Las
grandes deidades romanas no eran solo las que tenían forma y estaban expuestas
en las plazas públicas o en lugares como el Capitolio. También existían otras
deidades: las modestas numína sin faz auténticamente romanas, como los Di
Penates Publici, guardianes de la bolsa y la despensa públicas, los Lares
Praestites, guardianes del Estado, y Vesta, guardiana de la tierra. Nadie
conocía su aspecto ni de dónde procedían, ni siquiera el sexo que tenían.
Constituían una presencia y tenían gran importancia porque eran romanas. Eran
los símbolos públicos de los dioses más privados, las deidades que presidían la
familia, la más sagrada de todas las tradiciones romanas. Ningún romano podía
jurar por esas divinidades ni romper su juramento, pues ello habría supuesto
acarrear la ruina, el desastre y la desintegración de su familia, su casa y su
bolsa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario