinos un paro endémico rayano
en la inanición.
Arrojado de su tierra ¿qué podía hacer el campesino romano?. No tenia la suerte que tuvieron en Inglaterra
sus sucesores en tiempos de la revolución industrial: el campesino romano no
encontraba tan fácilmente la alternativa de un empleo en las ciudades. Esto no
se debía solamente a la falta de industria en gran escala, sino, además, a la
competencia de los esclavos. En las ciudades los pobres libres por nacimiento tenían
que depender en gran parte de los suministros públicos de trigo y de la bondad
de las grandes casas. También se podía ganar algún jornal ocasionalmente,
especialmente en el ramo de la construcción, en el que no había suficiente
continuidad de trabajo para emplear la mano de obra de los esclavos, ya que a
estos había que alimentarlos y vestirlos trabajasen o no. El emperador Vespasiano
fue un constructor esplendido. Una vez se le presento un ingeniero con un
sistema que había inventado para ahorrar mano de obra. Vespasiano premio su
ingenio, pero rechazo el invento, diciendo: “Tienes que dejarme que alimente a
mi pobre gente”. El Coliseo y los demás grandes monumentos que construyo se
edificaron evidentemente a base de trabajo libre. Uno de los resultados del empobrecimiento
de las masas a partir del siglo II a. de C. en adelante fue el descenso en el
índice de natalidad. Muchos pobres eran incapaces de criar hijos. Esto
constituyo una fuente de preocupación para muchos estadistas desde Tiberio
Graco hasta Trajano. Este ultimo destinó ciertos fondos públicos
para alimentar a los niños pobres, según un plan que estuvo en vigor durante un
siglo. Sus resultados son inciertos: las epidemias, las fiebres malarias y el
hambre endémicas contribuían a reducir la población. En el reinado de Marco
Aurelio había en Italia zonas desoladas que pudieron utilizarse para
instalar colonias bárbaras.
Lo dicho hasta ahora indica la importancia de la esclavitud en la
sociedad romana. Aquí, como en todas las demás tierras de la antigüedad, fue
esta una institución inmemorial, que nadie propuso se aboliese. Los griegos, acostumbrados
a discutir todo lo discutible, pusieron en tela de juicio su legitimidad y
provocaron la defensa artillera de Aristóteles: a su juicio, el esclavo
era un hombre con el grado preciso de racionalidad para entender las ordenes
que se le daban y cumplirlas, y por lo mismo, le interesaba a él tanto como a
sus amos el régimen de sujeción a un mando racional. (Este argumento con
ligeras variantes es el que suelen esgrimir los apologistas imperialistas en
sus escritos). Pero esta controversia se mantuvo en el plano de la pura teoría.
Las mismas rebeliones de los esclavos no iban dirigidas contra el estado de
esclavitud en cuanto tal; lo único que querían era su liberación personal. Dijo
un jurista romano que todos los hombres nacen libres por ley natural, pero se
apresuró a añadir que la esclavitud era una realidad impuesta por el fus
gentium. Los estoicos, que gozaban de no poca influencia en Roma, enseñaban que
todos los hombres eran hermanos, incluso los esclavos; pero, según su filosofía,
el bienestar del hombre es de orden puramente espiritual y no depende para nada
de las condiciones materiales. La verdadera miseria consiste en ser esclavo de
las propias pasiones; y, al revés, la servidumbre legal no puede impedir que un
hombre sea dueño de si mismo en el sentido moral. Muy parecida fue la actitud
del cristianismo. Según San Pablo, los esclavos no tienen que
preocuparse de la condición a que se han visto destinados; ni siquiera recomendó
a Filemón que liberase a Onésimo. Por eso, no debe sorprendernos
el que la Iglesia no abogase por la abolición de la esclavitud cuando el
cristianismo se convirtió en la religión oficial. Al revés, ella misma adquirió sus esclavos propios. Al derrumbarse el
Imperio fue disminuyendo gradualmente la esclavitud por razones que no
conocemos bien; pero como grandes contingentes de hombres libres se veían
reducidos a la servidumbre, de la que muchas veces era mas difícil escapar, no
fue mucho el balance neto a favor de la libertad.
