Según el poeta romano Marco Anneo Lucano, era otro dios sediento de sangre. Mientras que en los sacrificios a Taranis el protagonista era el fuego y en los de Teutates el ahogamiento, los ofrecidos a este dios consistían en colgar a los presos de guerra de un árbol. Lucano lo consideraba uno de los dioses "mayores" junto a los mencionados en la tríada llamada los dioses de la noche.
Durante el dominio del emperador romano Tiberio, entre los años 13 y 37 de nuestra era, en la Galia se prohibieron los sacrificios humanos. La supresión era bastante reciente a la vista de que el historiador Dionisio de Halicarnaso los menciona en tiempo presente siete años antes. Con el emperador Claudio, en el año 43 ó 44 de nuestra era, Pomponio Mela habla de que los druidas se contentaban con sacar gotas de sangre a personas de buena voluntad tras la abolición de los sacrificios.
Pongamos en el caso de la Guerra de las Galias, cuando la invasión de Julio Cesar, una vez reunidos, el pueblo galo de los nervios se pusieron en movimiento inmediatamente. Su avance era muy diferente a una marcha romana, incluso diferente a una a paso ligero, porque ellos corrían a un paso largo incansable que devoraba los kilómetros. Cada guerrero iba acompañado del portador del escudo, su esclavo personal y un poni cargado con una docena de lanzas, una camisa de cota de malla si la tenía, comida, cerveza, el chal a cuadros de color verde musgo y naranja terroso y un pellejo de lobo para calentarse por la noche; los dos criados llevaban las cosas personales que les hacían falta a la espalda. Tampoco corrían en ninguna clase de formación. Los más veloces eran los primeros en llegar, los más lentos los últimos. Pero el último hombre de todos no llegaba, pues aquel que llegaba el último a la congregación era sacrificado a Esus, el dios de la batalla, y su cuerpo se colgaba de una rama en el bosque de robles sagrados.
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