El
Monte Testaccio o Monte dei Cocci es una colina artificial construida durante
los siglos I y III d. C. en la ciudad de Roma, cubre un área de 20 000 m² en su
base y se alza hasta los 35 metros, 50 metros sobre el nivel del mar, si bien
con toda probabilidad fue algo más alta. Se situaba dentro de la Muralla
Aureliana y en la actualidad está cubierto por vegetación.
La
colina, de forma triangular, está compuesta por restos de alrededor de 53
millones de ánforas rotas; sobre todo de aceite de oliva procedentes de lugares
como la Bética (aproximadamente el 80 % del total) o la Tripolitania (el 17 %).
El restante 3 % proviene de la Galia, otras regiones de la península italiana,
y también se han documentado algunas ánforas orientales.
Las
ánforas llegaban al puerto de Roma, donde se vaciaba su contenido y se rompían
en pedazos. Los restos eran depositados en el monte Testaccio, luego se
esparcía cal sobre los recipientes para evitar malos olores. No era rentable
lavar los recipientes y enviarlos de regreso a la Bética y otras regiones. Las
ánforas parece ser que se trasladaban enteras, probablemente en grupos de
cuatro, por burros, mulas u otros animales de carga.
Las
excavaciones arqueológicas indican que la colina no fue un basurero fortuito ni
desordenado, sino una estructura llevada a cabo de manera disciplinada, elevada
por terrazas con muros de retención también hechos de trozos de cerámica. Se
pueden establecer 3 fases en la construcción de dicha estructura. La primera
abarcaría del 74 a. C. al 149 d. C. La segunda se prolongó hasta el 230 d. C.,
y la tercera está siendo investigada en la actualidad.
Las
ánforas descubiertas en el monte Testaccio han aportado numerosa información
sobre la evolución del puerto fluvial de Roma y sobre aspectos diversos como el
comercio entre la Península Ibérica, norte de África y la capital del Imperio
romano. Los arqueólogos calculan que el aceite transportado en esos envases
permitió abastecer la mitad de la dieta anual de aceite de oliva (de seis
litros) de un millón de personas durante 250 años.
Las
primeras investigaciones arqueológicas fueron realizadas a finales del siglo
XIX por Henrich Dressel. Posteriormente, el arqueólogo George Edward Bonsor
Saint Martin observó la alta presencia de cerámicas de la Bética en dicho
yacimiento. También realizaron investigaciones los arqueólogos Rodríguez
Alimeda, José María Blázquez y José Remesal, en colaboración con el Dipartamento
di Scienze della Terra de la Universidad de Roma.
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