Los hijos de madres esclavas nacían esclavos. A los hombres libres
se los podía hacer esclavos cogiéndolos prisioneros en guerra, o en una acción
de piratearía, bandidaje o secuestro. Legalmente no se podía reducir a la esclavitud
dentro de la jurisdicción de Roma a ningún ciudadano ni súbdito libre del
Imperio, pero, en la practica, esta norma pudo burlarse no pocas veces. No
estaba prohibido —hasta los tiempos del cristianismo— exponer a los recién
nacidos: a estos expósitos se los podía criar como esclavos, sin que de
ordinario quedasen pruebas de su origen libre.
La primitiva Roma era una
pobre comunidad. Posiblemente hubo pocos esclavos en ella. Pero hubo una gran invasión
de esta mercancía desde mediados del siglo III a. de C. a consecuencia de las
guerras de conquista de Roma. Dicen que en una sola campana, en el ano 167 a.
de C., hicieron los romanos 50.000 esclavos en el Epiro. Con el comercio
fronterizo aumentaba constantemente el número, lo mismo que con la piratería
por mar y con el bandidaje por tierra hasta el tiempo de Augusto. Se cree que,
en el cenit de la piratería, solo en el mercado de Delos se compraban
hasta 20.000 esclavos en un dia. Nunca hubo tal abundancia y baratura de esclavos
como en la Italia de Ciceron, y en ningún otro punto del Imperio quedo
la economía tan vinculada, digamos esclavizada, al trabajo de los esclavos.
Puede establecerse una comparación con los antiguos tiempos del Sur de los Estados
Unidos. Aquí, en el ano 1850, solo había once propietarios que poseyeran mas de
500 esclavos cada uno. En cambio, en la Roma de Nerón, un solo senador
tenia 400 en su domicilio urbano como criados: ¿cuantos mas tendría labrando
sus campos para sostener este enjambre de zánganos?. Augusto creyó necesario
prohibir a los propietarios manumitir por testamento mas de un centenar.
Podemos calcular que en su tiempo había en Italia una proporción de tres
esclavos por cada cinco hombres libres. Los esclavos procedían de todas las
naciones, incluso celtas y germanos del Norte y asiáticos del Este; muchos, nacidos
en la esclavitud o esclavizados ilegalmente, venían de Italia o de las
provincias. Estos no solo resultaban trabajadores duros en el campo y en las
minas, sino artesanos y hombres de talento y habilidades profesionales que
aportaban nuevas artes o técnicas a Italia. Los propietarios astutos.
entrenaban a los jóvenes esclavos para secretarios, contables o médicos. Un
equipo de escribas entrenados según estos procedimientos se dedicaba a copiar
las obras de Cicerón en la casa editorial de Ático. El dueño y maestro de un
joven genio matemático consignaba con pena su muerte a la edad de doce anos. La
fina alfarería de Arretium fue obra de esclavos. Hay centenares de epitafios que
muestran que en las industrias del tipo de fabricación de lámparas, tubos y
cristalería el 80 por 100 de los obreros era de origen servil; lo mismo se diga
de los aurífices, plateros y joyeros. La mayoría de estos morían como libertos;
es de creer que se los empleo como esclavos; pero normalmente se les concedía
la manumisión como premio normal por sus servicios.
Según la ley romana el esclavo era un bien mueble. Varrón
clasificaba el equipo de una granja en articulado, inarticulado, y mudo: es
decir, esclavos, ganado y herramientas. A los esclavos se los puede comprar,
vender, alquilar, aparearlos o no aparearlos —Catón el viejo no admitía mujeres
para trabajar en sus granjas—, alimentar, vestir y en general, castigar a discreción
del amo. Todo cuanto ganan pertenece legalmente a su dueño. El hijo de una
madre esclava es propiedad del dueño.
