Los misterios griegos llevaban la marca de la razón y la moderación griegas. Pero a medida que la influencia romana penetró cada vez más al este, entró en contacto con religiones orientales aún más emocionales y coloridas, muchas de las cuáles también incluían el motivo de la muerte y renacimiento inspirado por el ciclo estacional de la vegetación. En Asia Menor existía un antiguo culto de Cibeles, la Gran Madre de los Dioses, que en algunos aspectos era similar a la Deméter griega. Sus ritos se difundieron por Grecia en época temprana y, en 204 a. C., cuando los romanos estaban cerca del fin de su larga batalla contra el general cartaginés Aníbal, también ellos empezaron a rendir culto a Cibeles. Una piedra consagrada a ella que había caído del cielo (indudablemente, un meteorito), fue llevada con gran pompa de Asia Menor a Roma. Al principio, los romanos se sentían un tanto confusos en las ceremonias, y ante los extraños sacerdotes que habían sido importados junto con la piedra, pero en la época del Imperio temprano el culto de Cibeles llegó a ser uno de los más importantes en Roma.
Las diosas como Deméter, Cibeles e Isis eran particularmente atractivas para las mujeres y, en verdad, para todos los que valorasen la compasión y el amor. Los dioses masculinos a menudo eran dioses de la cólera y la guerra, de modo que también los soldados podían tener el consuelo de la religión.
EL CRISTIANISMO.- Quedan por mencionar las religiones que surgieron en Judea. La primera de ellas fue el mismo judaísmo, que se expandió desde Judea hacia el exterior con los judíos que se asentaban en las diversas ciudades del Imperio, particularmente en el Este, aunque también había una colonia bastante considerable en la misma Roma. En verdad, con el tiempo, los judíos que vivían fuera de Judea superaron en número a los que habían permanecido en la tierra tradicional. Y aunque aprendiesen a hablar griego y olvidasen el hebreo, no olvidaron su religión. Su libro sagrado, la Biblia, fue traducida al griego para los judíos que ya no podían leer el original hebreo en fecha tan temprana como el 270 a. C.
El último golpe que dio fin a toda posibilidad de que los judíos lograsen prosélitos fue la sangrienta revuelta de Judea. Los judíos se convirtieron entonces en peligrosos enemigos de Roma y se hicieron más impopulares que nunca en todo el Imperio. Sin embargo, el judaísmo no era una religión monolítica; había sectas dentro de él, y algunas de ellas eran más afines a los diversos no-judíos («gentiles») del Imperio que otras. Una de esas sectas fue la creada por los discípulos de Jesús. Después de la crucifixión de Jesús, podía haberse pensado que sus seguidores se dispersarían, puesto que su muerte parecía reducir al ridículo sus pretensiones mesiánicas. Pero se difundió la historia de que fue visto nuevamente tres días después de la crucifixión, y que había vuelto de la muerte. No era meramente un Mesías humano, un rey que restauraría la monarquía judía; era un Mesías divino, el Hijo de Dios, cuyo Reino estaba en el Cielo y que retornaría pronto (aunque nadie sabía exactamente cuándo) para juzgar a todos los hombres e instaurar la ciudad de Dios.
Los cristianos (como fueron llamados luego los discípulos de Jesús y sus seguidores), al principio siguieron siendo judíos en sus creencias y rituales, y obtuvieron sus conversos principalmente entre los judíos. Pero muchos judíos siguieron siendo férreamente nacionalistas. No querían un Mesías que había muerto y dejado la nación esclavizada; querían un Mesías que se manifestase gloriosamente liberándolos de Roma. Este fue uno de los factores que llevó a la desastrosa rebelión contra Roma.
En esa rebelión, los cristianos no tomaron parte alguna. Ya tenían su Mesías; Roma no iba a durar eternamente, y era un error anticipar los planes de Dios para la culminación de la historia secular. La no violencia predicada por los cristianos, el deber de ofrecer la otra mejilla, de amar a los propios enemigos y de dar al César lo que era del César, también les impidió tomar parte en la rebelión.
Esta renuncia de los judíos cristianos a unirse a sus compatriotas judíos en la guerra contra Roma hizo impopular el cristianismo entre los judíos que sobrevivieron, y ya no hizo progresos entre ellos. Tampoco los judíos, en general, han aceptado a Jesús como el Mesías hasta el día de hoy, pese a las mayores presiones posibles. Pero si el cristianismo fracasó entre los judíos, no ocurrió lo mismo con otros pueblos. Esto fue el resultado en gran medida de un judío llamado Saulo, quien en su trato con el mundo de los gentiles era conocido por el nombre similar, pero de resonancias más romanas, de Pablo.
