domingo, 11 de octubre de 2020

TRAS VENCER EN FARSALIA, CÉSAR VISITA TROYA, LA CIUDAD DE ORIGEN DE SUS ANTEPASADOS JULIOS


En Troya me detuve lo bastante para examinar las antigüedades y hacer levantar un altar cerca del punto en que, según la tradición, yace enterrado Héctor. Verdaderamente, queda bien poco de los terraplenes y torres de que nos habla Homero; pero el lugar parece aún animado por los famosos espectros.


Algunos de mis oficiales, al ver el lugar en que se había levantado la ciudad, se rieron de Homero y de sus historias sobre el sitio de diez años y las tremendas batallas en las cuales un hombre Héctor, Patroclo o Aquiles aparece a menudo representado, en el estilo heroico, como dueño de una fuerza destructora de por lo menos una legión entera. Les dije cuán fuera de lugar estaban sus risas y, más aún, cuán bárbaras eran. Es cierto que para un ejército moderno con superioridad naval el sitio y toma de Troya presenta pocas dificultades. Lo que hicimos en Avarico y Alesia eran operaciones de dimensiones mucho mayores. También es verdad que una cohorte romana podría acabar fácilmente con todos los héroes homéricos juntos. Sin embargo, si llega alguna vez la época en que los hombres ya no se conmuevan con la verdad de Homero, el hombre se habrá convertido en una especie diferente. Homero ve la grandeza y la debilidad conjuntamente, el honor y el deshonor, la sublimidad y los terribles estragos de la guerra. Por eso lloramos tanto a Aquiles como a Héctor, nos exaltamos en la libertad que ellos, como seres excepcionales, aunque humanos, poseen; y nos hace modestos el pensamiento de que hasta ellos, en toda su fuerza y brillo, sólo pueden escapar por un breve período, acaso por unos momentos, a la presión de la necesidad. Yo mismo tenía razones de índole más personal para sentirme conmovido ante la vista de Troya, puesto que, según la tradición, mi familia y toda la raza de los romanos proceden de esa ciudad. En alguna parte de esas boscosas colinas que se extienden más allá de la ciudad, la diosa Venus, así lo refiere la leyenda, se enamoró del troyano Anquises y le dio por hijo al héroe Eneas, quien, por la voluntad de los dioses, escapó del incendio de la ciudad y llevó consigo a su hijito Iulo, de quien toma su nombre nuestra familia. Ya había concebido la idea de que sería digno de mí, una vez restablecida la paz, construir otra Troya en el antiguo emplazamiento y poblada con ciudadanos de Roma. Este proyecto me es muy caro, aunque en los últimos años he pensado en otros lugares: Alejandría y Bizancio, que en ciertas circunstancias podrían también adaptarse admirablemente como centros de gobierno y administración. Lo cierto es que durante esta visita a Troya después de Farsalia lloré ante la tumba de Aquiles y dispuse que mis secretarios me prepararan una serie de mapas, planos y notas que me han resultado recientemente útiles al considerar la disposición de la futura colonia.


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