Sin embargo, la ley no fue consecuente desde un principio; ni pudo
serlo. Tenia que tener en cuenta la humanidad del esclavo aunque solo fuera por
interés de los mismos ciudadanos libres. Si el esclavo cometía un crimen, el Estado
tenia que castigarlo y, por cierto, con mas severidad que si fuera libre. Si
presenciaba un crimen debía comparecer como testigo. Podía denunciar un complot
contra el Estado y este le premiaría concediéndole la libertad. Además, la ley establecía
ciertos procedimientos formales a que debía atenerse el mismo dueño para
manumitir a sus esclavos. La manumisión estuvo siempre en función de la
esclavitud, pero según la ley romana el liberto de un ciudadano romano se convertía
por el mismo hecho en ciudadano si se efectuaba su emancipación conforme a las
formalidades legales, cosa que no ocurría en el derecho griego.
Aunque solo fuera mirando por su propio interés, el dueño se veía
obligado a cuidar del bienestar de sus esclavos. Tenia que alimentarlos y
vestirlos aun cuando muchos ciudadanos libres, pero pobres, estuviesen
hambrientos y desnudos. El austero Catón recomendaba que se proporcionase a la
mano de obra de las granjas tanto trigo como a los soldados, y, además, un poco
de vino, aceite, aceitunas o pescado en conserva y sal; se les debía proveer
también de calzado, túnica y capa cada dos años; las mantas podían hacerse de
ropas desechadas. Durante mucho tiempo estuvo autorizado el que los dueños pudieran
disponer de la vida de sus esclavos; pero solo un amo caprichoso tendría gusto en
deshacerse de su propiedad sin motivo grave. Podía azotarlo, pero Varrón, por
lo menos, prefería la reprensión verbal, suponiendo que fuera igualmente
eficaz. Muchas veces el sistema de premios daba mejor resultado que el de castigos
desde el punto de vista de los intereses del amo. Este podía pagar un salario a
su esclavo o ponerlo al frente de un negocio y cederle parte de los beneficios.
Lo mismo del dinero que de cualquier otra propiedad que adquiriese entonces,
aunque legalmente perteneciese a su amo, podía disponer el esclavo como de cosa
propia —peculium—: en este peculium podían entrar incluso otros esclavos. Con
sus ahorros podía comprar su libertad, “defraudando a su estómago”, como decía Séneca.
Pero, generalmente, la libertad la obtenía como una gracia. Los propietarios sentían
especial inclinación a incluir en su testamento la emancipación de un buen
numero de esclavos, especialmente cuando morían sin dejar herederos naturales.
Ese rasgo de generosidad les conquistaba tributos póstumos de elogio. Pero
también era frecuente manumitir en vida del dueño. A primera vista esto pudiera
extrañar, pero tiene fácil explicación. La perspectiva de la libertad constituía
el mas poderoso acicate para estimular el buen servicio del esclavo: probablemente
el único efectivo para los siervos empleados en trabajos especializados o en
puestos de confianza. Además, al manumitir a un esclavo el dueño se convertía
en su patrón, con lo que conservaba ciertos derechos al respeto y a muchas
clases de servicios: de hecho, podía imponer a su nuevo liberto la obligación
de trabajar gratuitamente en beneficio suyo sin más limitación que la de
comprometerse a seguirle manteniendo o dejarle suficiente tiempo disponible
para que el se ganase su mantenimiento. No sabemos hasta que punto era esto
corriente en la practica; pero, desde luego, no era costumbre general, ya que
muchos libertos se hacían ricos.
Ya se entiende que los sentimientos humanos y amables, junto con
la doctrina filosófica de que el amo era el custodio del bienestar de sus
esclavos, reforzaban muchas veces la idea interesada, que ya por si misma les
inspiraba la conveniencia de tratar bien y hasta de llegar a manumitir a sus esclavos.
Pero los que principalmente se beneficiaban de todos estos motivos eran los esclavos
especializados y los domésticos, cuyas ocupaciones los ponía en contacto intimo
con sus amos. Poco se beneficiaban, en cambio, los que trabajaban sus tierras
en fincas lejanas. Muchas veces trabajaban y dormían encadenados unos a otros. Plinio
los llamaba “hombres sin esperanza”. El mismo administrador de la finca era
generalmente un esclavo, no un liberto.
