No dejó de dar órdenes de matar hasta que no se le acabaron los enemigos, que los contaba por miles, y aún les parecía poco considerándolos sediciosos del Estado Romano a todos ellos. Los mataba para reprimir odios grandes con gran miedo y sin mirar tranquilo ni siquiera aquellas mismas manos a las que se confía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario