Cuando
Sila se entero, decidió que el asunto debía resolverse por medio de la guerra y
convoco al ejercito a una asamblea. Este ultimo se hallaba deseoso de la guerra
contra Mitridates por estimarla lucrativa, y pensaba que Mario enrolaría para
ella a otros soldados en vez de a ellos. Sila denuncio el ultraje que Sulpicio
y Mario le habían hecho, sin aludir abiertamente a ninguna otra cosa -pues no
se atrevía aun a hablar de una guerra tal-, y les animo a que estuvieran
dispuestos a cumplir lo que se les ordenase. Pero los soldados, comprendiendo
cuales eran sus proyectos y temiendo ser excluidos de la expedición, desvelaron
el deseo de Sila y le incitaron a que tuviera el coraje de llevarlos contra
Roma. Sila se lleno de alegría y se puso en marcha de inmediato al frente de
seis legiones; mas la totalidad de la oficialidad de su ejercito, a excepción
de un cuestor, le abandono y huyo hacia Roma porque no soporto conducir el
ejercito contra su patria. Unos mensajeros que se encontraron con el en el
camino le preguntaron por que marchaba en armas contra su patria, y el les
respondió que para librarla de los tiranos.
Después
de haber dado la misma respuesta, por segunda y tercera vez, a otros emisarios
que vinieron sucesivamente a su encuentro, les anuncio, sin embargo, que el
senado, Mario y Sulpicio se reunieran con el, si querían, en el campo de Marte
y que haría aquello que se acordara en la consulta. Cuando Sila estaba cerca,
le salio al encuentro su colega Pompeyo que le cubrió de elogios y se alegro
por la decisión tomada, dispuesto a cooperar con él en todo. Mario y Sulpicio,
necesitados de un pequeño intervalo de tiempo para su preparación, le enviaron
otros emisarios fingiendo que también estos habían sido enviados por el senado,
con la petición de que no acampara a menos de cuarenta estadios de Roma hasta
que examinaran la situación presente. Sila y Pompeyo, sin embargo,
comprendiendo con claridad el deseo de aquellos prometieron que así lo harían,
pero siguieron al punto a los emisarios cuando estos emprendieron el regreso.
Sila,
con una legión de soldados, se apodero de la puerta Esquilma y de la muralla
adyacente, y Pompeyo ocupo la puerta Colina, con otra legión. Una tercera
avanzo hacia el puente de madera y una cuarta permaneció como reserva delante
de las murallas. Sila avanzo con el resto de las tropas hacia el interior de la
ciudad, con el aspecto y actitud de un enemigo; por este motivo los habitantes
de los alrededores intentaron rechazarle disparándole desde los tejados de las
casas, hasta que el les amenazo con incendiarlas. Entonces desistieron ellos,
pero Mario y Sulpicio le salieron al encuentro cerca del foro Esquilmo con
cuantas tropas tuvieron tiempo de armar. Y por primera vez en Roma, tuvo lugar
un combate entre enemigos, no bajo el aspecto de una sedición sino al son de
las trompas y con enseñas, según la costumbre de la guerra. A tal extremo de
peligro arrojo a los romanos la falta de solución de sus luchas intestinas.
Puestos en fuga los soldados de Sila, este ultimo arrebato un estandarte y
arrostro el peligro en primera línea para hacerles cambiar de actitud por
vergüenza hacia su general y por temor a la deshonra de perder la enseña, si la
abandonaban. Sila hizo venir desde el campamento a las tropas de refresco y
envío a otras dando un rodeo por la vía llamada Suburra, de manera que se
dispusieran a atacar al enemigo por la espalda. Los del partido de Mario, como
luchaban sin fuerzas con las tropas que les atacaban de refresco y temían verse
envueltos por las que estaban rodeándolos, llamaron en su ayuda a los otros
ciudadanos que todavía luchaban desde las casas, y proclamaron la libertad para
los esclavos que participaran en la lucha. Sin embargo, al no acudir nadie,
perdieron las esperanzas en todo y huyeron al punto de la ciudad y con ellos
cuantos nobles habían cooperado.
Entonces,
Sila avanzo por la vía llamada Sacra y, de inmediato, castigo, a la vista de
todos, a los que habían saqueado lo que encontraban a su paso. Después
estableció, a intervalos, puestos de vigilancia por la ciudad, y paso la noche
en compañía de Pompeyo inspeccionando cada uno de ellos, a fin de que no se
produjera ningún acto de violencia por parte de la población amedrentada o de
los vencedores. Al día siguiente convocaron ambos al pueblo a una asamblea y se
lamentaron de que el Estado hubiera sido entregado desde hacia mucho tiempo a
los demagogos, al tiempo que afirmaron que ellos habían actuado así por
necesidad. Propusieron que no se llevara nada ante el pueblo que no hubiera
sido antes considerado por el senado, una costumbre antigua pero abandonada
desde mucho tiempo atrás, y que las votaciones se hicieran no por tribus sino
por centurias, como había ordenado el rey Tulio, considerando que con estas dos
medidas ninguna ley seria propuesta al pueblo antes que al senado y que las
votaciones, al no estar en manos de los pobres y desenfrenados en lugar de en
las de los ricos y prudentes, no serian ya mas foco de sediciones. Recortaron
muchas otras atribuciones del poder de los tribunos de la plebe, que se había
convertido en exceso tiránico, e inscribieron en el censo senatorial, que había
llegado a ser entonces muy escaso en numero y, por ello, objeto fácil de
desprecio, a trescientos de los mejores ciudadanos, todos de una vez. Y
anularon por ilegales todas aquellas medidas que habían sido puestas en vigor
por Sulpicio a raíz del iustitium que habían proclamado los cónsules.
De
esta forma las sediciones, nacidas de la discordia y rivalidad, vinieron a
parar en asesinatos, y de asesinatos, en guerras cabales, y ahora, por primera
vez, un ejercito de ciudadanos invadió la patria como si fuera tierra enemiga.
A partir de entonces, las sediciones no dejaron de ser decididas ya por medio
de ejércitos y se produjeron continuas invasiones de Roma y batallas bajo sus
muros, y cuantas otras circunstancias acompañan a las guerras; pues para
aquellos que utilizaban la violencia no existía ya freno alguno por un
sentimiento de respeto hacia las leyes, las instituciones o, al menos, la
patria. Se decreto ahora que Sulpicio, que aun era tribuno, junto con Mario,
cónsul seis veces, el hijo de Mario, Publio Cetego, Junio Bruto, Cneo y Quinto
Granio, Publio Albinovano, Marco Letorio y cuantos otros, hasta un numero de
doce, habían sido desterrados de Roma, fueran enemigos del pueblo romano por
haber provocado una sedición y haber combatido contra los cónsules, y porque
habían proclamado la libertad para los esclavos, a fin de incitarlos a la
sublevación; y se autorizo a quien los encontrase para que los matara
impunemente o los condujera ante los cónsules, y sus propiedades fueron
confiscadas. Unos perseguidores, que iban también tras de ellos, cogieron a
Sulpicio y lo mataron.
( Apiano en "Guerras Civiles" )
No hay comentarios:
Publicar un comentario