Escribiendo por experiencia propia declaro Jefferson:
“Todas las relaciones entre esclavos y amos constituyen un ejercicio constante
de las más violentas pasiones: por una parte, el despotismo mas implacable y,
por otra, la sumisión más degradante”. ¿Hasta que punto ocurría esto en Roma?. No
podemos deducir una consecuencia general de algunos ejemplos particulares ni de
relaciones amables y amistosas, ni de tratos abusivos. Pero Séneca nos dice que
la gente señalaba con el dedo en las calles a los amos de reconocida crueldad.
Es también significativo el desarrollo de las leyes sobre este particular, ya
que, por regla general, las leyes no suelen guiar la opinión, sino reflejarla y
seguirla. Así, por ejemplo, desde el siglo I de nuestra era se consideró como
asesinato el que un amo matase a su esclavo sin razón; y si un esclavo era victima
del salvajismo o de la crápula de su amo o este intentaba matarle de hambre, el
esclavo podía buscar asilo en una de las estatuas del emperador, con lo que adquiría
derecho a que le vendiesen a otro amo. No es probable que la protección de la
ley resultase de mucha eficacia, como tampoco lo fue en el antiguo Sur, donde
los amos a quienes se acusaba de asesinar a un esclavo siempre eran absueltos por
sus compadres. Para colmo, el emperador cristiano, Constantino, ordenó
que cuando se acusaba a un amo por haber asesinado a su esclavo había de probar
que había intentado matarle: no bastaba probar que había caído muerto bajo los
azotes. En todo caso, las disposiciones de la ley revelan por lo menos el clima
moral de la opinión.
Claro que los sentimientos de humanidad no eran el único motivo
que movía al legislador a proteger a los esclavos contra la brutalidad de los
amos particulares. Antonino Pío declaró que esas medidas de protección iban en
interés de los mismos amos y apuntaban a prevenir las sublevaciones. Hacia
siglos que el filosofo historiador Posidonio había indicado que los
malos tratos de que se hizo victima a algunos esclavos fueron la causa de la
gran revolución que devastó a Sicilia del 134 al 132 a. de C. No fue esta la
ultima.
Por los años 70 a. de C. ejércitos de esclavos a las ordenes de Espartaco
sembraron la desolación en muchas partes de Italia llegando a derrotar a los
ejércitos romanos. El Principado, tenia mas recursos para asegurar el orden, pero
la sensación de inseguridad seguía latente. Decía el proverbio romano: quot servi tot hostes: "cada esclavo es un enemigo”. Los esclavos se escapaban constantemente
y los amos corrían continuo peligro de ser asesinados. Según un decreto salvaje
del tiempo de Augusto, que sentó precedente para muchos casos, cuando moría
asesinado un amo había que ejecutar a todos los esclavos que "vivían bajo
su mismo techo”, pues si no eran cómplices, por lo menos eran culpables de no haber
impedido su muerte. Una joven esclava alego que el asesino de su ama la había
hecho callar amenazándola brutalmente; Adriano sentencio su muerte, pues
tenia la obligación de gritar con peligro de su propia vida. En todo caso, junto
a la dura represión se hacían tentativas por reducir los abusos de los amos.
Para muchos que veían la posibilidad de obtener la libertad, la
esclavitud no constituya una fatalidad sin esperanza. Petronio refiere
el caso de un siciliano que se vendió como esclavo —ilegalmente— porque prefería
la perspectiva de llegar a ser un ciudadano romano a la de quedarse en el grado
de un simple contribuyente provinciano. Los libertos podían integrarse con
relativa facilidad en la sociedad porque no existía el prejuicio de color;
pocas veces se daban diferencias apreciables de color que pudieran provocarlo.
