La legión estaba armada con largas espadas y arremetía contra el enemigo al unísono, con la esperanza de que el peso de la carga destruyese las líneas enemigas. Cuál de las partes ganase la batalla dependía de cuál de ellas lograse coger al enemigo por sorpresa o desequilibrarlo o superarlo en número. A igualdad de otros factores, podía depender de cuál de las partes cargase con mayor fiereza o pudiese resistir lo suficiente para permitir la llegada de refuerzos.
Durante toda la antigüedad se usó este ataque en masa. Fue llevado a su más alto grado de perfección con la falange macedónica, que fue imbatible mientras funcionó a la perfección.
Pero en el siglo IV a. C., los romanos convirtieron la legión en una máquina para la conquista del mundo. Según la tradición, el cambio empezó con Camilo. Durante el largo sitio de Veyes mantuvo el ejército en armas durante largos períodos, y no sólo para breves campañas en aquellos intervalos en que los soldados podían dejar sus faenas agrícolas. Mantener a los hombres en armas durante largos períodos implicaba que era menester pagar a los soldados, y Camilo fue el primero que instituyó tal paga.
También implicaba que se
disponía de tiempo suficiente para entrenar a los soldados en maniobras más
complicadas que la mera carga a una señal dada. La legión llegó a
constituir un cuerpo complejo, con 3.000 hombres pesadamente armados, 1.000
ligeramente armados para maniobras más rápidas y 300 jinetes (o caballería)
para maniobras aún más veloces. La legión era ordenada en tres líneas, todas
las cuales llevaban pesadas y cortas espadas. Las dos primeras líneas
llevaban también cortas jabalinas arrojadizas, mientras la tercera llevaba
las espadas largas más comunes.
Las dos primeras líneas eran divididas en pequeños grupos llamados manípulos (de una palabra latina que significa «puñado»), formados por 120 hombres cada uno. Los manípulos eran colocados dejando espacios entre ellos y las dos líneas eran dispuestas de tal modo que los manípulos formaban como un tablero de ajedrez.
La primera línea avanzaba sobre el enemigo, arrojaba sus jabalinas y cargaba con sus espadas. Después de hacer considerables estragos, retrocedía, y la segunda línea, fresca y descansada, hacía lo mismo, mientras la tercera línea permanecía como reserva a la espera de lo que pudiera suceder, por ejemplo, la llegada de refuerzos enemigos.
Si un ataque repentino del enemigo o algún otro infortunio hacía retroceder a la primera línea, los manípulos de ésta podían ocupar los espacios que dejaban los manípulos de la segunda línea. Así, la retirada convertía a la legión en una sólida falange que podía resistir firme e inamoviblemente (como sucedió muchas veces).
La legión era perfecta para un terreno montañoso y desigual. Una sólida falange siempre podía ser desquiciada si no marchaba como una unidad perfecta. La legión, en cambio, podía expandirse. Los manípulos podían abrirse camino por las obstrucciones y luego reunirse nuevamente, si era necesario.
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