domingo, 1 de mayo de 2022

CÉSAR DICE SOBRE LA RELIGIOSIDAD DE LA GENTE

Pocos son verdaderamente los hombres que no anhelan una seguridad que no encuentran en ellos mismos. Pocos aceptarán esta vida, buena o mala, tal como ella es. Casi todo el mundo se inclina a creer, contra toda razón, que los acontecimientos no están sometidos a las leyes de causa y efecto, sino que en cierto modo puede manejárselos mágicamente. Asimismo, en épocas como la nuestra, cuando una guerra sigue a otra guerra y cuando parecen desmoronarse las convenciones normales de la sociedad, la sensación de inseguridad es más fuerte y profunda que nunca. A la gente le parece con mayor frecuencia que de ordinario que sus virtudes quedan sin recompensar o que constituyen una positiva desventaja. Llegan a recelar de la iniciativa y a desesperar de la justicia, y sin ningún impulso en sus propias vidas que los lleve a alimentar esperanzas, se inclinan a imaginar, como solaz de sus espíritus frustrados, algún otro mundo después de la muerte, en el cual los obvios errores, crueldades y perversidades de este mundo están de alguna manera corregidos y, en un sentido místico, hasta justificados. Encontramos este sentimiento no sólo en los misteriosos cultos de los griegos, sino hasta en pensadores completamente racionales como Platón. En mi propia vida he advertido hasta qué punto esta necesidad de confortación en otro mundo se ha difundido de manera muy notable entre nuestro pueblo, especialmente entre mujeres, esclavos y legionarios que han servido en el Oriente. En cierto sentido, creo que me es lícito afirmar que me opongo a tales manifestaciones de desasosiego. Mi aspiración ha sido crear y mantener el orden, organizar una sociedad de manera tal que la iniciativa encuentre campo de acción y que sea posible hacer justicia. Sin embargo, aun cuando se lograra semejante estado de cosas, habría lugar, según creo, para abrigar recelos.










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