Pero sus derechos eran en realidad limitados: no podían servir en el ejército
ni desempeñar cargos municipales ni estatales, aparte de las obligaciones
onerosas que pudiera haberle impuesto su antiguo amo y presente patrono. Pero,
con tal de poseer suficiente independencia económica y un poco de talento e ins
tinto para los negocios, podía hacerse rico. Sus mismas limitaciones políticas
canalizaron sus energías hacia los negocios, en los que con frecuencia se imponían
los libertos- —un caso parecido al que ocurrió posteriormente con los judíos y
los cuáqueros—. En esto podían ayudarles sus mismos patronos, como sucedió al
liberto de un noble del tiempo de Augusto, a quien llevo la administración de
todos sus negocios y de quien recibió generosos regalos para si, una dote para
su hija y un nombramiento militar para su hijo. Otro liberto de esta misma época
se gloriaba en su testamento de dejar 4.116 esclavos, 3.600 pares de bueyes y 257.000 cabezas
de ganado.
El Trimalquion de Petronio, cuyas posesiones en Italia se extendían
de mar a mar, no era pura fantasía de novelista. Son estos ejemplos
excepcionales, pero había muchos otros libertos que se aseguraban su modesto
modo de vida y podían promover a sus hijos en la escala social, ya que estos no
heredaban las cortapisas legales de sus padres. El poeta Horacio fue
hijo de un liberto, el cual le proporcionó la educación de un hidalgo,
contribuyendo con ello a formar al futuro vate laureado de la Corte. Horacio, por
su parte, no se avergonzaba de recordar su origen. Ya en tiempo de Nerón se
pudo alegar que la mayoría de los senadores tenia en sus venas sangre servil,
y, un siglo mas tarde, Marco Helvio Pertinax, hijo de un liberto, subió
tan alto por la escala militar y administrativa que se le llegó a proclamar
emperador en el año 193.
Entre los esclavos y libertos los mas favorecidos eran los del
emperador. En el reinado de Tiberio un esclavo, a quien tenia como pagador en
la Galia, trajo consigo a 16 esclavos propios en una visita que hizo a Roma;
dos de ellos se ocupaban exclusivamente en guardar su vajilla. Se dice que los
secretarios libertos de Claudio fueron los hombres mas ricos de su tiempo y los
verdaderos amos del Imperio. Aquel Felix que gobernaba la Judea en tiempo de Pablo
y se caso con una descendiente de Cleopatra era hermano de un liberto. Así,
vemos que, en reinados posteriores de la historia, los camarlengos, muchas
veces eunucos, que gozaban del favor privado del emperador, ejercieron no menor
poder.
La enorme importancia que adquirió la esclavitud en la economía de
la antigua Italia plantea un problema histórico de cierta envergadura. Esta
claro que si el mundo romano hubiese poseído aunque solo hubiera sido los primeros
adelantos técnicos conocidos en los tiempos modernos de la historia europea, el
Imperio hubiera tenido fuerza de sobra para contener a los bárbaros, cuya invasión
fue, por lo menos, la causa próxima y la condición necesaria de su
derrumbamiento. ¿Podemos achacar al empleo en masa de la esclavitud la culpa
del retraso técnico y del estancamiento económico de Roma?
Se ha objetado que en el mundo falto el incentivo para los
inventos tecnológicos debido a la abundancia y baratura de la mano de obra
servil y que la esclavitud rebajó la dignidad del trabajo hasta el extremo de
que los mejores talentos evitaban con repugnancia cualquier profesión u ocupación
que oliese a trabajo manual. De aquí el atraso de los griegos y de los romanos en
toda clase de investigaciones científicas, las cuales, a diferencia de las
matemáticas, exigían un enfoque y una manipulación muy distinta de la pura
abstracción. A esto se añade que “el trabajo servil se presta a regañadientes, carece
de arte y de elasticidad y de facilidad de movimientos”, según el famoso
dictamen de Cairnes sobre la esclavitud en América. Por lo mismo, puede
darse por descontado que era ineficiente.