Pablo nació en la ciudad de Tarso, en la costa meridional de Asia Menor, al parecer en el seno de una familia acomodada, pues su padre (y por tanto él mismo) era ciudadano romano. Recibió una educación judía estricta en Jerusalén y fue ortodoxo en sus creencias, tan ortodoxo que en su primer encuentro con las enseñanzas de los cristianos quedó horrorizado por su blasfemia y tuvo un papel de primera línea en los movimientos de persecución contra ellos. Se ofreció para viajar a Damasco a fin de dirigir allí el movimiento anticristiano, pero, según el relato de la Biblia, Jesús se le apareció en el camino, y desde ese momento fue un ardiente cristiano.
Pablo empezó a predicar el cristianismo a los gentiles y, al hacerlo, llegó a la creencia de que el intrincado ritual del judaísmo no era esencial para la religión verdadera y que hasta podía llevar a alejarse de ella al concentrar la atención en detalles insignificantes y oscurecer la esencia interior («pues la letra mata, pero el espíritu da vida»). Para ser cristiano, pues, un gentil no necesitaba circuncidarse, ni tenía que observar todo el rigor del ritual judío ni asumir el nacionalismo judío y venerar el Templo de Jerusalén. Casi inmediatamente el cristianismo empezó a difundirse por las ciudades de Asia Menor y Grecia, y más tarde en la misma Italia. La crucifixión y resurrección de Jesús, y los ritos con que se conmemoraban estos sucesos, recordaban las religiones mistéricas. La figura de María, la madre de Jesús, brindaba un suavizante toque femenino. Sus costumbres austeras eran como las de los estoicos. El cristianismo parecía tener algo que agradaba a todo el mundo.
En verdad, el cristianismo tenía una flexibilidad que el judaísmo nunca tuvo. Cuando el cristianismo se difundió entre personas que no sabían nada del judaísmo pero mucho sobre sus propias costumbres paganas, el nuevo credo adaptó a sus propios fines la filosofía griega y las costumbres paganas. El mitraísmo, por ejemplo, que fue el principal competidor del cristianismo durante un par de siglos, celebraba el 25 de diciembre como su principal festividad. El mitraísmo era una forma de culto del sol, y el 25 de diciembre estaba cerca del momento del solsticio de invierno, cuando el sol de mediodía desciende a su punto máximo al Sur y comienza su lento retorno hacia el Norte. Este es, en cierto sentido, el nacimiento del Sol, la garantía de que el invierno terminará algún día y de que la primavera volverá, y con ella una nueva vida. Esta época del año era celebrada también por otras religiones. Los antiguos romanos consagraban ese período a su dios de la agricultura, Saturno, y las celebraciones recibían el nombre de saturnales. Las saturnales eran momentos de buena voluntad entre los hombres (hasta a los esclavos se les permitía participar en la festividad en un temporal rango de igualdad), de festejos y de regalos.
Los cristianos, al hallar irresistibles las emociones de la estación del renacimiento del Sol, las adaptaron a sus creencias, en vez de luchar contra ellas. Dieron a las emociones un nuevo uso. Puesto que la Biblia no dice exactamente cuándo se produjo el nacimiento de Jesús, se lo podía ubicar en el 25 de diciembre tanto como en cualquier otra fecha; esta fecha se convirtió en la Navidad y su celebración subsiste hasta hoy. Y aún hoy la fiesta de Navidad tiene algo de las características de las viejas saturnales.
Para los romanos,
en general, al menos durante el medio siglo posterior a la muerte de Jesús,
los cristianos eran meramente otra secta judía. En verdad, parecían más
fastidiosos que otras sectas judías, pues se esforzaban duramente por
lograr conversos. Puesto que los cristianos no adoraban a los dioses romanos
oficiales, eran considerados ateos. Y puesto que no participaban del culto
imperial, eran considerados radicales peligrosos y posibles traidores.
De hecho, los romanos juzgaban a los primeros cristianos de manera muy
similar a como la mayoría de los norteamericanos de hoy juzgan a los
comunistas.
"De hecho, los romanos juzgaban a los primeros cristianos de manera muy similar a como la mayoría de los norteamericanos de hoy juzgan a los comunistas"
ResponderEliminarla mierda degenerada del cristianismo es comunismo "espiritual"