domingo, 25 de octubre de 2020

ORIGEN DE LA FORTUNA DEL CODICIOSO MARCO LICINIO CRASO

 

Dicen los romanos que a las muchas virtudes de Craso sólo un vicio hacía sombra, que era la codicia; pero, a lo que parece, no era solo, sino que, siendo muy dominante, hacía que no apareciesen los demás. Las pruebas más evidentes de su codicia son el modo con que se hizo rico y lo excesivo de su caudal; porque, no teniendo al principio sobre trescientos talentos, después, cuando ya fue admitido al gobierno, ofreció a Hércules el diezmo, dio banquetes al pueblo, y a cada uno de los romanos le acudió de su dinero con trigo para tres meses; y, sin embargo, habiendo hecho para su conocimiento el recuento de su hacienda antes de partir a la expedición contra los Partos, halló que ascendía a la suma de siete mil y cien talentos; y si, aunque sea en oprobio suyo, hemos de decir la verdad, la mayor parte la adquirió del fuego y de la guerra, siendo para él las miserias públicas de grandísimo producto. Porque cuando Sila, después de haber tomado la ciudad, puso en venta las haciendas de los que había proscrito, reputándolas y llamándolas sus despojos, y quiso que la nota de esta rapacidad se extendiese a los más que fuese posible y a los más poderosos, no se vio que Craso rehusase ninguna donación ni ninguna subasta. Además de esto, teniéndose por continuas y connaturales pestes de Roma los incendios y hundimientos por el peso y el apiñamiento de los edificios, compró esclavos arquitectos y maestros de obras, y luego que los tuvo, habiendo llegado a ser hasta quinientos, procuró hacerse con los edificios quemados y los contiguos a ellos, dándoselos los dueños, por el miedo y la incertidumbre de las cosas, en muy poco dinero, por cuyo medio la mayor parte de Roma vino a ser suya. A pesar de poseer tantos artistas, nada edificó para sí, sino la casa de su habitación, porque decía que los amigos de obras se arruinaban a sí mismos sin necesidad de otros enemigos. Eran muchas las minas de plata que tenía, posesiones de gran precio en sí y por las muchas manos que las cultivaban; a pesar de eso, todo era nada en comparación del valor de sus esclavos: ¡tantos y tales eran los que tenía!. Lectores, amanuenses, plateros, administradores y mayordomos, y él era como el ayo de los que algo aprendían, cuidando de ellos y enseñándoles, porque llevaba la regla de que al amo era a quien le estaba mejor la vigilancia sobre los esclavos, como órganos animados del gobierno de la casa. Excelente pensamiento, si Craso juzgaba, como lo decía, que las demás cosas debían administrarse por los esclavos, y él gobernar a éstos; porque vemos que la economía en las cosas inanimadas no pasa de lucrosa y en los hombres tiene que participar de la política. En lo que no tuvo razón fue en decir que no debía ser tenido por rico el que no pudiera mantener a sus expensas un ejército: por que la guerra no se mantiene con lo tasado, según Arquídamo, sino que la riqueza, respecto de la guerra y los guerreros, tiene que ser indefinida; muy distante de la sentencia de Mario, el cual, como habiendo distribuido catorce yugadas de tierra a cada soldado le hubiesen informado que todavía codiciaban más, “No quiera Dios- dijo que ningún romano tenga por poca la tierra que basta a mantenerlo”.

( Plutarco )







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