martes, 26 de junio de 2018

GRANO DE TRIGO Y LAS HAMBRUNAS EN LA ROMA DE LOS ÚLTIMOS AÑOS DE LA REPÚBLICA



Normalmente las lluvias de primavera eran algo desconocido en Sicilia y Cerdeña, y muy escasas en Africa, lugares de origen del trigo que se consumia en Roma, antes de que Octavio Augusto anexionara Egipto al Imperio Romano (el otro gran productor de trigo). Pero muchas veces cuando el trigo había comenzado a espigar ( prácticamente a finales de la primavera), caían unas lluvias torrenciales y el agua arruinaba la cosecha, lo cual suponía un desastre terrible.

 

Entonces sucedía que no se podía abastecer los almacenes de Puteoli y Ostia donde estaban los silos de grano que se distribuían por los almacenes del Aventino ya dentro de Roma. Con ello, Roma sufría de repente el alto precio en el trigo que se multiplicaba como mínimo por cinco veces, y con ello una carestía premonitoria de hambre.
 

Y en esta situación pasaba que de repente las familias del proletariado apenas podrían pagar la cuarta parte de aquel precio ( e incluso a veces menos que esto). No escaseaban otros alimentos más baratos a falta de grano, pero la carestía del trigo hacía subir los precios de todo lo demás debido al aumento del consumo y a la limitada producción.

 

Y los estómagos de los romanos acostumbrados al buen pan no se contentaban con gachas y nabos, que eran los artículos más socorridos en época de carestía. Los que estaban fuertes y sanos sobrevivían, pero los viejos, los débiles, los niños y los enfermizos solían perecer, y muchas veces por miles en un año de mala cosecha.

 

Cuando eso sucedía, porque la maldita lluvia echaba a perder las cosechas, a las pocas semanas el proletariado comenzaba a agitarse y el conjunto de la población de Roma empezaba a atemorizarse, porque la perspectiva de convivir con un proletariado sin nada que comer era algo temible. Entonces muchos ciudadanos de la tercera y cuarta clase, para quienes resultaba oneroso comprar un trigo tan caro, comenzaban a hacer acopio de armas para defender sus despensas de las depredaciones de los más necesitados.

 

Y los más poderosos solían fugarse hacia sus villas de las afueras de Roma, para evitar verdaderas matanzas callejeras entre dirigentes de barrios representados en los distintos colegios de encrucijada, cuyos líderes eran clientes de los distintos cónsules, y de alguna forma gobernaban o desgobernaban la Roma más profunda y marginada en nombre del cónsul, como si de mafiosas bandas callejeras se trataran.

 

Entonces ante las situaciones de hambruna, el cónsul del año se reunía con los ediles curules responsables de la procuraduría de grano por cuenta del Estado y solicitaba al Senado fondos suplementarios para comprar grano donde fuese y de la clase que hubiera, cebada, mijo, y trigos de mala calidad.

 

Pero, para esos casos, para los potentados y riquísimos miembros el Senado, pocos se preocupaban por la situación. Demasiados años y un profundo distanciamiento de las clases bajas les hacían olvidar los últimos disturbios de los proletarios. Les preocupaban más las guerras exteriores que suponían amenazas contra Roma o el poder de Roma, o que aportaban más riquezas para la clase dirigente de Roma.

 

Para empeorar las cosas, quienes cubrían el cargo de cuestores del Tesoro romano generalmente eran jóvenes de la clase senatorial más elitista y despiadada y apenas se preocupaban de aquellas masas de proletarios a las que odiaban y repugnaban. Al ser elegidos cuestores para iniciarse en la carrera política, generalmente solían ser dos los solicitaban destino en Roma como cuestores urbanos y declaraban que se proponían "contener el inexcusable despilfarro del Tesoro", rotundo modo de decir que no pensaban destinar dinero a los ejércitos con tropas proletarias que reclutaban algunos cónsules más próximos a la plebe, ni a la subvención de grano para los pobres.