Pero, aun admitiendo estas premisas, la esclavitud no pudo ser una
causa primaria de la decadencia y ruina de Roma. Después de Augusto el Imperio fue
sacando sus fuerzas de las provincias cada vez en mayor proporción hasta terminar
por extraerlas de ellas exclusivamente. Ahora bien, en las provincias la esclavitud
no era una institución dominante como en Italia. No solo proporcionaban las
provincias soldados, sino que algunas de ellas, especialmente la Galia y
Egipto, gozaban de mayor prosperidad económica; y, sin embargo, es cierto que
en Egipto la esclavitud era relativamente escasa y probablemente lo mismo ocurría
en la Galia. Y con todo, esos países no resultaron ni mas inventivos ni más
progresivos que Italia. Por tanto, hemos de buscar otros motivos para explicar
el estancamiento científico y tecnológico del mundo romano. Ya hemos expuesto
algunos. Aquí debo añadir que el progreso depende de la formulación de fecundas
hipótesis científicas o de inventos luminosos como el de la lente: pero, ¿por
que se producen estos en una época y no en otra?. Acaso es esta pregunta tan difícil
de contestar como la de por que florecen los genios poéticos en un tiempo y no
en otro.
Pero, ¿es que el trabajo servil fue en realidad tan ineficiente? Los
peritos agrícolas romanos suponían que, con buena tierra y el adecuado control,
la mano de obra servil era más rentable y producía mayores beneficios que el trabajo
libre. Nos faltan pruebas antiguas para comprobar esta suposición; tampoco nos
dan más luz sobre esto las analogías modernas. Los últimos análisis que se han
realizado sobre la economía del antiguo Sur norteamericano parecen demostrar que
no puede atribuirse con seguridad a la esclavitud su retraso con relación al
Norte. Los esclavos eran hábiles en
el comercio y en la industria y se sentían estimulados por la
esperanza de obtener la libertad; en realidad se les atribuyen algunos inventos
menores -como a los esclavos negros
americanos— y, si hubiera habido otros factores que hubiesen desarrollado la mecanización,
tenían capacidad sobrada para manejar las maquinas, de eso no cabe duda. De
hecho, también se empleo con éxito a los negros en las fabricas, aunque se encontraban
en un nivel cultural inferior y carecían de incentivos poderosos.
(Paralelamente, en la ultima guerra mundial aumento de hecho la productividad
alemana con el empleo generalizado de un tipo de trabajo al que solo le faltaba
el nombre de esclavo.) Por muy baratos que fuesen los esclavos romanos —y la
verdad es que no sabemos exactamente hasta que punto lo eran—, no por eso hay
que suponer que los propietarios habían de mostrarse indiferentes a cualquier
recurso que pudiera incrementar su rendimiento.
En consecuencia, hemos de reprobar la esclavitud romana mas por
motivos morales que económicos. Aparte de que muchos esclavos romanos no lo pasaban
peor que las masas campesinas. Estas gozaban de libertad nominal, pero no les era
fácil hacer valer sus derechos ni defender sus intereses y siempre estaban al
borde de morir por inanición. Ya se sabe que en una sociedad pobre y
preindustrializada la pobreza de las masas es el precio que hay que pagar para
que siquiera unos pocos puedan disfrutar de ocio, civilización y facilidades
para impulsar el progreso. Pero en el mundo romano esa desigualdad en si
inevitable se llevo demasiado lejos, mas lejos, por ejemplo, que en las
comunidades democráticas griegas. Por eso, en el siglo I a. de C. el
descontento originado por la situación agraria contribuyo a derribar la República,
y en el siglo IV de nuestra era y posteriormente a él, los campesinos,
inconscientes de los beneficios que le reportaba a ellos mismos la paz romana,
con frecuencia se mostraban indiferentes y aún, a veces, hostiles contra aquel Imperio
en el que siempre prevalecían los intereses de los ricos: beati possidentes.
Esta fue indudablemente una de las razones de por que sucumbió el Imperio
romano ante las irrupciones de los bárbaros a pesar de poseer recursos
inmensamente superiores a ellos.
( Peter
Astbury Brunt )
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