San Alipio nació hacia el año 360 en Tagaste, Africa, donde pocos
años antes había nacido San Agustín. Después de estudiar la gramática en
Tagaste y la retórica en Cartago, bajo la dirección de San Agustín, Alipio se
separó de su maestro a raíz de una disputa, aunque le conservó siempre gran
afecto y respeto, al que San Agustín correspondía del mismo modo. En Cartago,
Alipio se apasionó por el circo, como tantos otros de los habitantes de esa
ciudad. San Agustín se afligió mucho al ver que aquel joven en el que había
puesto tantas esperanzas, concentraba su atención en una diversión tan
peligrosa; pero no podía hacer nada por evitarlo, pues el padre de Alipio le
impedía todo trato con el joven. A pesar de la prohibición de su padre, Alipio
se introdujo un día furtivamente en la escuela de Agustín a oír una de sus
clases. San Agustín, para ilustrar el tema que explicaba, trajo a cuenta una
comparación con el circo y aprovechó la oportunidad para reprender a los que se
dejaban llevar por la pasión del circo. Aunque el santo no sabía que Alipio le
escuchaba, el joven pensó que sus palabras se dirigían exclusivamente a él, se
arrepintió de su debilidad y se propuso vencerla.
Obedeciendo a los deseos de sus padres, quienes esperaban verle
hacer una brillante carrera en el mundo, Alipio fue a Roma a estudiar leyes.
Aunque ya había recorrido una buena parte del camino de la conversión al
cristianismo, sus amigos le arrastraron un día a los bárbaros juegos del circo.
Alipio les opuso toda la resistencia que pudo, diciéndoles: «Aunque me
introduzcáis por la fuerza en el circo, no conseguiréis que vea el espectáculo;
mi atención estará ausente, por más que mi cuerpo se halle presente». Sin
embargo, sus amigos no desistieron y le hicieron entrar con ellos en el circo.
Alipio cerró los ojos para no mirar el espectáculo. Desgraciadamente, como dice
San Agustín, no cerró también los oídos; así pues, al oír un gran grito de la
multitud, Alipio se dejó vencer por la curiosidad y abrió los ojos, con la
intención de cerrarlos inmediatamente. Pero la curiosidad le hizo caer, lo cual
demuestra que, con frecuencia, la única manera de evitar el pecado es evitar la
ocasión. Uno de los gladiadores estaba herido; en vez de volver a cerrar los
ojos al ver la sangre, Alipio siguió atentamente el salvaje espectáculo y se
dejó embriagar por la brutal crueldad del combate. Olvidando sus buenas
intenciones y confundiéndose en la multitud, contempló todos los detalles de la
lucha, gritó como todos los demás y, en lo sucesivo, no sólo retornó al circo,
sino que llevó consigo a otros compañeros. En esa forma se dejó arrastrar, de
nuevo, por su antigua pasión. Y hay que notar que, si bien había en el circo
algunas diversiones inocentes, había también espectáculos bárbaros y groseros.
Pero la misericordia de Dios salvó a Alipio una vez más, y el joven aprendió
así a desconfiar de sus fuerzas y a poner toda su confianza en el Señor. Sin
embargo, su conversión tuvo lugar mucho tiempo después.
Entre tanto, Alipio continuó sus estudios, vivió con castidad y
cumplió escrupulosamente con sus deberes de ciudadano íntegro. Después de
terminar sus estudios, desempeñó durante algún tiempo el oficio de juez con
gran equidad y desinterés. Cuando Agustín fue a Roma, Alipio se mantuvo en
estrecho contacto con él, le acompañó a Milán el año 384 y se convirtió al
mismo tiempo que él al cristianismo. En la cuaresma del año 387, los nombres de
los dos amigos fueron escritos en la lista de los «competentes». Alipio asistió
fiel y fervorosamente a las instrucciones del catecumenado y recibió el
baustismo de manos de San Ambrosio la víspera del día de Pascua, junto
con San Agustín. Poco después, los dos amigos volvieron al África y se establecieron
en Tagaste, donde con otros compañeros formaron una fervorosa comunidad
dedicada a la penitencia y la oración. Sólo así consiguieron los dos santos
sustituir sus costumbres mundanas por el hábito de las virtudes. Por otra
parte, la soledad y el retiro eran necesarios para que ambos amigos se
preparasen para la vida apostólica que habían de llevar más tarde. Tres años después
de su llegada a Tagaste, San Agustín fue elegido obispo de Hipona; la comunidad
se transladó entonces a esa ciudad. Alipio, después de recibir la ordenación
sacerdotal, hizo una peregrinación a Palestina, donde conoció a San Jerónimo.
A su vuelta al África, fue consagrado obispo de Tagaste, hacia el año 393. A
partir de entonces, se convirtió en el brazo derecho de San Agustín, predicó
infatigablemente y trabajó con gran celo por la causa de Dios y de la Iglesia.
En una carta que escribió San Agustín a San Alipio el año 429, le llama
«viejo». En efecto, san Alipio murió poco después.
En Acta Sanctorum, agosto, vol. III, hay una biografía de San
Alipio, bastante completa, que se basa principalmente en los escritos de San
Agustín.
Fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», de Herbert Thurston.
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