 

En general, el Senado tenía por costumbre no oponerse a los criterios de los cuestores del Tesoro. Y cuando eran interpelados en la cámara a propósito de cómo andaban las finanzas estatales, generalmente respondían tajantemente que no había dinero para comprar trigo, y que por los desembolsos masivos que se habían efectuado durante una serie de años para pagar y alimentar a los ejércitos de proletarios que reclutaban algunos cónsules más próximos a mejorar las condiciones de la plebe, el Estado estaba arruinado.

 

 Ni la guerra contra Yugurta, la sostenida contra los germanos, ni la guerra contra Mitridates habían aportado ingresos suficientes en botines y tributos para equilibrar el saldo negativo de las cuentas de Roma. Eso acostumbraban a decir los dos cuestores urbanos de Roma, presentando por mano de los tribunos del erario los libros que lo demostraban. Roma no tenía un denario para esos gastos, decían. Así que los romanos que no tuvieran dinero para pagar el precio que estaba alcanzando el trigo, tendrían que pasar hambre. Lo lamentaban, pero la situación era así. Incluso si en épocas de hambruna morían unos cuantos miles de pobres del censo por cabezas (proletariado), menos bocas habría que alimentar y subvencionar en épocas de abundancia), y eso según los cuestores urbanos, era bueno para equilibrar y hacer que se recuperara el Tesoro.

 

No obstante, varios eran los senadores y los cónsules que se dieron cuenta que no era suficiente con que murieran unos cuantos miles de proletarios romanos con el consiguiente ahorro presente y futuro en subvenciones de grano para la plebe cada vez que Roma pasaba por algún año o temporada de hambruna. El caso es que si los ciudadanos medios y pobres no podían comer, ello repercutía en mil clases de negocios y profesiones. En resumen, que una hambruna era también un desastre económico que notaban todos. Si los panaderos no podían comprar grano porque no habían en los silos del Aventino, no podían vender pan. Y si la gente pasaba hambre, no trabajaba bien fuera en la construcción, en el campo, o en los servicios, quedando con ello mucho más afectados los libertos y los esclavos, junto con sus hijos. Y si los ciudadanos medios romanos no podían pagar los alquileres, se arruinaban los caseros.

 

El desorden y el caos se extendía en los barrios más afectados, porque se asaltaban tiendas y puestos de mercado entre distintas bandas callejeras, sin suficiente policía urbana para contenerlos a todos. Además se llegaban a casos que la gente invadía las huertas para buscar comida, con lo cual también afectaba en la comida de las clases más acomodadas. Era inevitable que había que vigilar la producción y abastecimiento de grano, y además subvencionarlo, aparte de proporcionar vino, aceite, algo de cerdo salado, y entradas para espectáculos (circo y teatro) a la plebe, para tenerla contenta y distraída. Tarea que inevitablemente iría requiriendo la atención de cónsules y posteriormente de emperadores, con el añadido de repartir tierras para los legionarios licenciados procedentes del proletariado, para que pudieran ser autosuficientes por sí mismos y de este modo tener algún medio de vida propio.

 

 Con las hambrunas no se podía jugar, ya que en ellas estaba el origen de todo malestar social. Un romano que no podía comer porque no había de qué comer, era siempre un peligro en potencia para la clase privilegiada que era la que dirigía la política y administración del Imperio. Y un cónsul o un emperador era bueno, cuando los romanos más pobres tenían los estómagos satisfechos y la diversión asegurada.


1 comentario:

  1. Mas abajo mencione al Prefecto de Abastecimiento Pompeyo Magno, que en los albores del Imperio Romano (era yerno de César), logro asegurar el transporte de granos arengando a sus capitanes a zarpar, cuando las condiciones de mar eran bravas, con las palabras que lo inmortalizaron: "EL NAVEGAR ES NECESARIO, Y NO ES NECESARIO EL VIVIR". Y además limpió de piratas el mar en una campaña relámpago de tres meses, y pactando con varios de ellos. Entre los que se encontraba el más importante: el pirata Mena.
    Curiosamente, tal vez ancestro de López Mena; importante armador naviero del Rio De La PLata - BUQUEBUS-

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